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Arqueólogos de chiripa

El conjunto de piezas aborígenes descubierto recientemente en el patio de una vivienda en la ciudad holguinera de Banes, acaba de ser donado al Museo Indocubano Baní, perteneciente a esa localidad

Autores:

Héctor Carballo Hechavarría
Alberto Santiesteban Leyva

BANES, Holguín.— Son varias las interrogantes que envuelven aún al más reciente de los hallazgos arqueológicos acaecidos en el país, cuando cuatro jóvenes descubrieron fortuitamente 15 piezas aborígenes, mientras cavaban en el patio de la vivienda número 3603 de la calle Bruno Meriño de esta ciudad, con el propósito de construir una cisterna.

Tras varios días de estar recibiendo visitantes en su casa, la buena nueva ahora es que Marta Rodríguez Álvarez, en representación de la familia, hizo entrega de la referida colección al Museo Indocubano Baní, en un acto público en el cual su gesto fue reconocido por la comunidad y el colectivo de trabajadores de esa institución, que atesora más de 23 000 muestras aborígenes.

Los veinteañeros Leandro Argote Rodríguez, Alberto Rodríguez Roche, Manuel Julio Pérez y Pedro Cruz Rivas nunca olvidarán el instante en que se tropezaron con el primero de aquellos objetos, apenas a un metro de profundidad. Ajenos al gran acontecimiento al que asistían, el auténtico mortero indígena les incitó a gastarse bromas mutuas sobre que se habrían convertido en importantes arqueólogos.

La situación se tornó más sensata justo cuando intuyeron que no podía haber nada de casual en la similitud de las extrañas rocas, que continuaron apareciendo, una tras otra, bajo la tierra.

Las luces les llegaron de la mano del museólogo Luis Rafael Quiñones, a quien de inmediato convocaron al lugar. Hasta cierto punto acostumbrado a recibir este tipo de noticias, algunas de las incógnitas que todavía hoy invaden al especialista son precisamente el lugar y la forma inusual en que fueron localizados estos 15 morteros de piedra, de diferentes formas y tamaños.

En un territorio como Banes, reconocido como la Capital Arqueológica de Cuba y donde han sido estudiados alrededor de 120 sitios aborígenes, ninguno de estos ha sido focalizado hasta ahora dentro del perímetro urbano.

Con más de 20 años de experiencia en su labor, Quiñones asegura que necesitó varias horas de meditación y confrontación con otras muestras existentes en el museo Baní, antes de ofrecer cualquier veredicto.

«Aunque corroboramos que estamos en presencia de auténticas piezas de procedencia aborigen, sería muy aventurado hablar sobre si estas pudiesen guardar relación con algún asentamiento habitacional próximo al lugar, y esto es lo que resulta de suma importancia investigar a continuación», reflexionó el museólogo.

Tales consideraciones se embrollan mucho más cuando se advierte que si bien estos artefactos estaban acumulados en un espacio muy limitado, tampoco se hallaron otros indicios, como restos de dieta, conchas, huesos u otros instrumentos afines, que permitan vincularlos a una habitación en la zona.

El hallazgo es considerado como excepcional, además, dada la cuantía y la similar tipología de los instrumentos encontrados. En la generalidad de las excavaciones científicas realizadas con anterioridad no ha sido fácil coincidir con más de un elemento de ese tipo en un mismo lugar.

Elaborados en su mayoría con piedras de río, salvo uno, de roca caliza, llama la atención el hecho de que tampoco se halló alguno de los usuales pilones de piedra, con los cuales nuestros antepasados trituraron sus alimentos.

«Otros misterios son la edad y el grupo humano al cual pertenecieron; en algunos casos, pudieran llegar a unos 6 000 años atrás; pero son solo los cálculos inexactos de un museólogo», explicó el licenciado Luis Quiñones.

Entre las novedades se incluyen la presencia de oquedades en el anverso y reverso de uno de los morteros, así como otro con dos concavidades en una misma cara, «sofisticaciones» de las cuales tampoco se tenían muestras en la región.

«La suma de algunos de estos elementos nos hace incluir la posibilidad, también, de que alguna persona podría haberlos colectado y enterrado allí, como fruto de donaciones o excavaciones no controladas», reflexionó Luis Quiñones.

Tal teoría tiene sustento en la memoria popular banense, al afirmarse que en el mismo lugar del hallazgo estuvo emplazada una casa de empeños, durante los años 30 del siglo pasado, propiedad de una familia de origen español.

Lo cierto es que la última palabra la podrán ofrecer los expertos del Departamento de Arqueología del Ministerio de Ciencia y Tecnología en la provincia de Holguín, quienes comenzaron a sumarse a las investigaciones.

Fundado el 28 de noviembre de 1964, el Museo Indocubano Baní conserva la más importante colección de piezas aborígenes del país, entre la cuales figuran cerámicas, collares, cemíes o ídolos pertenecientes a las etapas fraguaalfarera, protoagrícola y agroalfarera.

En opinión de Luis Quiñones, este último descubrimiento ha sido el más importante ocurrido en la parte norte del oriente después del hallazgo, en 1986, de los enterramientos de Chorro de Maíta, protagonizado por un grupo de arqueólogos bajo la dirección del desaparecido Doctor en Ciencias José Manuel Guarch Delmonte.

Estudios antropológicos realizados determinaron a esta región del archipiélago como la de mayor habitación humana durante la etapa precolombina. Como una de las más adelantadas en la época, la cultura taína estuvo establecida en distintas zonas del territorio banense, destacándose entre estas el cacicazgo Baní.

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