Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Pedradas desde el cielo

Con este trabajo, publicado originalmente en 2013, JR recuerda la histórica granizada que conmocionó a los tuneros hace 53 años

Autor:

Juan Morales Agüero

LAS TUNAS.— Al filo de las dos y media de la tarde del viernes 29 de marzo de 1963, Enma Gutiérrez sacó media humanidad por el hueco de la ventana del comedor y fijó sus ojos castaños en las nubes. «¡Ñoo, va a caer tremendo aguacero!», dijo para sí.

Mujer precavida, corrió a recoger lo que tenía oreándose en los cordeles del patio. «Bien que nos vendría un chubasquito», pensó, mientras se echaba al hombro sábanas, blusas, toallas... Tuvo que apurarse. «¡Uff, gracias a Dios me dio tiempo!», se felicitó.

Ya dentro de la casa, se sirvió una tacita de café. «¡Qué rico!», murmuró. Estaba aún relamiéndose de gusto cuando se desató aquella tormenta horrible. Luego vinieron 40 minutos largos que los tuneros de la época no olvidarán en lo que les resta de vida.

Se sueltan los demonios

«Recuerdo que había una seca tremenda —apunta 50 años después el octogenario Alcides Viamontes—. Ese día el cielo se puso negro como chapapote. Los primeros goterones nos llenaron de alegría. Imagínese, uno pensando en las cosechas, en los animales... Pero cuando llegaron los granizos la cosa se puso fea. Nunca vi cosa parecida. Rebotaban como pelotas así de grandes en el patio. Estuvieron cayendo durante varios minutos, el tiempo suficiente como para que acabaran “con la quinta y con los mangos”».

Un corresponsal del diario habanero Revolución, destacado en la otrora Victoria de Las Tunas, resumió el insólito suceso con una breve frase: «El entusiasmo inicial de los tuneros se tornó pronto en preocupación». No era para menos. De súbito comenzaron a vivirse dramáticos momentos de angustia.

La tormenta no solo se volvió implacable, sino también letalmente agresiva. Y se buscó un aliado poderoso como pocos: el viento, que en ráfagas huracanadas llegó a alcanzar hasta 75 kilómetros por hora.

Llovió a cántaros, al punto de que los pluviómetros registraron casi 45 milímetros. ¡Y aquellos granizos, madre mía! Parecía como si un ejército armado de tirapiedras la hubiera emprendido contra la ciudad desde algún oculto escondrijo del cielo. El «bombardeo» comenzó a las 2:40 p.m. y terminó a las 3:25 p.m.

Secuela de una tragedia

Fue un desastre memorable. Uno de los más espectaculares en los anales citadinos. La siniestra cofradía agua-viento-granizo derrumbó viviendas, pulverizó anuncios lumínicos, echó abajo vallas publicitarias, quebró vitrinas comerciales, arrancó árboles y postes... En los repartos Buena Vista, Santo Domingo y Sosa dejó más de 25 personas lesionadas que requirieron de asistencia médica. Se interrumpieron, además, el fluido eléctrico y las comunicaciones telefónicas y telegráficas...

«Los granizos me acabaron con el techo de cinc de la casa —acota Luis Almaguer, un ex bodeguero de 80 años—. También desbarataron una caravana donde tenía encerradas ocho polluelas ya de comer. No recuperé ni las plumas. ¡Vaya usted a saber quién se banqueteó con el fricasé! Pero me dije: “bueno, más se perdió en la guerra. Y al que a granizo mata, a granizo muere”. Entonces recogí unos puñados en el patio y enfrié con ellos unas cervecitas que tenía guardadas. Así me desquité de la que me hicieron los granujas».

Ese día, el hielo y los escombros obstruyeron el tránsito en algunas calles. Como no había corriente, por la noche la gente se alumbró con velas y faroles. Por varias horas la incomunicación en la ciudad fue absoluta. Sufrieron daños el edificio de la planta eléctrica, la fábrica de piensos, el almacén del Mincin, la torre de Radio Reloj y más de un centenar de viviendas.

«La granizada fue tan descomunal que hasta tupió las canales de recoger agua de lluvia —rememora Ángela Cruz—. Las tejas de las casas quedaron relucientes». Y Reynaldo Contreras enfatiza: «A mí me sorprendió en un descampado. ¡Me dio una clase de tunda! Tuve que botar los paquetes que traía en las manos y echarme a correr en busca de un techo. Si no me tapo la cabeza el granizo me descalabra. Aun así, me llenó la espalda de chichones».

A mal tiempo... buen granizo

Pero... ¡genio y figura! Pasada la tormenta, muchos se lanzaron a la vía pública... ¡a festejar! No fueron pocos los que imitaron a Luis Almaguer en aquello de enfriar cervezas con las bolitas heladas. Realmente, había granizos en cantidades industriales: en los contenes, en los techos, en las oquedades...  Llegaron a formar bloques macizos de hasta 16 pulgadas de altura.

Remberto Yero era un chiquillo, pero recuerda que por entonces se estaba construyendo el alcantarillado de la ciudad. «Las zanjas eran hondísimas y se llenaron hasta el tope», asegura. Hay quien cuenta que algunos niños intentaron construir muñecos de «nieve», a imagen y semejanza de los infantes europeos en invierno.

El suceso trascendió más allá de la ciudad. Choferes de vehículos que consiguieron franquear las barreras de hielo interpuestas se llevaron hacia sus destinos los maleteros repletos de granizo, como prueba de lo ocurrido aquella tarde en los predios tuneros.

No faltaron los supersticiosos y los apocalípticos: «Caballeros, ¡recuerden que anoche salió el caballo blanco!», dijeron el día del célebre y helado «apedreamiento». Se referían a un antiguo mito local que habla de un indio sin cabeza a lomo de un corcel de ese color, cuyo galope nocturno por las calles de la ciudad presagia una inminente desgracia individual o colectiva.

No fue esta, empero, la única granizada tunera célebre. El colega Toni Prada, de la revista Bohemia, reseña otra quizá menos mediática, pero también digna de un sitio en la antología:

«El 10 de mayo de 1999, la localidad tunera de El Sigual sufrió una briosa tempestad que provocó la caída de esa falsa nieve durante aproximadamente ¡una hora! Esferas de tres centímetros de diámetro alfombraron de blanco alrededor de dos kilómetros cuadrados: en el terreno liso la capa se elevó 15 centímetros, mientras que en sus oquedades y arroyuelos rebasó los 50.

«Entonces falleció una anciana y hubo pérdidas considerables en la ganadería mayor y menor; los frutales (mango, mandarina, ciruela, etc.) quedaron sin hojas y sin frutos, así como los platanales y yucales. Y como a quien no quiere caldo le dan tres tazas, tres días después todavía quedaban residuos de las piedras formadas por los numerosos pedriscos fundidos sobre el yerbazal.

«Estas 72 horas de duración constituyen un récord nacional. Según estudios climatológicos realizados, la mayor persistencia de vestigios del hielo había sido de aproximadamente 48 horas».

¿La mayor granizada de Cuba?

El colega Orfilio Peláez, del periódico Granma, ha hurgado en el tema. Pero, a partir de un estudio del meteorólogo cubano Arnaldo Alonso, opina que la mayor ocurrida en nuestro país aconteció en la tarde del 11 de mayo de 1913 en los poblados de Falcón, Oliver y Caicaje, cerca de Placetas, en la actual Villa Clara.

A juzgar por los reportes de medios de prensa de la época, por causa de tan singular «bombardeo» se vinieron abajo allí muchos bohíos y 18 casas de tabaco. Por añadidura, murieron buena parte de las aves de corral y otras en pleno vuelo. Imagínense, algunos proyectiles helados alcanzaron los cinco centímetros de diámetro.

Dice Orfilio en un artículo: «Según el periódico El Mundo, en su edición del 14 de mayo, el granizo cubrió una extensión de cinco caballerías y formó una capa de media vara de altura*. Se afirma que un arroyo de la zona se cubrió tanto de hielo que las personas podían cruzarlo sin mojarse y que familias quedaron atrapadas en sus casas porque el granizo acumulado impidió durante un rato abrir puertas y ventanas.

«Al transcurrir el tiempo, el hielo amontonado comenzó a derretirse y los pobladores asistieron al espectáculo de contemplar, en pleno trópico, el cruce de pequeños “témpanos” arrastrados por la corriente del arroyo. Lo sucedido en esa zona de Placetas generó toda clase de especulaciones. Incluso, algunos periódicos llegaron al extremo de plantear que había nevado».

El granizo y sus récords

La enciclopedia virtual Wikipedia define al granizo como «un tipo de lluvia sólida compuesta de bolas irregulares de hielo. Su tamaño puede variar entre los cinco y 50 milímetros de diámetro e, incluso, superar esa medida. Su formación se origina con la presencia de una partícula sólida, que es arrastrada por fuertes vientos ascendentes dentro de la nube, a la que se le van adosando partículas de agua. Al ascender, se produce el enfriamiento de estas partículas, congelándose. Al llegar a la zona superior de la nube, el granizo cae hacia la tierra por su propio peso».

El citado Arnaldo Alonso asegura en una obra suya, titulada Climatología de las tormentas locales severas en Cuba, que el 48 por ciento de los granizos reportados en la Isla alcanzó menos de un centímetro de diámetro. Sin embargo, el autor admite que el 17 de agosto de 1982, en una zona rural de Ciego de Ávila conocida por Las 21, impactaron la tierra algunos de 8,8 centímetros.

Las dimensiones alcanzadas por granizos en otras latitudes son para persignarse. El 7 de septiembre de 2009, en la localidad argentina de Viale, cayó uno de 4,4 kilogramos de peso y 53 centímetros de diámetro, el mayor de los conocidos hasta hoy. Y si de catástrofes se trata, hay dos que estremecen. El 14 de abril de 1986, en un distrito de Bangladesh, granizos de hasta un kilogramo mataron a 92 personas. Y en la ciudad de Moradabad, en la India, otras 246 almas pasaron a mejor vida por la misma causa.

Otra vez Enma Gutiérrez

Cinco décadas después de la célebre granizada, Enma Gutiérrez se frota las manos y retorna a la actualidad. Por un instante echa un vistazo a la incipiente mañana y dice: «Hoy va a hacer un sol que rajará las piedras». Me trae un buchito de café. «Hasta otro día», le digo, ya en retirada. «Ha sido un placer», responde.

Salgo a la calle radiante de luz. Media cuadra después, vuelvo la cabeza y sorprendo a la mujer con la mirada castaña perdida en el cielo huérfano de nubes. Y me parece como si se reeditara la historia de aquella aciaga tarde, cuando Enma pronosticó el aguacero que fue el mascarón de proa de una de las granizadas más fabulosas ocurridas en Cuba en todos los tiempos.

*Una caballería equivale a 13,42 hectáreas y una vara a poco más de 0,8 metros.

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