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Belascoaín

En Belascoaín y Zanja, donde se halla ahora el minimax La Mía, hubo a comienzos del siglo XVII, un cachimbo para la fabricación de azúcar que enriqueció a su propietario. Para hacer posible ese trapiche, el hombre desmontó la arboleda y fomentó un cañaveral. En la misma esquina, pero en la acera de enfrente, cruzando Zanja, el café OK se preciaba de elaborar los mejores sándwiches de La Habana, lo que no estaba lejos de ser cierto. A pocas cuadras de allí, en el Café Strand, en la esquina de San José, caía abatido a balazos, en la noche del 11 de febrero de 1952, Alejo Cossío del Pino, ministro de Gobernación (Interior) en tiempos del presidente Grau, atentado con el que algunos pretendieron justificar el golpe de Estado del 10 de marzo. En el Hotel San Luis, en el número 73 de Belascoaín, pasó una temporada Rómulo Gallegos, el autor de Doña Bárbara y presidente de Venezuela, recién derrocado entonces. Y más allá, en el café Vista Alegre, en el trozo de calle que corre entre San Lázaro y Malecón, Sindo Garay y su hijo Guarionex, Graciano Gómez, Chepín y Manuel Luna, entre otros compositores e intérpretes, establecieron, en las primeras décadas del siglo XX, una especie de cuartel general de la trova cubana, y allí surgieron o se esbozaron, decía Eduardo Robreño, no menos de 50 de las más gustadas melodías de nuestro cancionero popular. En el hotelito o casa de huéspedes que abría sus puertas en los altos del Vista Alegre, nació, hace 90 años, Cristóbal Díaz Ayala, destacado musicógrafo cubano radicado en Puerto Rico.

De algunas de las curiosidades de la Calzada de Belascoaín se hablará  enseguida. Digamos de paso que fue el capitán general Leopoldo O’Donnell, el llamado Leopardo de Lucena, gobernador general de la Isla entre 1843 y 1848, quien le dio nombre a esa calle en honor de su amigo Diego de León, conde de Belascoaín, muerto trágicamente en 1841. Hasta entonces se llamó Calzada de la Beneficencia y corría entre la Calzada de San Luis Gonzaga —Reina— y la calle Ancha del Norte —San Lázaro—, esto es, desde la ermita de San Luis Gonzaga hasta la Casa de Maternidad y Beneficencia. Y en sentido contrario, sobrepasó Reina y llegó a Monte. Correría desde el mar hasta los Cuatro Caminos. Desde 1911 su nombre oficial es Padre Varela.

La ermita fue demolida en 1835 cuando se construyó el Paseo Militar o de Tacón —después Carlos III y ahora Salvador Allende. La Beneficencia corrió igual suerte a mediados de la década de 1950 cuando el Estado adquirió el vetusto caserón y el terreno donde se asentaba para construir el edificio destinado a Banco Nacional de Cuba, que luego de un minucioso proceso de remodelación y readaptación acoge al Hospital Hermanos Ameijeiras, aunque todavía el Tesoro de la Nación se guarda en las bóvedas emplazadas en los sótanos de esa casa de salud.

Cafés y salas de cine

En 1850 la urbanización de La Habana llegó a la Calzada de Galiano, con lo que el área urbanizada total alcanzó unos cuatro kilómetros cuadrados y la población fue de alrededor de 140 000 habitantes. Ese desarrollo prosiguió de manera ininterrumpida hacia el Oeste y ya en 1870 sobrepasaba la Calzada de Belascoaín, con una superficie de siete kilómetros cuadrados y unos 170 000 habitantes. La capital estaba encerrada entonces entre el río Chávez, el mar y Belascoaín, y para un habanero definitivo como Manuel Sanguily, todo lo que estuviera más allá de esa vía era, sencillamente «el campo». Belascoaín enlazó a San Lázaro con Monte. Como después Infanta enlazó a San Lázaro con Agua Dulce. En Monte y Belascoaín había una marisma. Se rellenó y surgieron los Cuatro Caminos. Ahí empezaba el camino del Cerro, que continuó hasta Quemados de Marianao gracias a los Puentes Grandes. De la Esquina de Tejas partió el camino de Jesús del Monte con su puente de Agua Dulce, del que el escribidor siempre escuchó hablar, pero nunca llegó a ver. El caserío de Jesús del Monte existía ya en el siglo XVIII. Dejó atrás ese camino el caserío de la Víbora y entró en Arroyo Apolo donde, en La Palma, se bifurcaba hacia Santiago de las Vegas y Bejucal, y, si se doblaba hacia la izquierda, hacia El Calvario y Managua.

Hoy, no queda ninguno de los establecimientos comerciales que animaron las esquinas de los Cuatro Caminos. El edificio del café El Central es el único que se mantiene en pie, aunque el café fue clausurado hace años. Una de las esquinas da asiento a un parque sin bancos y con una fuente sin agua. Otra, a un parque con asientos, pero sin fuente, y enfrente, un aire libre con su expendio de bebidas alcohólicas y comidas ligeras que no invita a entrar.

Precisamente en los portales del edificio que ocupó esa esquina ocurrieron algunos trágicos accidentes, recordaba el ya citado Eduardo Robreño. Los tranvías eléctricos que venían por Belascoaín y doblaban a la derecha para tomar Monte, lo hacían tan pegados a dichos portales «que en más de una ocasión tomaron desprevenido al despreocupado peatón y le dieron una “transferencia” que no había pedido».

Prosigue el autor de Como lo pienso, lo digo: «Para remediar estos males se colocó una reja de alambre que sobresalía hasta la calle, pero entonces al peatón lo comprimían contra la reja, y, en definitiva, hubo que darle un corte transversal al edificio para evitar esos accidentes, que según algunos vecinos viejos llegaron a alcanzar la docena».

Las salas cinematográficas son punto y aparte. El cine Cuatro Caminos, en Belascoaín entre Tenerife y Campanario, no existe. Tampoco existe el cine Oriente, en la esquina de San José. El cine Belascoaín (Astor) en Belascoaín entre Peñalver y Concepción de la Valla, está cerrado. El Bayamo (antes Miami) en la esquina de San Rafael, es una tienda del Fondo de Bienes Culturales. El Favorito, en la esquina de Peñalver, es sede de una compañía coreográfica. El cine Palace, en Belascoaín entre Virtudes y Concordia, es ahora un almacén…

La casa de los tres kilos

Aunque es una calle muy poblada de casas y edificios de vivienda, Belascoaín es también una calle eminentemente comercial, sobre todo a partir de Carlos III hacia el mar.

Frente al Templo Nacional Masónico, abría sus puertas la Casa de los 1, 2 y 3 centavos, más conocida como Casa de los Tres Kilos, hoy Yumurí, un comercio de tejidos, efectos eléctricos y útiles del hogar, que reabrió con ese nombre en la década de 1970 como parte de una cadena comercial llamada Amistad. Antes, pasando el local de la peletería Troya, llegando casi ya a San Rafael, y utilizando las facilidades de la tienda Le Grand París, había abierto sus puertas la peletería Primor, que fabricaba, en exclusiva, zapatos para muchachas que cumplirían 15 años o que contraerían matrimonio. De mucho nombre era El Siglo XX, en la esquina de Neptuno: dulcería, cafetería, repostería y comercio de víveres finos, que había avanzado con la centuria.

La Quinta Estación de Policía, en la esquina de Concepción de la Valla, fue tenebrosa por los crímenes, atropellos y torturas que allí se llevaron a cabo. En tiempos de Machado estuvo al mando del tristemente célebre capitán Constantino Albuerne, que por un pelito se salvó de que lo lincharan a la caída de la dictadura, y en los días de Batista, su supervisor fue nada más y nada menos que el sanguinario teniente coronel Esteban Ventura Novo. Allí funcionó además el Buró de Investigaciones de la Policía Nacional antes de su traslado a la Avenida 23, a la entrada del Puente Almendares. Hoy la vieja unidad policial es una escuela secundaria básica, mientras que el Instituto Superior de Diseño se ubica en la llamada Casa de las Viudas, en Belascoaín y Maloja, llamada así porque en la Colonia sirvió de albergue a mujeres cuyos cónyuges —todos oficiales del ejército español— habían muerto en su lucha contra la independencia de Cuba. Allí funcionó durante años el Ministerio de Salubridad.

Despertó en su momento muchos comentarios el crimen que quedó en el imaginario popular como el de la bella murciana, en Belascoaín y Nueva del Pilar. En Belascoaín y Virtudes fue baleado por militantes de Joven Cuba el auto en el que viajaba el periodista Ramón Vasconcelos, inmerso entonces en una campaña por la reivindicación del Partido Liberal que por su apoyo a Machado había sido inhabilitado por el presidente Grau. La llamada Pluma de Oro del periodismo cubano, el periodista más leído de la Isla, salió del incidente milagrosamente ileso.

Imposible hablar de la Calzada de Belascoaín sin aludir a sus almacenes y fábricas de tabaco y cigarrillos. Competidora Gaditana, el llamado «cigarro inigualable» en la publicidad de esa empresa, era, en lo suyo, el quinto productor cubano, e igual lugar, pero en lo que respecta la producción de tabacos, era la fábrica de la marca Romeo y Julieta.

La mujer que, por razones económicas o por la «deshonra» de haber dado «un mal paso», se veía imposibilitada de ocuparse de la atención de su hijo, podía entregarlo a la Beneficencia sin tener que dar la cara o revelar su identidad. Para eso, en la fachada lateral del edificio que daba a la calzada de Belascoaín, estaba el torno. Se colocaba en él al infante y el depósito giraba al toque de una campanilla. Del otro lado recibía al niño abandonado una monja de las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paul, congregación que atendía aquella institución semiparticular que trataba de suplir la incuria oficial en su intento de redimir males que el Estado no suprimía ni remediaba.

Al ingresar se daba a los niños el apellido Valdés en recuerdo de fray Jerónimo Valdés, un obispo que tuvo el noble gesto de darles el suyo y que mucho hizo por la salud y la educación de los más necesitados. Recibían allí educación y se les adiestraba para un oficio. A los más dotados intelectualmente, se les ayudaba si decidían a hacer estudios superiores. Un niño de esa Casa, Juan Bautista Valdés, se hizo médico y llegó a ser director de la institución. El poeta Gabriel de la Concepción Valdés, que haría célebre el seudónimo de Plácido, era también un expósito.

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