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Primera escuela de artes y oficios del continente celebra aniversario 125

Fundado en 1882, el Instituto Politécnico de Informática Fernando Aguado y Rico es fiel al latido humanista que lo creó

Autor:

Marianela Martín González

Por estos días se discuten tesis de graduación en la Aguado y Rico. Algunos hacen el comentario casi en forma de susurro. Otros, sin ruborizarse, dan por cierto que uno de los dos premiados en Latinoamérica con el Nobel de Química se graduó como perito químico en las aulas del actual Instituto Politécnico de Informática Fernando Aguado y Rico (IPIFAR).

Parece puro rumor, porque según recogen los anales del Premio, instaurado por el sueco Alfred Bernhard Nobel, ni el franco-argentino Luis F. Leloir, galardonado en 1970 con el lauro, ni el mexicano Mario J. Molina, en 1995, cursaron estudios en la otrora Escuela Superior de Artes y Oficios de La Habana. No obstante, el mito embruja el lugar.

Indudable sí resulta la eficacia con que desde el 2004 el legendario centro concreta uno de los proyectos más nobles de la Batalla de Ideas, consistente en graduar bachilleres y técnicos en Informática, capaces de impulsar el desarrollo del país a tono con el de las más modernas tecnologías.

ALTRUISMO

Visitar el referido Instituto, en el capitalino municipio de Centro Habana, es un ejercicio de regresión al pasado. No se trata de que allí se conserven relieves y otras obras de sus primeros alumnos y maestros: es un viaje a la raíz de la voluntad, que alude a compromisos inmutables al paso de los siglos.

Caminar por sus corredores, entrar a sus laboratorios, sumarnos al ajetreo que allí se vive, nos conduce a repasar el quehacer de cinco grandes cubanos que añadieron a las innumerables inquietudes del siglo XIX el futuro de las artes y los oficios en Cuba, e impulsaron la creación de una de las primeras escuelas preparatorias para esos fines en Latinoamérica.

La otrora escuela de Artes y Oficios graduaba a estudiantes procedentes de familias humildes. Foto: Archivo Junto a Carlos de la Torre y Huertas, Joaquín L. Jacobsen, Manuel Úbeda y Fidel Miró, el 30 de abril de 1882, Fernando Aguado y Rico fundó la Escuela de Artes y Oficios de La Habana, la primera de su tipo en la Isla, en el edificio de la Diputación.

«El gesto trascendió por su altruismo. Durante cinco años trabajaron sin recibir salario alguno; y ofrecieron de manera permanente estudios gratuitos a los ingresados, que en su mayoría procedían de familias muy humildes.

«Muchos eran hijos de esclavos o de libertos», comenta Dora María Boada Franco, profesora de Cultura Política del Instituto.

«Aguado y Rico, con solo 22 años, tuvo el mérito de obtener el consentimiento de las autoridades para abrir una escuela que sería formadora de hombres trabajadores. De hecho las clases eran en horario nocturno, porque por el día estos se buscaban la vida empleados o semiempleados».

Dora María Boada Franco. Dora especifica que en mayo de 1882 comienzan las clases en un local asignado en el propio edificio de la Diputación, establecido en la calle Empedrado número 32 esquina a Aguiar.

«Lo más importante es que desde su fundación se abogó por imprimirle el carácter científico, técnico y práctico que merecía la primera escuela técnica e industrial del país. Esto permitió que progresivamente se fuera modernizando hasta convertirla en una de las primeras y más competentes de América Latina.

«En aquella época hasta en Estados Unidos se reconoció la prominencia del plantel, y reiteradamente premiaron sus trabajos en eventos internacionales».

El centro inicialmente adquirió el nombre de Escuela Preparatoria de Artes y Oficios, y los profesores poseían en su mayoría títulos universitarios. Con el transcurso del tiempo los propios graduados asumieron la docencia.

En el curso 1885-1886 se sustituye el nombre por el de Escuela Provincial de Artes y Oficios a instancia de la Diputación Provincial, y es reformado el plan de estudios para adaptarla a las similares creadas en España. Entonces comienza a graduar constructores civiles, mecánicos y químicos industriales, y más tarde electricistas industriales.

LA PRIMERA PIEDRA

El lugar que ocupa actualmente la Aguado y Rico, en la calle Belascoaín, entre Sitios y Maloja, debe su ubicación a que en 1892 el gobierno español quiso celebrar el aniversario 400 del descubrimiento de América con algo grandioso, y adquirió el terreno para construir la nueva escuela.

El 15 de octubre de 1892 fue puesta la primera piedra del edificio que se inauguró dos años más tarde.

En 1915 comienza a reinar la preocupación entre los educandos. La burguesía manifestó abierta aversión por sus graduados, a raíz de la creación de la escuela de Arquitectura en la Universidad de La Habana.

A partir de entonces, sus estudiantes comprendieron el desprecio que inspiraba la institución, y en 1918 integran un movimiento de unidad que se consolida con el surgimiento de la Federación de Alumnos de Artes y Oficios.

«Surge a su vez una división en el claustro de profesores y aspira a la dirección el doctor Manuel Pérez Beato», explica la licenciada Boada Franco.

La trascendencia pública de esta situación es la justificación para separar injustamente del puesto de director a Don Fernando Aguado y Rico, luego de 36 años de desempeño meritorio, refiere la estudiosa.

«Para mantener la organización se fundó en mayo de 1927 la Asociación Privada de Carácter Deportivo Artes y Oficios Sport Club, la cual apoyó las actividades recreativas y deportivas, e incidió en que seis años más tarde, al caer la tiranía machadista, muchos de los factores que fraccionaban al estudiantado en la Isla no perjudicaran la unidad en este centro».

El 20 de mayo de 1928 se considera al plantel como la primera Escuela Tecnológica de Artes y Oficios de La Habana, y oficialmente adopta el nombre de Fernando Aguado y Rico, en honor a su fundador.

Ese mismo año, dado el carácter clasista que tenía la Universidad de La Habana, profesores y alumnos de la casa de altos estudios se opusieron a que el centro emitiera títulos de ingenieros, y de la misma forma se proyectó la Asociación Cubana de Ingenieros.

LAS AULAS DE HOY

Ser una escuela modelo, reconocida como referencia nacional y cantera de la Universidad de Ciencias Informáticas es uno de los argumentos más sólidos para ser consecuentes con el acto de buena voluntad que inspiró el surgimiento de la institución.

En el plantel —integrado por 21 aulas y 14 laboratorios de computación— se preparan como bachilleres y técnicos en Informática 1 340 estudiantes en el curso regular diurno, y en la sede universitaria, radicada en este mismo sitio, más de 80 profesores en formación cursan sus estudios superiores.

Disponer de la tecnología y el equipamiento de la institución sin limitaciones durante el horario docente, permite apropiarse de los conocimientos más modernos de las Ciencias Informáticas, reconoce Dayanis Montenegro, una de las jóvenes que en días recientes discutió su tesis de graduación.

Junto a ella otras dos estudiantes recibieron la puntuación de cien, gracias a la labor investigativa desarrollada con relación a la gestión de software.

«Las prácticas las realizamos principalmente en ETECSA y nuestro tutor, Javier Ferreira, nos enseñó muchas de las cosas que discutimos en este momento tan decisivo para graduarnos», alega Isabel Rodríguez, otra de las jóvenes.

Arisleidis Ruiz, en medio de la alegría por la alta calificación, no deja de expresar cuánto le debe al centro y sus futuros temores.

«Tuvimos profesores muy buenos, que nos enseñaron lo necesario del bachillerato y la especialidad de Informática, pero por encima de todo nos condujeron por caminos donde los valores humanos valen tanto como la instrucción.

«Nosotros pertenecemos al grupo que le tocó vivir la reparación del centro y realizar la carrera en cuatro años.

«Ya por suerte el plan de estudio varió y se le restó un curso. También las prácticas se realizan en los propios laboratorios del instituto porque tenemos todas las condiciones para hacerlas», precisa, y deja claro su incondicionalidad de trabajar donde la necesiten. Solo desea que exista contenido de trabajo y le permitan continuar superándose para no demeritar tanto esfuerzo.

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