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Jaquinet o la sorpresa constante

El artista camagüeyano Dagoberto Jaquinet no deja de sorprender al público con su labor como ceramista, restaurador, pintor y dibujante

 

 

Autor:

José Veigas

Quien haya seguido de cerca la obra artística de Dagoberto Jaquinet Cejas (Camagüey, 1942) debería considerar que este no deja de sorprender con su labor, siempre ascendente, constantemente superada. Conocimos primero al restaurador experimentado, con el aval de cinco años de estudios en Polonia; luego, no recuerdo en qué orden, fuimos descubriendo al ceramista, al pintor, al dibujante…

Cuando publiqué el libro Escultura en Cuba siglo XX, auspiciado por la Fundación Caguayo, recibí algunas críticas por no incluir a artistas que practicaban la cerámica escultórica. No importa mucho discutir ahora si tuve o no razón, pero sí debo reconocer que uno de los «excluidos» fue precisamente Jaquinet. Hoy, quizá, rectificaría este criterio motivado más por cuestiones relacionadas con el espacio editorial y la presión por los plazos de entrega de la investigación, que por cuestiones conceptuales.

A la altura de 2012, Jaquinet ha acumulado una experiencia notable en el campo de la escultura no cerámica y ha emprendido un rumbo que lo ha llevado a explorar los predios transitados por los escultores Sergio Martínez Sopeña y Héctor Martínez Calá, quienes a principios de los 70 y también durante los 80 del siglo pasado, sacudieron, de cierta manera, la somnolencia creativa que padecía la escultura cubana por aquellos años; época, por demás, tan vilipendiada aunque poco estudiada. Por supuesto, no se trata en el caso reciente de Jaquinet de reproducir la experiencia sino de enriquecerla a partir del empleo de una técnica que se le asemeja.

Para los que transitamos durante la 11na. Bienal de La Habana por la céntrica calle de Zanja, sorpresa aparte, no pudimos evitar apearnos del vehículo y cruzar la avenida para ver de cerca un conjunto escultórico que era la propuesta del artista en ese evento, ubicado exactamente en el frente del Complejo Cultural Residencial de la Enseñanza Artística. Más allá del asombro inicial al encontrar aquella mole imponente, se hace evidente el oficio que ha desarrollado en el manejo de la técnica de la escultura realizada con varillas de soldar.

Más tarde, cuando encontré al autor, no hice preguntas acerca del tiempo empleado en crear esta pieza, el arte, en fin de cuentas no tiene nada en común con el cumplimiento de planes. Lo significativo es el resultado final y que el producto derivado del esfuerzo y talento humanos sea importante para alguien. Un burócrata ante estas esculturas comenzaría a calcular: ¿cuánto costó producir esta pieza? y ¿cuánto tiempo se invirtió para su realización?

Para las personas que ven el arte de otro modo, más como un placer o una reflexión, estos criterios son inaceptables y me encuentro entre los que consideran que cada obra de arte debe ser analizada en su contexto y en su devenir, ya sean las más tradicionales. como las que se encuentran afiliadas a las nuevas tecnologías; pero a Jaquinet no se le puede ubicar en ninguno de los dos extremos ya que su actividad artística se halla equidistante entre ambas corrientes.

Su escultura actual, desde el punto de vista de su desenvolvimiento, está vinculada a tendencias renovadoras de la escultura cubana que se manifestaron desde principios de los 70 aunque no tuvieron, en aquel momento, mayores derivaciones. El mejor ejemplo de aquellas experiencias es el Don Quijote de América, de Sergio Martínez Sopeña, 1979-1980, emplazado en el parque de 23 y J, La Habana. Treinta años después retoma Jaquinet el tema del caballo, aunque de personaje literario pase a convertirse en ser semimitológico y multiplicado, como es el caso de Psiquis, Razón y Deseo, título alusivo al nombre de cada uno de los equinos que conforman el conjunto escultórico.

Los antecedentes de esta pieza monumental, elaborada en alambrón soldado y soplado, se encuentran en su exposición Aves de paso, inaugurada en la galería Teodoro Ramos Blanco, en 2007, donde se planteó, por parte del curador, un diálogo entre pintura y escultura que constituyó, de cierto modo, la génesis de los Caballos marinos recientes. Solo que en este caso, la proyección se agiganta y la individualidad se funde, la tridimensionalidad del objeto se remarca con audacia y, precisamente por esto, la pieza debe recorrerse a pesar de su relativa frontalidad. Resulta una obra difícil para observar de prisa y con indolencia. Aunque la vista es el sentido fundamental en las artes visuales, muchos transeúntes querían sentirla, y la acariciaban como si fueran mascotas.

En fin, la obra de Dagoberto Jaquinet nos propone una persistente renovación del proceso creativo a lo largo de los últimos 30 años, y este hecho irrebatible conllevó al título de estas palabras.

 

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