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Jeannine Achón y las intermitencias del color

El pincel de esta pintora acompaña unas formas cada vez más abstractas, en las que el color insinúa el clima que requiere cada obra

Autor:

Toni Piñera

La obra de Jeannine Achón (La Habana, 1973) se presenta ante la mirada del observador desde el lugar en que convergen la sensibilidad, el misterio y la inteligencia.

En los trabajos que viene realizando en esta nueva etapa —expuestos recientemente bajo el título de Las intermitencias del color—, se observa una técnica que le permite a la artista incidir sobre la tela disfrutando nuevamente el placer del color, mientras que la libertad la guía en el encuentro de la mancha y la línea y en la distribución de luces y sombras que recorren las estancias de sus piezas. De este modo, intuitivo pero al mismo tiempo laborioso, encuentra el camino para ocupar con la razón, los espacios espontáneos que tiene la creación artística. Símbolos e imágenes se funden en un lenguaje donde año a año, el paso del tiempo le va otorgando la solidez de la experiencia.

Son 15 las piezas (acrílicos sobre tela) que «retozan» en la muestra Las intermitencias del color, donde la creadora juega con el título de una obra emblemática del coreógrafo Roland Petit (Las intermitencias del corazón), y sustituye los latidos del importante órgano por latigazos de color y gestos que otorgan movimiento a los trabajos, y nos lleva por caminos internos, desconocidos y, al mismo tiempo, cercanos, donde sentimos como las «venas» que se unen entre uno y otro cuadro, llevan una «sustancia» adentro: el color que cambia, se entremezcla como por unos vasos comunicantes de energía y sentimientos.

Porque Jeannine (graduada del Instituto Superior de Diseño Industrial, 1996) va consiguiendo aquí que sus cuadros representen un sentimiento y lo logra a través del trazo justo que da movimiento a la imagen. Surgen así líneas que a la manera de secciones organizan la lectura de la tela —cual un viaje— en su continuidad. De esta manera, se crea una tensión interna como resultado de un dibujo de contornos insinuados. La prolongación del trazo y el clima pictórico que lo rodea, sugieren la presencia de múltiples formas o de una sola en pleno impulso.

Todo aquello que se mueve a su alrededor, ya sea interno o externo, impresiona sus sentidos, y, luego, con rápidos gestos, pincel en mano, traduce en imágenes esas sensaciones que despliega en las telas para deleitar los sentidos. Cada uno de sus trabajos obliga a hacer una pauta, a leer de manera lírica el mensaje traído desde lo más profundo de su imaginación.

La artista, quien tiene a su haber las ilustraciones de más de diez libros de la editorial Gente Nueva, entre otros Poemas de La Edad de Oro, El canto de la cigarra, Diez cuentos africanos, al referirse a su pintura comentó a JR que cuando pinta «trato de abrir puertas y caminos hacia la imaginación del que está frente a la obra. No lo veo como un espejo, sino como un pasaje. A veces aparecen formas figurativas en lo abstracto. Son coincidencias, quizá intermitencias, y yo no las busco. Pero no las rechazo si aparecen».

El discurso estético de la pintora y diseñadora, posee, ante todo, una naturaleza eminentemente interna, llega desde lo más profundo de su ser. Pues, un cierto misticismo mueve los mecanismos creativos de Jeannine, donde los procesos mentales y materiales conforman un flujo indistinto. Cada nuevo cuadro nos introduce en una vivencia fantástica en la que la imaginación recrea una sucesión de cortes y quebradas. El pincel acompaña unas formas cada vez más abstractas y el color insinúa el clima que requiere cada obra. En algunos, una paleta fría y monocromática da cuenta de un sentimiento triste, en otras, las tonalidades se complementan creando un tiempo festivo. Todo alude a la presencia de una pasión ilimitada que late adentro (como ese corazón sugerido en el título de la muestra que se siente y no se ve) y que al compás de una música interna o externa —tal vez— interpreta en la escena de la blanca superficie, ya coloreada, una metáfora para la vida.

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