Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Todo pasa, todo llega

El despertar paulatino del comercio y la gastronomía en 15 territorios del país ha significado un alivio para la población, pero a la vez plantea desafíos

 

 

Autores:

Nelson García Santos
Hugo García
Haydée León Moya
Lisandra Gómez Guerra
Rosanyela Cabrera Viera

Como si por las puertas abiertas de las tiendas entrara a buen paso la normalidad, la gente desanda hoy en Cuba las arterias comerciales de ciudades y pueblos procurando lo que necesita o, sencillamente, enterándose de lo que hay, más allá de productos alimenticios y de aseo, líderes absolutos del comercio nacional durante los días de emergencia en que nos ha sumido el coronavirus.

El movimiento alrededor de los centros comerciales y gastronómicos es, quizá, la imagen más reveladora de que la vida busca retomar su curso, con nasobuco incorporado y sin tanto temor al contagio.

La última provincia en estrenar la normalidad pos-COVID-19 fue Matanzas (aún queda pendiente la capital del país). Sus calles cambiaron de rutina en un abrir y cerrar de ojos, en algunos casos mostrando la misma imagen de preocupante hacinamiento que en tiempos previos a la pandemia, como en las céntricas Calle Medio y 2 de Mayo.

El pueblo matancero ansiaba la reapertura de lugares recreativos emblemáticos de la provincia, que junto a las playas citadinas conformarán un conjunto de esparcimiento y disfrute en esta bien ganada etapa pospandemia.

Pero el regreso ha sido con estudiada cautela. En el centro cultural La Salsa, sede de una de las discotecas más concurridas del territorio, comenzó a funcionar este 25 de junio solo el restaurante y uno de sus bares.

Las unidades gastronómicas precisan del cumplimiento de estrictas medidas higiénicas.Foto:Lisandra Gómez Guerra.

Tanto en ese centro, dirigido por Artex, como en los emblemáticos restaurantes Polinesio y Bahía, comprobamos que se adoptaron las medidas higiénicas orientadas por el Gobierno y por ahora funcionan solo al 30 por ciento de las capacidades.

Arturo Falcón Monzón, director de La Salsa, comenta a Juventud Rebelde sobre medidas propias, implementadas en la nueva etapa. Una de estas es que ya no se entrega una carta-menú a los clientes: ahora la muestran digitalizada en cuatro televisores.

La otra, pensada para actuar rápido en caso de un rebrote en la ciudad, es que a la entrada del local se fotografía el carné de los clientes, y esa información se conserva en carpetas organizadas por días. Por supuesto, solo se accederá a los datos si alguien resulta sospechoso de portar el SARS-CoV-2, para localizar posibles contactos y cortar la cadena de transmisión a tiempo.

Falcón Monzón reconoce que la discoteca atrae mucho público juvenil, pero no será hasta la tercera etapa de recuperación cuando se pueda abrir. Tras una remodelación capital, La Salsa contará con capacidad para 800 personas en todas sus áreas, añade, satisfecho porque su colectivo resultó Vanguardia Nacional por quinto año consecutivo.

Otra buena noticia es la cercana reapertura (1ro. de julio) de las Cuevas de Bellamar, instalación del grupo Palmares, según confirmó Vivian Castillo Morejón, jefa de ese emblemático complejo turístico. La caverna está en óptimas condiciones. Habitualmente en cada recorrido bajaban 80 personas. Ahora se limitará a 30.

«En estas semanas hemos trabajado en el mantenimiento y embellecimiento», dice Reynaldo Cartaya Benítez, jefe de animación, quien junto al guía Alfredo Torres Cardín se esmera en la higienización de ese centro, de alta demanda entre cubanos y extranjeros.

María Sánchez García, administradora del famoso restaurante Cuevas de Bellamar, confirma que por ahora atenderán a solo 40 comensales, de 120 posibles. Para su colectivo no será un brusco despertar, porque en estos meses de pandemia se lucieron brindando comida a domicilio y por encargo, con muy buena aceptación.

Respiro deseado

Garantizar la reanimación plena de las ciudades no depende solo del Estado: deben reincorporarse trabajadores por cuenta propia en la medida en que reactiven sus licencias. Solo en Matanzas, en los primeros días ya habían retornado a sus actividades 7 887 negocios particulares, en su mayoría transportistas y vendedores de alimentos, pero también otros servicios.

En Casita FotoEstudio, el mecanógrafo Arnaldo Casanova Casanova explica: «Reordenamos las mesas y permitimos la entrada de una o dos personas a la vez. Presentamos la carta a la Dirección de Trabajo solicitando la reapertura y fue todo expedito en cuanto los especialistas de salud pública certificaron nuestras medidas higiénico-sanitarias.

«No hemos tenido mucha afluencia porque hay personas que no saben todavía que reabrimos y, además, porque al estar aún muy deprimidos otros trámites, hay poca demanda de imprimir documentos y fotos», puntualiza.

Tal vez porque aún son recientes las duras semanas de restricciones, el regreso de la población matancera a la vida pública es con calma, para que el embullo dure sin lamentar retrocesos.

Pensar los detalles

La Ciudad del Guaso se reanima, pero mucha gente va solo a mirar a las tiendas.Foto:Lisandra Gómez Guerra.

Es difícil, pero no imposible, organizar las ventas en todo el país cuando hay menos de lo necesario, lo cual implica hilar fino y evitar pifias. La nueva fase de apertura ha puesto bajo presión al comercio y la prestación de servicios, aventajados por la demanda de cualquier mercancía en venta, aunque se trate de juguetes o paraguas. (¿Obsesión por comprar?)

Un paneo sobre ese engranaje, que define la mismísima vida de una ciudad populosa como Santa Clara, muestra que todo transcurre con sus matices, diversos y hasta discordantes, revelados por ese enjambre que sale esperanzado en hallar lo añorado.

Reconozcamos el notable empeño que se realiza para satisfacer apremios, pero hay detalles que emborronan. Por ejemplo, ¿cómo reabrir la ciudad a su ambiente cotidiano y mantener los baños públicos cerrados?

Otro asunto delicado es el de los horarios. Se han ponderado los diurnos para la comercialización de mercancías, pero la gastronomía debería regirse por otras reglas más flexibles. Ahora limitan, por ejemplo, la venta de hamburguesas y pizzas en instalaciones céntricas y otros merenderos de la ciudad, hasta el final de la tarde, tal vez primeras horas de la noche, decisión que abarca también centros de alimentos elaborados para pagar en CUC.

Puede que esa medida responda a limitaciones de recursos, pero crea otra dificultad, porque mucha gente, al verse sin alternativas estatales, acude a cuentapropistas que sí extienden su horario, y frente a sus establecimientos se observan aglomeraciones durante la espera para entrar, aunque en su interior los dueños hagan el esfuerzo por cumplir con el distanciamiento.

Otro desliz que incomoda es que en restaurantes estatales solo oferten una bebida carísima, mientras el Decano, ron tradicional de esta provincia central, brilla por su ausencia. Paradójicamente algunos bares están cerrados por falta de ron, pero a los particulares les sobra.

A pesar de los pesares, el comercio y la gastronomía santaclareños tratan de satisfacer las expectativas de la población, y en cierta medida lo logran. Dentro de los locales se cumple la orientación del 50 por ciento, pero afuera algunos desesperan y se quitan el nasobuco para fumar.

En las colas, aún inevitables, a veces no va nadie a poner orden, y ¡allá va eso! No se acaba de espantar a oportunistas revendedores que actúan a cara limpia y sin compasión para hartarse.

Conjurar malos vicios

En la ciudad de Guantánamo, en la céntrica calle Pedro Agustín Pérez, una mujer se abre paso entre la gente en el portal de altos puntales de la tienda La República. Suda en su aparatosa salida, pero se le ve contenta. Coloca sobre el piso su mercancía y levanta los brazos en señal de victoria. El resto celebra con risas su ocurrencia.

«Mi hija parió en medio de la pandemia, a mi nieta ahorita hay que darle la fórmula y se nos rompió la batidora, pero acabo de comprar una ¡nueva de paquete! Ahora voy por allá, que sacaron ventiladores baratos», me comenta y se pierde calle abajo.

Y hacia allá fuimos, tras ella. La tienda Dita, especializada en equipos electrodomésticos, era un hervidero de gente. «Hay más personas que ventiladores, pero al menos unos cuantos se irán felices a sus casas», me dice Juana Estelvina Montes, quien sostiene en sus manos un pequeño cartón con el que han intentado, y hasta cierto punto logrado, organizar la venta.

«De los días de la pandemia debería quedarse, un poco más, la presencia de policías para imponer orden afuera; y dentro de los establecimientos, el control de la venta por parte de dependientes y administrativos, para cortar la cadena de la especulación justamente donde comienza», opina María Fernández Labat mientras espera su turno en la cercana tienda Los Muchachos.

Todo es más animado en el corazón de la ciudad del Guaso, foco comercial de la provincia, pero esas imágenes se repiten también en pequeñas tiendas y puntos de venta en repartos y barrios de las afueras de la sexta urbe más poblada de la Isla, y en todos sus municipios.

Todavía por debajo de la demanda, ya se vende de todo un poco, aunque sigan inestables productos alimenticios como aceite y embutidos, y otros de primera necesidad, cuya inestabilidad alimenta indisciplinas y especulaciones.

En un punto de venta de la calle 8, al norte de la ciudad, uno de sus dependientes se revela preocupado: «Aquí se aglomeran de pronto, cerca de la tienda, un grupo de clientes cuyas caras ya conocemos, y un rato después llega algún producto de primera necesidad.

«No sé cómo, pero se enteran primero que nosotros cuando van a traer aceite, por ejemplo, y se las ingenian para acaparar, lo cual causa mucho disgusto a las personas que llegan después y nos ponen a nosotros en tela de juicio. A veces, con tremendo descaro revenden el producto en los mismos alrededores del establecimiento».

Cerca de allí se opina sobre la venta controlada de cárnicos en la presente fase poscoronavirus. Los criterios se resumen en el testimonio del anciano Santiago Bermúdez Carmona: «Los productos están llegando muy bien, excepto la cuota adicional de pollo, que durante la pandemia era para todo el mundo y ahora, en esta fase de la recuperación, solo para niños y ancianos… pero no a la vez.

«Cuando llegó a mi barrio vine corriendo a comprarlo y me dijeron que ese de mi carnicería era solo para niños. Pregunté el mismo día en otra cercana y me informaron que allí llegó para ancianos. ¿Por qué no se dijo desde el principio que llegarían por separado y así se evitan las habladurías de que una cosa es lo que dicen arriba y otra la que se hace acá abajo?».

Napolitana a La Yayabera

En Los Parados se exige el uso del nasobuco para todo su personal de servicio. Foto: Lisandra Gómez Guerra.

El pequeño espirituano de siete años de edad Dylán Estocado Sierra asegura haber extrañado sobremanera las pizzas durante los cerca de tres meses que permaneció en casa. Su paladar jamás se resiste a ese plato con raíces en la ciudad italiana de Nápoles. Tanto es así, que a los pocos días de informarse que entrábamos en la primera fase de la etapa pos-COVID-19 reclamó a su mamá lo prometido.

«Ella me dijo que lo primero que haríamos al salir era comer pizza y estaba contando los días para poder hacerlo», dice el pequeño justo a la salida de la unidad gastronómica Los Parados, enclavada en una de las gargantas del parque Serafín Sánchez Valdivia.

No solo la familia de este simpático niño ha apostado por visitar el centro. En su interior, las escasas mesas (que hoy se dispersan por el local para lograr el metro y medio de distancia) se mantienen mayormente ocupadas.

«Desde que reabrimos el pasado domingo, Día de los Padres, ha sido así», asegura Ricardo Lázaro Pérez Cabeza, su administrador.

Un pomo con hipoclorito en la entrada y dependientes con nasobuco son otros de los cambios notables del recinto, donde se ofertan variedades de pizza, cremas, lasaña, canelones… En el área de elaboración, además, se exige el uso de gorros y se limpian las superficies constantemente con cloro y detergente.

Son medidas sanitarias que, en opinión de Ariel Fernández Martín, director del Grupo Empresarial de Comercio y Gastronomía en Sancti Spíritus, se cumplirán en todos los salones, bares y reservados dentro de los restaurantes, aun cuando solo se atenderá entre el 30 y el 50 por ciento de la capacidad de cada lugar: «Hemos tenido que explicar a nuestros clientes que si vienen más de cuatro personas no permitiremos unir las mesas, para evitar aglomeraciones».

En Los Parados resulta evidente, a través de sus grandes ventanales, que dicha decisión se cumple al pie de la letra. Esta unidad se mantuvo cerrada durante la etapa de cuarentena y solo ofertaba comida para llevar en uno de sus tres locales, ubicados en el área del bulevar.

«Pero no estuvimos interruptos: nos reubicaron en el programa de asistenciados sociales, y desde que conocimos que podíamos abrir nos concentramos en buscar los recursos. Por eso comenzamos el domingo y no hemos tenido que parar. Lo único que nos afecta es la ausencia de cerveza», acotó.

Retorno a La Criolla

No solo en las ciudades cabecera es un alivio el regreso de la gastronomía para consumir con calma, durante un paseo familiar que rompa con el agobiante enclaustramiento. A decenas de kilómetros del centro histórico de la ciudad del Yayabo, en el corazón del macizo de Guamuhaya, se disfruta nuevamente del más auténtico sabor de la cocina cubana en el minirrestaurante La Montañesa, ubicado en la comunidad fomentense El Pedrero, donde el buen gusto no menguó durante la cuarentena, cuando elaboraron alimentos solo para llevar a las casas.

Aquí la población recibe con mucho placer la reapertura del pequeño salón, que desde hace varios años deleita  con platos aptos para los más exigentes paladares.

Esta unidad de la empresa municipal de Gastronomía es muy visitada por los pobladores de la comunidad del plan Turquino. Según Edilson Carpio García, su administrador, como reabrieron al 30 por ciento de su capacidad expenden solo 38 raciones diarias, entre almuerzos y comidas.

«Ante la escasez de arroz en el mercado, ese es el producto que más compro en La Montañesa. Despachan dos raciones por persona, muy barato. También ofertan viandas fritas y potajes de buena calidad», contó Elvys Rodríguez Rodríguez, clienta asidua del minirrestaurante.

La oferta incluye bisté, cerdo guisado o en fricasé y otras variedades de plato fuerte. Parte del presupuesto lo destinan en el centro a comprar frutas en la localidad con el fin de elaborar mermeladas y dulces, como el de frutabomba, que completan el menú. ¡Ya quisieran muchos restaurantes citadinos un regreso a la «normalidad» tan bien condimentado!

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