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Falleció el destacado crítico y ensayista cubano Rufo Caballero

Provocador nato, apasionado como pocos, de inteligencia y cultura vastísimas, supo que hay algo muy por encima de nuestros tamaños: la suerte de Cuba y de su cultura

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

El estremecimiento permaneció por unos minutos. Después sobrevino una tristeza inexplicable: Rufo Caballero, el crítico eminente, el maestro, el artista, el amigo sincero, nos había abandonado sin tiempo para las despedidas.

Todavía debe permanecer en su buzón electrónico el mensaje que quedará sin contestar, donde le pronosticaba un 2011 en el cual no me cansaría de abrazarlo por sus éxitos seguros, cuando al fin salieran a la luz Seduciendo a un extraño y Nadie es perfecto, sus nuevos libros que yo esperaba con ansiedad, como mismo aguardaba su ensayo visual Sobre tus ojos…

La muerte debería estarle prohibida a seres humanos únicos, elegidos. Solo alivia la certidumbre de que hay seres que dejan tras sí una obra profunda. En su caso, artículos, ensayos, críticas, libros que reúnen textos de excelencia, analíticos, bien escritos, certeros; líneas de culto publicadas muchas veces aquí en Juventud Rebelde, que años atrás se convirtió en su principal casa.

Provocador nato, apasionado como pocos, de inteligencia y cultura vastísimas, dueño absoluto de la palabra, a «elmalacabeza», al «sobrino cubano de Scorsese» le encantaba avivar el debate, retar a las neuronas adormiladas. Y ahí estaba Rufo tomándonos desprevenido con su defensa legítima y sincera del reguetón. No faltaron entonces quienes llegaron a pensar que solo intentaba llamar la atención, como si Caballero hubiese necesitado esos trucos trasnochados cuando, como pocos, era Doctor en Ciencias por partida doble.

Ese Rufo era el mismo que sobre todo emocionaba mientras enamoraba a sus seguidores con artículos inolvidables, como aquel donde explicaba el secreto del arte de Alicia Alonso, o los otros donde insistía en comunicarse a toda costa con la «gente buena», invitándolos al diálogo con su fabuloso sentido del humor. Y siempre reverenciando a sus maestros: Roberto Fernández Retamar, Beatriz Maggi, Eusebio Leal, Humberto Solás, Julio García Espinosa, María Teresa Linares...

Cierro los ojos y lo veo jovial, incisivo, esclarecedor, conduciendo el «complejo» panel El placer de lo prohibido (versaba sobre la censura y la autocensura) en pleno «karaoke», como gustaba nombrar al evento teórico Caracol de la UNEAC; y esa misma imagen de hombre de pensamiento se repitió en su peña Provocaciones, que desarrollaba en la sala Villena de dicha institución; en los foros teóricos del Festival Internacional del Cine Pobre Humberto Solás, en El caballete de Lucas o en la inolvidable Columna que nos sentaba gustosos y atentos frente al televisor.

Entusiasta de la pelota (industrialista convencido), espectáculo que disfrutaba tanto como al ballet, las artes plásticas o el cine, el también autor de títulos a los cuales habrá siempre que volver, como Lágrimas en la lluvia. Crítica de cine 1987-2007; y Agua bendita. Crítica de arte, 1987-2007, donde analizaba casi un siglo de artes visuales en Cuba; gozaba el placer de reunir alrededor de sí a las nuevas hornadas de críticos, la mayoría resultado de sus enseñanzas en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana o en el Instituto Superior de Arte, para que lo acompañaran, por ejemplo, en cada salida de De película, la sección de crítica de la revista Cine Cubano que coordinaba.

Extrañaré infinitamente al amigo, al ser humano extraordinario, de academicismo auténtico y despeinado, valiente y lleno de esperanzas, quien confiaba en «lo mucho que podemos echar pa’lante sacudiéndonos los resabios. Los libelistas siempre aprovecharán para las arremetidas que conocemos, pero ¡a la espalda!». Así recordaré a Rufo Caballero: como un cubano gozador que bailaba con los Van Van con ligereza inusual y que hablaba sabrosamente y con una cubanía infinita; uno de los nuestros que en tiempos de egos y tonterías supo que hay algo muy por encima de nuestros tamaños: la suerte de Cuba y de su cultura.

Murió mi amigo Rufo Caballero. «Cierto: soy muy consciente de lo frágil que es la vida y, por tanto, escribo y vivo atento a las razones de los demás, que pueden y suelen ser más provechosas que las mías», me escribió no hace mucho. Lo digo con toda la certeza: el golpe es terrible para Nidia, su mamá; para Mayra Pastrana, su compañera más leal; para la cultura cubana, y la crítica de arte y literaria; para sus alumnos, pero, sobre todo, para quienes tuvimos la dicha de contarlo como fiel amigo. Mi deuda para con él será eterna. Ojalá y en la ya irrecuperable distancia física nos siga iluminando.

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