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La lista del FBI

Al contrario de la Lista de Schlinder, que salvaba vidas, la Agencia Federal de Investigaciones de Estados Unidos tiene también su relación, pero en este caso es un complica-vida para cualquiera que aparezca en ella.

Diariamente, 1 600 personas son sugeridas como «terrorista» y van a parar a la longaniza de los vigilados; el FBI reconoce que ya tiene 400 000 anotados, según dio a conocer este domingo el diario The Washington Post, que hizo noticia con la información que el FBI dio al Comité Judicial del Senado en el pasado mes de septiembre, y se hizo pública solo la semana pasada.

Para la institución de espionaje interno —que creció fundamentalmente bajo la sombra tenebrosa de J. Edgar Hoover—, es muy fácil hacer el inventario humano «terrorista». Usan el mejor viejo estilo de ese malandrín esquizofrénico, los métodos del macarthismo, la cacería de brujas anticomunista, la persecución de los luchadores por los derechos civiles y del movimiento antibélico que creció durante la criminal guerra de Vietnam, así que les basta con lo que llaman «sospecha razonable» para que una persona califique y sea incluida en sus archivos. Recordemos que le hicieron expedientes a Hemingway, Martin Luther King y John Lennon, por citar apenas tres entre los miles y miles de casos de la que prefieren llamar agencia de inteligencia y seguridad nacional en los documentos oficiales estadounidenses.

De nuevo, todo parece indicar que la mirilla del FBI combina un buen teleobjetivo con un ángulo ancho, de forma que el resultado es un voluminoso bulto donde confluyen a diario los 1 600 escogidos por el dedo de la paranoia, aunque para «tranquilizar» a algunos ingenuos o ciegos de intención, los federales aclaran que «no necesariamente representan un nuevo individuo, pues pudiera ser un alias o variante de nombre para una persona que previamente estaba en la lista».

En ese consuelo de tontos añaden que también a diario remueven de la lista 600 nombres y modifican 4 800 expedientes, y que apenas el cinco por ciento son ciudadanos de Estados Unidos o residentes legales permanentes. Y otro dato «filtrado» por el FBI apunta que el nueve por ciento en la lista de los «terroristas» está también en la relación de «no pueden volar». Para quien no lo sabe o recuerda, se trata de la prohibición puesta en vigor a partir de los atentados del 11 de septiembre de 2001, que impide a miles de individuos viajar en las aerolíneas estadounidenses o sobre el espacio aéreo imperial. No pocos dolores de cabeza e inconvenientes ha traído para muchos la tormentosa práctica y uno de los nombres más célebres que aparecía en el no-fly del binomio guerrerista W. Bush-Cheney era el recién fallecido senador demócrata Edward Kennedy.

El FBI que ahora encabeza Robert S. Mueller III, el séptimo director en 75 años de historia, argumenta para tanto archivo y tan larga lista —son más de un millón de entradas contando seudónimos y demás— que necesitan tener «información inicial» antes de cualquier investigación preliminar. Así de sencillo es el procedimiento que les permite hurgar en la vida de todos y casi inscribir a cada vecino en su clasificado de «amenaza».

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