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Crónica antigua de Remedios la bella

Aunque la localidad celebra 498 años, todavía está a debate la fecha exacta de su origen

Autor:

Luis Sexto

Malos y buenos documentos enrejan a San Juan de los Remedios entre lo verdadero, lo falso y lo dudoso; entre el misterio y la claridad. Hasta ahora solo su presencia muestra el sello de lo imborrable. Mágica, mística, poética presencia que la envuelve en títulos más literarios que históricos, aunque la historia la reclama por su primigenia antigüedad entre los pueblos cubanos.

El paisaje también la favorece. Y en la sabana los palmares se enlazan unos con otros acreditándola con el título natural de millonario traspatio de la palma real en Cuba. Nunca tantas palmas vido, habría dicho Colón si por el litoral del norte, en el centro de la Isla, hubiera echado el ancla.

Entrando en Remedios, el viajero podrá sentir que ha llegado a un pueblo donde cualquier cosa que se relacione con el misterio puede disponer de un escenario apropiado en calles y callejas, casas y palacetes. Muchos de cuantos han puesto con ánimo de cronista algunas letras en un papel o una pantalla de ordenador, han repetido ese término que induce a admitir lo fantástico, lo aparentemente inexplicable. Y por qué el signo de los pueblos embrujados se cuelga de Remedios, como otra historia apenas discernible, pero evocada. La llorona de la calle La Mar, los fantasmas de la ermita, la bailarina ectoplasmática de la calle de Jesús del Monte, el güije de La Bajada, la güira de Juana Márquez la Vieja, insinúan con sus rúbricas inseguras la interiorizada poesía que recorre a la que otros papeles clasifican exactamente como la octava villa de Cuba.

Uno de los misterios de Remedios duerme con los ojos abiertos en el zigzagueo de su nacimiento en esta ínsula. No existen argumentos para invalidarle el título de octava villa. Este título se acordaba a los pueblos con ayuntamiento. Y San Juan de los Remedios lo recibió en 1545. Pero ningún remediano se lamenta de ello. El privilegio de pueblo antiguo entre los más antiguos, lo exalta como el humus donde entre odios, abusos y crueldades coloniales, se enraizó también la nación y la patria moldeó sus pilares de independencia y solidaridad.

Olor de azufre

Ciertas actas de vieja y hábil caligrafía establecen que en San Juan de los Remedios el diablo usurpó cuerpos de humanos como si se hubiese multiplicado por su estridente potencia, aunque los fines de la llegada a tierra del gestor de las tentaciones se referían más bien a los intereses materiales de un cura que quiso convertirse en el primer vendedor de solares de la villa.

Don Fernando Ortiz necesitó un volumen, más bien un baúl de papel, para esclarecer ese episodio que la fe predominante en aquellos tiempos quiso prestigiar como verdadero, siendo solo un truco, un invento criollo en la crónica remediana. Sin embargo, el obispo Morell de Santa Cruz, de caritativa memoria, asentó en la relación de la visita eclesiástica a su extensa diócesis que Santa Clara, también llamada Pueblo Nuevo, debía su fundación a «la sencillez» del padre José González de la Cruz. Y cuando Su Ilustrísima tocó a San Juan de los Remedios, recogió y reprodujo un texto donde este cura resumió la guerra entre un representante de la iglesia y una cohorte de los infiernos, librada un siglo antes. González de la Cruz, párroco y además comisario local del Santo oficio de la Inquisición, había dicho que, desde «ha más de dos años que está entendiendo» en lanzar espíritus de diferentes criaturas poseídas.

Experto en aritmética infernal, en ese período de 24 meses el susodicho sacerdote confesó haber expulsado a 800 000 espíritus malignos. Pero no todos los habitantes de este archipiélago eran tan crédulos. Y en el apéndice del tercer tomo de los Tres primeros historiadores de la isla de Cuba, obras editadas en 1876 por Cowley y Pego, este último con imprenta en Obispo 34, en La Habana, se resume esa pelea entre las tinieblas y la luz en el cuadro dedicado a San Juan de los Remedios, «Tenencia de Gobierno y villa fundada en 1545».

Sintetizando, desde 1658 empezó a proponerse el traslado de Remedios. «Su población se dividió en tres partidos», uno capitaneado por el padre González de la Cruz, que pretendía se estableciese en su hato de Copey; otro por el padre Bejarano, que proponía emigrar hacia los predios de lo que es hoy Santa Clara. El tercero no aceptaba «ningún cambio». Y explica este libro que esos partidos se originaron «en virtud de los asedios y asesinatos que cometían en su asiento los piratas», principalmente el Olonés.

Al final de este suceso, hacia 1689, las autoridades de la isla ordenaron, con cierta violencia, la mudanza hacia el hato de Antón Díaz, donde se levantó Santa Clara. Pero parte de la gente siguió donde estuvo Remedios desde sus primeras chozas. Y sin invocar al demonio y sus raíces cuadradas, estacionémonos en lo más movedizo de esta historia. En este 2013, según lo confirmado, el pueblo cumple 468 años de haber sido distinguido como villa. Y qué reclaman los remedianos, por la voz apasionada y aún vigente del historiador Rafael Jorge Farto Muñiz, aunque su garganta se haya cerrado definitivamente. De este pueblo, cuyo ámbito persiste como la tinta de los códices antiguos y sus calles parecen sestear sobre el lomo de una tenue brisa espiritual, sus hijos reivindican el privilegio de habitar en el segundo asentamiento completamente español de esta ísola. Y por tanto, 2013 cierra el medio milenio del primeramente llamado Santa Cruz de la Sabana de Vasco Porcallo, y finalmente San Juan de los Remedios, nombre menos largo que sus 500 años.

Olores del tiempo

Los papeles, no siempre soportes de lo cierto, también defienden esa edad. Y deletreando, para sortear el equívoco de una lectura rápida, San Juan de los Remedios no pretende ser la segunda villa de Cuba, sino el segundo asentamiento levantado por los colonizadores con ánimo de vivir allí establemente. Otro de los tres primeros historiadores, Urrutia, no apunta fechas. Describe hechos y por los hechos pueden asociarse fechas.

El doctor don Ignacio José de Urrutia y Montoya escribió su Teatro histórico, Jurídico y Político Militar de la Isla Fernandina de Cuba en 1791. Y apunta, aunque sin abundar, que Vasco Porcallo fundó a Remedios en la costa norte, frente a un pueblo aborigen llamado Carahate, al «que llaman los nuestros Casa-harta», para llegar al cual había que cruzar un brazo de mar de «menos de una legua de la costa». Urrutia creyó, «por la tradición que aún se conserva», que esa aldea estaba en cayo Conuco, pero por esa misma razón considera que el asentamiento castellano no pudo ser en ese lugar tan inapropiado por estar fuera de la tierra insular, sino en el surgidero «que hoy nombramos Tesico» (…) «De allí se dice que fue mudada a una sabaneta poco distante, y últimamente al parage en que se halla actualmente, como una milla adentro de dicho Tesico».

El doctor Urrutia selecciona un dato de índole temporal que se entrega para legitimar con suficiencia la primacía de Remedios: fue «tan permanente y feliz Vasco Porcallo en su fomento...». Dicho a nuestra forma: perseveró en su sitio, sin intermitencias, la ranchería, y fue ascendiendo en tamaño y riqueza.

Según Farto Muñiz, el 3 de mayo de 1513 «llegan esos hombres al poblado de Sabana», también Sabaneque o Cavaneque. Se sobrentiende que es la zona que describe Urrutia. En abril de 1514, después de fundar Bayamo el 5 de noviembre de 1513, Diego Velázquez se despojó del yelmo y la armadura y empezó a dictar una carta al rey. Le informó a su majestad de los sucesos del año anterior, cuando ha explorado parte de la isla para poblarla, y siguió diciendo: «(…) Después los dichos cient ombres se fueron á una provincia que se dice Cavaneque que está en la costa del Norte, á 25 leguas del dicho río Caonao y desde allí anduvieron viendo y calando la tierra de las provincias subjetas á la de Camagüey y parte de la de Guamuahaya...» Y comunicó también que había ordenado «quedasen en la dicha provincia del Cavaneque cinqüenta ombres con los que obiese de cavallo…».

Parece concluyente lo expuesto, a pesar de su brevedad. Como Velázquez en su viaje de exploración, este cronista se adentró en los zigzagueos de lo desconocido. Se ha obligado a leer, para argumentar el derecho de Remedios al medio milenio de existencia. Y quiere concluir narrando su primer viaje consciente a esa villa, desde el barrio de General Carrillo. Si no se acuerda de haber nacido, como confesó Unamuno, tampoco recuerda el día cuando lo bautizaron en la parroquial mayor de San Juan de los Remedios, donde uno de sus tíos abuelos cumplió votos como hermano lego franciscano. Excava en su memoria. Y precisa cuando mamá, y él con seis o siete años, penetraron en el cementerio a dejar un ramo de rosas sobre la tumba de una tía recién fallecida. Después, visitaron a Juanita Laguardia, muy amiga de sus abuelos maternos.

Las evocaciones de este cronista son más fiables que el diálogo del padre González de la Cruz con Lucifer, a través de la negra Leonarda, esclava de Pascuala Leal. El notario público Bartolomé Díaz del Castillo, dio fe del acto con fecha de 4 de septiembre de 1682. Desde aquella primera vez, el que esto escribe recuerda a San Juan de los Remedios como una aneblada, amodorrada presencia entre olores a cosa antigua. Con esos ingredientes se estableció su identidad local. Y a pesar del pirático o diabólico asedio de la ausencia, a Remedios no se la ha trasladado: sigue dentro del cronista en el mismo sitio de la sabana, como hace 500 años.

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