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Estrenan en Cuba Yo serví al rey de Inglaterra, del director Jiri Menzel

El reciente estreno del ICAIC es un reencuentro feliz con este gran director que se renueva con energía y asombroso vigor

Autor:

Frank Padrón

Dentro de la vasta tradición de un cine que ha sacado amplio partido al arte culinario, se inserta uno de los recientes estrenos del ICAIC: Yo serví al rey de Inglaterra (2006), coproducido entre Eslovenia y la República Checa, y firmado por uno de los más prestigiosos realizadores de lo que fuera Checoslovaquia: Jiri Menzel. A él debemos una indiscutible obra maestra (Trenes rigurosamente vigilados, 1966) y más de un título extraordinario (Tijeretazos, Caprichos de verano, Mi aldehuela...).

A juzgar por su más reciente obra, Menzel no se ha dejado marear por los aires neoliberales que en buena medida pretenden socavar valores indiscutibles del pasado, incluyendo lo mucho que albergó el cine; no es nostálgica su mirada, pero tampoco entra en aquello del «borrón y cuenta nueva» de muchos de sus colegas y coterráneos.

Basado en la novela de Bohumil Hrabal, Yo serví... sigue a un gastronómico que, de humilde vendedor de salchichas en una terminal ferroviaria, se convierte en propietario de un rico hotel donde, en su veloz ascenso, llega a trabajar, mas la rueda de la fortuna es impredecible... Así, los planos iniciales nos lo muestran, ya viejo, saliendo de la cárcel; y los finales lo colocan en escenas de sus inicios: sirviendo cerveza en una humilde taberna.

Entre ambos polos se mueve esa historia contada mediante el método analéptico o retrospectivo, mas no de manera lineal, sino mediante saltos temporales los cuales alternan presente y pasado, tanto en la narración propiamente fílmica como en la literaria —a decir verdad, en ocasiones innecesaria— (sobresalientes ambas por su ironía y agudeza, así como por la casi perfecta simetría en los planos que sustituyen cada referencia cronológica, donde también hay mucho de homenaje al propio cine (mudo, blanco y negro, etc.).

Menzel sigue siendo aquel poeta que conocimos: la imagen en general es uno de los rubros encomiables de su nuevo filme; la fotografía y varios efectos especiales (sobre todo ópticos) enriquecen un trayecto donde apreciamos un engarce finísimo entre erotismo, prosperidad material/social y gastronomía.

El incipiente y rápido aprendiz de camarero asimila muy pronto algunas verdades: que hasta los más poderosos gatean por recoger unas monedas, y que los placeres de la cama están muy vinculados con los del paladar. De ahí que sean abundantes y tan hermosas como cualquier óleo valioso las escenas donde se potencia el segundo de esos asertos: la joven prostituta que se autobautiza con jugo de frambuesa mientras en su desafiante caminar provoca a las abejas; el adorno de su bello cuerpo con frutas y golosinas por parte del amante; la mesa buffet giratoria que tiene como justo centro (de lujo) una cortesana que también lo es, y a la que obsequian emocionados comensales bocados de tales delicatessen; o el hotel fabuloso donde los ricos clientes pasan de la cena a los juegos con los alimentos: verdadera antesala de muy cercanas prácticas eróticas.

Descuella en el filme su sentido coreográfico, más allá incluso de los momentos en que literalmente se baila: los andares de los camareros por los restaurantes, de los huéspedes por las habitaciones, de muchos movimientos dan la impresión de un inmenso y virtuoso ballet, para lo cual la música actúa como otro eficaz correlato.

Jan Dité, el protagonista, es un hombre pequeño de sueños grandes: no se detiene hasta millonario (como le enseñara desde sus inicios un cliente suyo, exitoso comprador-vendedor de cualquier cosa) y propietario de alguno de los hoteles en cuyo restaurante trabajó, pero la Historia le pasa la cuenta, y es ahí donde sin moralinas ni leccioncitas Menzel nos advierte sobre la sophrosine (moderación) que predicaban los griegos, o en versión cubana: tan malo es no llegar como pasarse.

Otra virtud de Yo serví... es, precisamente, su repaso del pasado checo, extensivo a buena parte de los vecinos geográficos en el cual se inserta la fábula: la creciente germanización del país que derivó en la ocupación alemana durante fines de la década del 30 y el despliegue del nazismo (al punto de que la región fue llamada «provincia checa del III Reich») hasta la derrota de los ocupantes por el socialismo triunfante. Jan pretende vivir al margen de las fuerzas históricas: inventa ancestros arios para conquistar a una joven alemana en detrimento de sus raíces y menosprecio de los suyos; pretende ignorar los cambios sociales cuando ha logrado su más alta aspiración...

No hay que renunciar a los sueños pero tampoco a los principios, nos recuerda el director, lección que parece haber asimilado el envejecido mesero cuando debe recomenzar en un apartado y desvencijado paraje, nuevos y peculiares vecinos... y la comida/bebida (de nuevo muy modestas, pero degustadas con igual o renovado placer) como eternas compañeras.

Por último, las actuaciones: todas muy logradas, comenzando por el Jan Dité joven (Iván Barnev), el cual se integra perfectamente al tono de agridulce humorismo de esta peculiar comedia, en un desempeño donde casi todo se expresa con el rostro y donde los silencios y los gestos son más expresivos que las palabras.

Yo serví al rey de Inglaterra es una rara avis en nuestra programación cinematográfica: un reencuentro feliz con un gran director que lejos de perder kilates creativos, se renueva con energía y asombroso vigor, y otra grata muestra de ese canon exquisito que nos recuerda cómo tantas veces el mejor cine entra también por la cocina.

 

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