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Medicamentos, angustias y estrategias

En medio de carencias cuya solución muchas veces no está al alcance inmediato de la mano, lo que no se debe perder, al menos en un proceso social como el nuestro, es el sentido de la justicia y de la bondad, para que bonanzas y penas se repartan con la mayor equidad, en cada caso.

La idea me vuelve tras leer la misiva de Pedro Manuel Bernal González (calle Prolongación de Carlos Manuel de Céspedes, No. 407, Mayarí), trabajador de la Empresa Termoeléctrica Felton.

Escribe Pedro a nombre suyo y de quienes transitan similares angustias, que no son pocos en su comunidad ni en el país. A raíz de la falta de algunos fármacos, situación que se atraviesa desde hace tiempo, y cuyas causas materiales el remitente afirma entender, en su territorio de Mayarí Abajo se han generado situaciones bastante complejas y preocupantes.

«Esporádicamente —evoca el lector— llegan a las farmacias cantidades insuficientes de varios tipos de medicamentos, vitales para los enfermos crónicos como yo, que soy hipertenso, que no satisfacen la demanda y que, desgraciadamente, casi siempre caen en las mismas manos. Me explico: los obtienen personas que no trabajan y que hacen cola con días de antelación y amanecen para asegurar su compra. Y ahí es donde está el problema, hace tres meses que no puedo comprar el Enalapril y no creo que sea humano ni consciente lo que está sucediendo, porque tan hipertenso soy como el que más», se duele el holguinero.

«A estas alturas —continúa la misiva—, los que pueden hacerlo, deberían haber elaborado estrategias que permitan aunque sea a la mitad, obtener la medicación por cada enfermo. Es indignante que alguien piense que un trabajador que tenga que madrugar todos los días para acudir a su labor pueda dejar de hacerlo para estar metido en esos molotes que, no obstante, no garantizan la adquisición de los fármacos; y que una administradora de farmacia me diga que ella no puede hacer nada porque ellos trabajan con directivas y hasta ahora no hay ninguna que impida que una persona que ya compró en el mes en curso lo vuelva a hacer el próximo.

«Cada minuto, hora, día y mes que pasa (sin los medicamentos necesarios) nuestros órganos internos se deterioran paulatinamente y estamos propensos a sufrir un accidente cerebrovascular o del miocardio», apunta el paciente. Y medita en que, muchas veces, a resultas de estos las personas quedan reducidos a miserias humanas, una gran pena en lo personal, lo familiar y también una enorme carga para el Estado, en un país que envejece y necesita de más asistencia social. «Por eso considero que hay que evitar en todo lo posible llegar a esa situación...», razona.

El asunto es harto complejo y a este redactor, como a cualquier cubano que frecuente las farmacias, le consta cuántos mecanismos y papeles existen para tratar de controlar eficientemente. Sin embargo, uno a veces se pregunta, si existen documentos como los tarjetones en cada localidad, ¿cómo es que al llegar el medicamento, si no alcanza para todos, al menos estos listados no garantizan que se distribuya lo más justamente posible?

Quizá cuando avancemos al escenario de máxima transparencia, en el cual, tanto las entradas a cada farmacia de los fármacos, como los registros de pacientes (no en nombres, para salvar la privacidad, pero sí en cifras) sean documentos accesibles y públicos —tecnología mediante— para la ciudadanía; en ese escenario de control popular, repito, tal vez evitaremos que unos pocos se beneficien mientras los demás siguen aguardando en la zona de peligro. El sálvese quien pueda y la ley del más fuerte o el más pícaro nunca deberían ser opciones plausibles entre nosotros. 

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