Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¡Qué has hecho, Maestro!

Por estas fechas uno quisiera cambiar la historia, «corregirte» el Diario…, bajar el brío de tu caballo y marcarle otra ruta para apartarte del camino de tres balas que, ¡bien lo sabías!, no eran para ti sino para Cuba

Autor:

Enrique Milanés León

Seamos sinceros: cada mayo nos invade el deseo de reprocharte que sentían distantes abuelos. El sentido por el viejo guerrero que echó a tierra su dolor apretando con fuerza la empuñadura del machete gastado por tantas cargas, por la cubana ignota que en la ciudad lloró a solas la sangre inundada de Dos Ríos sobre la manigua, o por el gran poeta que apartó las princesas instaladas en el nicaragüense palacio de su cabeza y estalló en un lamento azorado que no cesa de conmover: ¿Qué has hecho, Maestro?

Así es, Martí; en el fondo, más de uno quisiera regañarte. A ti, que bien supiste de amonestaciones familiares —mientras Cuba decía: ¡No tengo hijo mejor!— todavía quisiéramos reprenderte cual si el héroe, ¡vaya paradoja del pueblo que ama!, no tuviera el sagrado derecho de caer.

Tanto nos dejaste, a tu paso imparable y al trazo de tu pluma despalmada, que cualquiera puede suponerte centenario a pesar de tus escasos 42 eneros y de la única cana que, como estrella solitaria, halló un barbero en tu cabeza poco antes de que emprendieras viaje rumbo al sol. Fuiste un ser de una pieza, como poco se ve: niño adulto, joven viejo, hombre nuevo que no cesa de dar, a la patria y sus hijos, su íntima Edad de Oro.

Así que te dijeron Doctor, Delegado, Presidente, General… hubo hasta quien te llamó El Adivino, cuando eras simplemente el hombre que, por el bien de su tierra, desechaba todos los elogios en los agujeros negros de su eterna levita.

Martí: el Cauto y el Contramaestre no se crecen como en tus últimos días, pero por estas fechas uno quisiera cambiar la historia, «corregirte» el Diario…, bajar el brío de tu caballo y marcarle otra ruta para apartarte del camino de tres balas que, ¡bien lo sabías!, no eran para ti sino para Cuba. Aún nos persigue el mismo odio y tú sigues —mambisa estatua en Washington— parando en tu cuerpo el tiro que nos apunta.

Entonces, por mucho que deseáramos haber tenido más tiempo tu iluminada estampa de Apóstol en traje oscuro, no podemos pedir más a quien dijo y demostró aquello de «Sé desaparecer» y sin embargo no deja de aparecerse.

Lo sabes: más de uno quisiera regañarte por caer en la vida de tu flor, pero incluso en la fecha de tu muerte, recordando tu obra que nos unió, tu pueblo no puede más que celebrar la plena certeza de lo que has hecho, Maestro.

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