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Restos de dolor

El poeta y narrador José Orpí Galí sospecha que los restos mortales de su padre, Fernando Juan Orpí Carbonell, fallecido el 14 de octubre de 2004, han sido relegados «al panteón oscuro del olvido» en el cementerio Santa Ifigenia de la ciudad de Santiago de Cuba.

Orpí Galí, quien reside en la calle Jota No. 57, entre 2da. y 3ra., en el reparto Sueño de la Ciudad Héroe, relata que los restos de su padre fueron sepultados en una fosa colectiva de esa necrópolis; y el 27 de octubre de 2006 fueron exhumados y colocados en una bóveda colectiva denominada Depósito 13-H de 2004, hasta que hubiese disponibilidad de nichos particulares.

Desde entonces, y durante 13 años, Orpí ha estado yendo al cementerio a preguntar por los restos de su padre, y siempre recibe la misma respuesta: siguen ahí.

Lo desconcertante para el hijo es que en este lapso se han construido más de 80 bloques de nichos, en los cuales se han ido colocando los restos de los años 2007, 2008 hasta los de 2015. «¿Y los de mi padre, que son de 2006?», pregunta Orpí Galí, y precisa:

«Las mismas compañeras que atienden los archivos en el cementerio han quedado perplejas, pero no pueden dar una respuesta. Por diferentes razones, nunca he podido localizar a ningún directivo que me oriente al respecto.

«Ante tal situación, y sintiéndome completamente desprotegido, una pregunta ronda y ronda mi mente. ¿Estarán realmente los restos de mi padre todavía allí? Evidentemente, no hay una explicación lógica, y exijo una solución. No se pueden seguir admitiendo malas prácticas y negligencias que hieren lo más sagrado del ser humano: sus sentimientos», concluye el intelectual santiaguero.

Y Gilberto Salabarría Blanco (5ta. C B-65, Edificio 9609, apto. 9, entre 96 y 152, Cojímar, La Habana) cuenta que el pasado 20 de junio acudió a la funeraria de Zanja, en la capital, al velorio de la mamá de una compañera de trabajo, y lo que presenció lo deprimió sobremanera: Las capillas no tienen ventilador. El salón es un horno. Tampoco había agua, pues las tuberías estaban rotas.

«Creo que si no tiene condiciones hay que cerrarla y brindar el servicio en otra funeraria. No quiero una funeraria con aire acondicionado, pero que por lo menos haya un poco más de respeto y consideración», concluye.

Se lo habían otorgado en 2016

Julia René (Edificio 681, Zona 19, Alamar, municipio de Habana del Este, La Habana) es impedida física y hace muchos años viene solicitando la asignación del servicio telefónico para su vivienda, pues está en silla de ruedas, y al no poderse desplazar con facilidad, podría realizar múltiples gestiones para su vida cotidiana por esa vía.

Afirma que nunca se le ha dado respuesta, una mínima respuesta a sus solicitudes, a pesar de que su hermana, con quien ella vive, no ha dejado de ir a Etecsa para conocer si hay alguna aprobación.

Recientemente, su hermana fue a las oficinas de Etecsa en Alamar, y la atendieron. Lo insólito es que allí en un documento apareció que desde 2016 la Comisión del Gobierno municipal de Habana del Este había aprobado que se le instalara el teléfono.

«Nadie nos dio explicación alguna, refiere; el compañero que atendió a mi hermana le puso al lado de esa aprobación un no, aludiendo a que en mi edificio no había pares. Y cuando mi hermana le dijo que después de 2016 habían puesto varios teléfonos en mi edificio, y en la propia escalera donde resido, él dijo que son traslados de otros municipios».

Julia conoce que los traslados tienen prioridad, pero tiene sus suspicacias: «¿Cómo es posible que el Gobierno me otorgue desde 2016 y Etecsa no me lo ponga porque no hay pares, y haga instalación de los traslados después de esa fecha? Se supone que si no hay pares, no puedan instalar ningún teléfono».

Según la remitente, «estos son los problemas y las incomunicaciones que dañan a nuestro pueblo; se supone que si fluyera una buena comunicación, no se me hubiera otorgado por no haber pares y se me hubiese explicado; o se me hubiera buscado una solución alternativa. Mientras, sigo esperando…», concluye Julia.

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