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Diálogos de Titón con los cubanos

El desaparecido realizador cubano Tomás Gutiérrez Alea (Titón) deja su impronta en documentales como Muerte al invasor, el cual surge de su participación como corresponsal de guerra en Playa Girón

Autor:

Joel del Río

Ahora que han pasado tres lustros de su desaparición física, urge revisar el legado cinematográfico de Tomás Gutiérrez Alea. En tiempos cuando las nuevas tecnologías permiten el acceso irrestricto a la fabricación audiovisual, en momentos en que algunos filósofos y teóricos siguen postulando las postrimerías de la cultura y el arte, el fin de la historia y del autor, las películas que consiguió hacer el director de Fresa y chocolate permanecen en estatus paradigmático gracias al espesor intelectual que exudan.

No es demasiado conocido que en 1961 Gutiérrez Alea participó como corresponsal de guerra en Playa Girón, en la realización del documental Muerte al invasor, que formó parte del Noticiero ICAIC Latinoamericano, dirigido por Santiago Álvarez. Además de empeñarse en cronicar los tiempos pasados y presentes de la Isla, desde sus primeras películas, más o menos logradas, Historias de la Revolución, Cumbite o Las doce sillas, Gutiérrez Alea se consagró a la eliminación de las fronteras entre lo culto y lo popular, entre la alta estética y el entretenimiento, a delinear el perfil de una cinematografía nacional que se acercara a su público natural sin distanciarse de los paradigmas artísticos universales, ni enajenarse de las corrientes más actuales del cine moderno como el neorrealismo italiano y la nueva ola francesa.

En su constante búsqueda de un referente cultural y artístico que le permitiera encausar sus propias inquietudes, es sintomático que poco después de concluir su segundo largometraje de ficción, Las doce sillas, Gutiérrez Alea dictara un ciclo de conferencias sobre Billy Wilder en el Palacio de Bellas Artes. La influencia del cineasta austriaco, el mejor narrador y comediógrafo del cine norteamericano, el autor de Algunos prefieren quemarse y El apartamento, saltaría a la vista en el homenaje a la comedia de golpe y porrazo, con matices de humor negro y humorada italiana sureña, que sería La muerte de un burócrata, la película cubana que se adelanta a la costumbre posmoderna de la cita y el homenaje en medio de su delirio antidogmático.

La burla a la solemnidad, las críticas sardónicas a la hipocresía, el estancamiento, la pasividad y los prejuicios pequeño burgueses en Memorias del subdesarrollo, Los sobrevivientes, La última cena y Hasta cierto punto, trascienden la invectiva oportunista y de ocasión para proveer la vertical reflexión de un artista preocupado por el futuro de su país y en pleno acercamiento a la historia y las tradiciones nacionales.

Para mediar en esa proximidad a la inmediatez, y registrar el impacto de los cambios operados por la Revolución desde la psiquis de un inadaptado, Memorias del subdesarrollo (1968) se inspiró en la novela homónima de Edmundo Desnoes, combinó documental y ficción, retrato íntimo y crónica social; y así terminó de confirmar las dos grandes tendencias temáticas de la obra creada por Gutiérrez Alea: las relaciones entre el poder y el individuo; y la frustración y la muerte vistas mayormente en un estilo sarcástico, rocambolesco, que recupera la mejor tradición del cubanísimo choteo.

En La muerte de un burócrata y Memorias del subdesarrollo se trasciendió por completo el punto de partida neorrealista pues a Gutiérrez Alea jamás le preocupó reflejar fielmente la realidad, sino criticarla, exagerarla, deformarla, y así provocar al espectador. Ya en los años 70 y 80, sus filmes se distanciaron aparentemente de la contemporaneidad para investigar en los orígenes de la nación o en los vicios del pasado republicano. Una pelea cubana contra los demonios (1971), La última cena (1976) y Los sobrevivientes (1978) marcaron el auge de una expresión metafórica, tangencialmente referida a problemas del presente.

Su indagación acerca de los orígenes de la nación lo llevó incluso a colaborar en la dramaturgia de El otro Francisco, ópera prima de Sergio Giral, basado en la primera novela antiesclavista cubana, escrita por Anselmo Suárez y Romero en 1839. Sin embargo, tampoco se conformó con refugiarse en el análisis del pretérito —evidente también en su regreso al documental para realizar el corto El arte del tabaco— y colaboró con el guión, y luego con la terminación, del largometraje filodocumental De cierta manera, cuando su realizadora Sara Gómez falleció antes de poder concluirlo.

En la misma cuerda de De cierta manera, en su análisis de la contemporaneidad, los problemas raciales y los sectores menos favorecidos de la sociedad, Titón realizó luego la autorreflexiva y controversial Hasta cierto punto (1983) y luego, haciendo alarde de versatilidad, la retro, literaria y romántica Cartas del parque (1988), inspirada en un pasaje de El amor en los tiempos del cólera, la popularísima novela de Gabriel García Márquez. El escritor colombiano estaba al centro también de Contigo en la distancia, un cortometraje realizado en México en 1991, y apenas conocido en Cuba.

En los años 90, Gutiérrez Alea le dio continuidad a su poética risueña, racionalista y adolorida con Fresa y chocolate (1993) y Guantanamera (1995), en codirección con su discípulo Juan Carlos Tabío, que resultan sus dos filmes postreros. Ambos representan el pleno retorno a la temática contemporánea, a un cine de sesgo crítico e intelectual que resultara atractivo para el espectador y ofreciera disfrute estético a una gran cantidad de personas.

A Tomás Gutiérrez Alea jamás le interesó la propaganda política ni el elitismo, pero siempre se pronunció apasionadamente a favor de la autonomía intelectual y las virtudes que provee el conocimiento. Fresa y chocolate conforma, junto con La muerte de un burócrata, Memorias del subdesarrollo, La última cena y Hasta cierto punto, un mural donde se representa a los cubanos tal como somos, sin idealización ni conformismo. Y para lograr tan formidables creaciones, o similares, hace falta en primer lugar, cultura, rigor intelectual, compromiso con el destino de la nación, y el valor de correr todos los riesgos, menos el facilismo y la conformidad.

Tomás Gutiérrez Alea se valía de todas estas cualidades para enfrentar su oficio de cineasta. Y todas estas cualidades son muy necesarias, por mucho que algunos sigan pensando que hoy por hoy basta con una cámara, tres actores y una computadora programada para editar.

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