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¿Quién fue nuestro último mambí?

Juan Fajardo Vega devino paradigma de la valentía y el decoro de los cubanos.Junto a este representante de las raíces de nuestra independencia se sembró un símbolo, un mensaje para las futuras generaciones

 

Autor:

Yuniel Labacena Romero

Juan Fajardo Vega, el último combatiente de las guerras cubanas por la independencia contra el colonialismo español, y de quien muchos niños, adolescentes y jóvenes escucharon hablar, probablemente por vez primera este lunes, a propósito de que fue extraída la cápsula con una mensaje a las nuevas generaciones —hoy se hará público— del nicho donde descansan sus restos en El Cacahual, fue un ejemplo de cubano y de patriota para todos los tiempos.

Hablamos de un hombre que ingresó en la lucha con el grado de soldado, el 10 de julio de 1897, con solo 14 años de edad, y luego con 77 respondió al grito de Libertad o muerte, dado por el Ejército Rebelde, así como colaboró con el Tercer Frente Doctor Mario Muñoz Monroy, bajo las órdenes del Comandante Juan Almeida.

Fajardo Vega nació un 15 de agosto de 1882, en Guayabal, poblado cercano a Contramaestre, en Santiago de Cuba, y fue parte de una familia pobre, sustentada en las labores agrícolas. Su madre, Isabel Vega Céspedes, pariente cercana del Padre de la Patria, quizá haya sido el vínculo que sembró en este mambí la sangre rebelde y que le hizo incorporarse a la Guerra de 1895.

Fue así que integró la escolta de Saturnino Lora, uno de los protagonistas del Grito de Baire, en el cuartel general de la división 2 de las tropas insurrectas, que operaba en las zonas de Jiguaní y Bayamo, y con posterioridad fue trasladado al regimiento de infantería de Baire, perteneciente a la brigada 1, de la misma división.

Sus otros seis hermanos se fueron también a la manigua, a ganar con las armas la libertad, y uno de ellos, Francisco, se sumó a las tropas de Antonio Maceo y Grajales y junto a él protagonizó la invasión de Oriente a Occidente. «Éramos siete hermanos y ninguno se vendió a España; todos combatimos contra el colonialismo», recodaría Fajardo Vega.

Pese a las penurias económicas de la época, el luchador independentista rehusó cobrar pensión alguna por su participación en la guerra, al considerar que no había ido a ella por interés material, sino por la libertad de Cuba. «Cada vez que la Patria ha estado en peligro, he dejado mis oficios y me he puesto al servicio de su defensa; y cuando volvía la paz, de nuevo a mis oficios. ¡Nada de estar viviendo de la Patria!», aseguró.

En aquella gesta trabajó, según narraría posteriormente, como un simple soldado: «Lo que hicieron enseguida fue darme tareas de armero. Reparar carabinas, fusiles, escopetas… Yo en la guerra fui ayudante de armero». Y es que siempre tuvo como principio hacer todo lo posible por recuperar el armamento que llegaba en mal estado. Recordaba a los jefes mambises bravos, batiéndose siempre en desventaja en cuanto a hombres y armas.

Siempre con el machete

La huella del último mambí, un combatiente centenario, se convirtió en bandera de combate.

Terminada la Guerra de 1895, no con la libertad de Cuba, sino con la intervención norteamericana en 1898, Fajardo Vega regresó a sus predios agrarios, donde aprendió el oficio de carpintero y adquirió conocimientos sobre mecánica de pailería. Durante la República Neocolonial participó en la sublevación del Partido Independiente de Color en 1912 y en el alzamiento de los liberales contra el reeleccionismo del presidente Mario García Menocal.

Y cuando llegó la guerra de liberación nacional, colaboró con el Movimiento 26 de Julio, para combatir a la dictadura del Fulgencio Batista. Aquella tarea de armero emprendida en la gesta independentista también la cumpliría medio siglo después, cuando era ya un anciano que frisaba los 75 años, con las tropas rebeldes del Tercer Frente, en plena Sierra Maestra.

A Fajardo Vega, el triunfo de enero de 1959 lo sorprende machete en mano; y desde entonces, siempre estuvo activamente vinculado con las tareas emprendidas para desarrollar el país y dispuesto a defenderlo desde su trinchera, como un humilde campesino. Quizá por eso, en una ocasión, el General de Ejército Raúl Castro Ruz lo calificó como un símbolo de la valentía y el decoro de los cubanos.

Herencia mambisa y rebelde

El último veterano mambí de nuestras guerras murió poco antes de cumplir 108 años de edad. Era jueves 2 de agosto de 1990, y a las 9:25 a.m. en el hospital militar José Joaquín Castillo Duany, de Santiago de Cuba, falleció. Según el criterio médico, fue un longevo excepcional y su deseso ocurrió por un paro cardiorespiratorio.

Días atrás, el anciano había caído de su propio lecho, sufriendo una fractura subcapital (en la cadera). Aunque fue atendida inmediatamente, el cuadro que se desencadenó posteriormente lo llevó a presentar complicaciones severas que no lograron resolverse.

El cadáver de Fajardo Vega fue velado en el museo de la localidad de Baire, donde durante 12 horas desfilaron frente al féretro decenas de personas. Luego, en la ciudad de Santiago de Cuba, también se rindió tributo a quien le correspondió el honor de ser el último de una generación que hizo historia con la Guerra de Independencia.

Al despedirlo en la Ciudad Heroica, Esteban Lazo Hernández, entonces primer secretario del Partido en la provincia, expresó que este mambí resumía «toda la gloria de la epopeya mambisa y nos entrega la bandera y el ejemplo de la generación de Antonio Maceo y de José Martí y de tantos héroes públicos y anónimos que se multiplican hoy en millones de cubanos».

El día 4 llegaron a la capital los restos mortales —por vía aérea— y a partir de las cuatro de la tarde fueron expuestos en el vestíbulo de la sede del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Al día siguiente, en las primeras horas de la mañana, continuó el tributo y se efectuaron las últimas guardias de honor ante el féretro del veterano mambí por parte de pioneros y estudiantes vanguardias, héroes nacionales del trabajo, personalidades del arte y la cultura, miembros de las FAR y del Ministerio del Interior, así como dirigentes del Partido y el Estado.

A las nueve de la mañana, el cortejo fúnebre partió hacia su destino final, pero antes se detuvo frente al Monumento a José Martí en la Plaza de la Revolución, donde se desarrolló una breve ceremonia oficial. Y posteriormente se trasladó al Mausoleo de El Cacahual. Allí se desarrolló la ceremonia de inhumación y despedida de duelo, con la presencia de Fidel y las palabras de Raúl, quien expresó que esta rica herencia combativa de mambises y rebeldes, es savia que nutre a nuestro pueblo.

Entonces, el lecho eterno de Juan Fajardo Vega fue ubicado entre las tumbas del coronel Juan Delgado, oficial mambí que rescató los cadáveres del Mayor General Antonio Maceo y del capitán Francisco Gómez Toro —el día de la caída de ambos—, y la del luchador comunista Blas Roca Calderío, bajo la sombra de los laureles, símbolos de la victoria.

Así se nos fue el último mambí, un hombre que no dejó obra escrita que lo inmortalizara, ni ningún poeta cantó sus glorias. Como hombre anónimo salido de lo más profundo de lo cubano, su misión fue darse a los humildes con los que compartió suerte como uno más, no tuvo grandes hechos de guerra, ni se distinguió por sus hazañas militares, pero sus ojos vieron al Ejército Libertador y a Antonio Maceo vivo.

Pero, ese 7 de agosto de 1990, cuando fue enterrado el último representante de las raíces de nuestra libertad, se sembró un símbolo, un mensaje a las futuras generaciones, para abrirse este 10 de octubre, cuando se cumplen los 150 años del comienzo de las luchas por la libertad de Cuba, pues como nos enseñó Fidel, siempre habrá hombres y mujeres capaces de morir por un pueblo como el nuestro.

 

Fuente: Enciclopedia colaborativa en la red cubana (EcuRed) y periódicos Juventud Rebelde del 3, 4, 5 y 7 de agosto de 1990

 

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