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En zona de desastre

Para lograr la recuperación en el extremo oriental en el plazo más breve son necesarios la movilización de toda la sociedad, la solidaridad que nos caracteriza y las decisiones y el actuar precisos de un sistema que muestra todo su potencial y su talante humanista en condiciones extremas

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

Un huracán no es solo un fenómeno de la naturaleza, como afirman los meteorólogos. Metido por estos días en la piel de quienes padecen a Matthew, después del 4 de octubre, se cambia esa percepción demasiado naturalista, podría decirse incluso que reduccionista.

Los ciclones, que comienzan por ser, efectivamente, severos acontecimientos naturales, terminan convertidos en desafiantes fenómenos sociales. Si bien a largo plazo, como explican los estudiosos, estas violentas embestidas ajustan los posibles desequilibrios acumulados en el tiempo en el medio natural; en un muy corto plazo, en solo horas, provocan demenciales desequilibrios sociales y económicos.

Un huracán, sobre todo los de mayor categoría, somete a pruebas incalculables no solo a los sistemas de defensa civil, sino además a los sistemas sociales en todos sus órdenes, incluyendo las funcionalidades y disfuncionalidades estructurales, y la consistencia de la armazón de valores y concepciones sociales, económicas, políticas y filosóficas de una sociedad. La tragedia de Nueva Orleans cuando el Katrina es una muestra elocuente de ello.

Las estremecedoras imágenes y las no menos traumáticas historias con las que convivimos en el extremo oriente del país, sugieren que un ciclón de la intensidad de Matthew es, desde el punto de vista de los sistemas sociales, como una de esas temidas bombas de racimo que se lanzan por los poderosos de este mundo sobre pueblos indefensos.

Una vez que el ojo del huracán abandona un país, lo que deja detrás es una secuencia incalculable de tormentas: racimos de tormentas humanas, sociales, económicas… Cada familia que perdió su techo y sus bienes, cada palmo de sembradío derribado, cada almacén al que le volaron los techos, cada camino intransitable, cada poste eléctrico derribado, cada línea de tendido de comunicación cercenado, cada empresa colapsada… Quién podría cuantificar cuántos «cada» aparecen dramáticamente dispersos; muchos de los cuales deben solucionarse con la mayor urgencia, porque de lo contrario lo que sobreviene es el doble de la catástrofe que pudieron generar los fuertes vientos, combinados con las lluvias y las penetraciones del mar.

Pero no todo es posible restablecerlo en plazos mínimos. Ahora mismo, unas de las preguntas que pende sobre la cabeza de nuestro caimán, es cuánto será el tiempo que necesitaran cultivos fijos como los del cacao, el café y el coco, de los cuales depende buena parte de la economía general de esta zona, y también la de campesinos, cooperativistas y empresas estatales, y todos los que se sostienen de su relación con esas formas productivas.

El humilde conocimiento que tengo de estas tierras me permite adelantar que la recuperación agrícola será más compleja que en otras regiones, tanto por el tiempo de reposición de estas plantaciones de largo aliento, como por las dimensiones de las propiedades agrarias y el tipo de cultivos que soportan. El tiempo mínimo de cosecha, después de sembrada una postura de las variedades mencionadas, es de unos cinco años, y en no pocos casos se perdieron plantíos casi completos.

Las entidades agrícolas nacionales podrían contribuir mejor al objetivo de orientar, o incluso a apoyar con el envío de diversos tipos de simientes y posturas para cultivos de ciclo corto, así como de aguacate, diversos tipos de frutas y otras variedades que posibilitarían enriquecer el contenido de la recuperación.

Otro asunto serio es el tipo de árboles de sombra que tradicionalmente se usa en la región. El general Francisco González, Héroe de la República y un amante y conocedor de estas montañas, consideraba que debían irse eliminando los Júpiter, especie «grande por gusto», porque sus raíces superficiales los hacen presas fáciles de los fuertes vientos. En definitiva, se requiere de un esfuerzo técnico-científico y de extensionismo agrícola descomunal, sobre todo pensando en la presumible persistencia y severidad de los ciclones.

Y en los ecosistemas sociales ocurre igual que en los naturales. No todos cuentan con la misma fortaleza para afrontar ni las primeras, o las subsiguientes acometidas. Una gradación social que no puede ignorarse ni antes ni después que nos sobrevuelan los huracanes. En este sentido son de gran significación, entre otras medidas, la decisión del Gobierno central de bajar los precios de una vital gama de productos, pese a que no ha podido todavía garantizarse la presencia en las cantidades necesarias de un grupo de estos. Igual de relevante es la disminución a la mitad de los precios de los materiales para la reconstrucción de las viviendas, así como el anuncio de la entrega de créditos para esos fines, además de subsidios estatales para los más vulnerables económicamente.

Un sistema social como el cubano, que no descubrimos el agua tibia si reconocemos que acumuló diversas disfuncionalidades, que con la actualización y diversos proyectos se buscan corregir, muestra, sin embargo, todo su potencial sistémico y su talante humanista en estas condiciones extremas.

Aun cuando reconozcamos lo que pueden haber obrado la casualidad y el milagro, sobre todo cuando se evalúa lo abrupto de la geografía y lo disperso y frágil de los asentamientos humanos, más los que no atienden orientaciones, resulta asombroso y de relevante humanidad que Matthew no pudiera enlutar ninguna familia en Cuba.

Pasada esa difícil prueba, lo otro descollante es la movilización, no solo de la Defensa Civil, sino de toda la sociedad y su sistema de instituciones públicas, empezando por la máxima figura del Partido, del Estado y del Gobierno, y las entidades de la sociedad civil, para lograr la recuperación en el plazo más breve; y, desde el punto de vista simbólico, que todo ese enorme movimiento se funde sobre resortes sentimentales muy profundos de solidaridad social.

Pero aún ese sistema, ese engranaje elogiado y tenido por referente mundial, tiene que seguir ajustándose para que las fisuras, por insignificantes que sean, no lo debiliten. El propio Presidente del Consejo de Defensa Nacional, General de Ejército Raúl Castro, advertía en Santiago de Cuba, desde donde dirigía las acciones ante el paso de Matthew, que gobernar es prever; y en su recorrido por las zonas dañadas señalaba la necesidad de usar todas las experiencias acumuladas, entre estas las de esa zona indómita frente al Sandy, para evitar posibles errores u olvidos en la intensa fase recuperativa que vive el extremo oriental.

Desde la humilde posición de observador, entre los temas que podrían perfeccionarse aquí están la agilidad en la cuantificación y evaluación de los daños, el contacto de las autoridades locales, entre estos a nivel de Consejos de Defensa de zona con los afectados, la evaluación de los puntos donde expender los materiales para la reconstrucción de las casas por lo agreste y complicado de la geografía, las intermitencias, demoras y dispersión en la llegada de estos y la necesidad de información directa y oportuna, sobre todo en esos espacios, centros de la recuperación de las familias.

La mejor suerte de la recuperación se mide en las grandes obras, en esas que dejan perplejo al país por su agilidad, costo y eficacia, aunque también en una infinidad de detalles y sensibilidades más anónimos que es preciso reconocer, entender y ayudar a solucionar, para poder manejar adecuadamente el fenómeno social y económico que nos dejó Matthew, porque a ese sí podemos, con las decisiones y el actuar precisos, bajarle la categoría.

Las aulas menos afectadas por Matthew en el centro mixto Oscar Lucero Moya fueron acondicionadas para reiniciar el curso escolar.  Foto: Leonel Escalona Furones

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