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¿Y qué me dicen de estos papás?

Comparados con estos mártires de la paternidad, ¿no podemos considerarnos afortunados los padres de la especie humana?

Autor:

Juan Morales Agüero

Los padres buenos no son exclusivos del género humano. ¿Buscar al niño al círculo infantil? ¿Cambiarle el pañal alguna que otra vez? ¿Llevarlo de paseo al parque los domingos? Bah, cualquiera de esos deberes es una bicoca al lado de lo que la paternidad les exige a ciertos progenitores del reino de los animales. Propongo echarles un vistazo a estos ejemplos.

Una especie de tilapia macho no prueba bocado mientras nacen sus crías. ¿Motivos? Carga los huevos en la boca durante las dos semanas de la incubación. Cuando las posturas sacan, los pececillos nadan por las cercanías. Pero si surge algún peligro, papá-tilapia abre su enorme boca y las crías entran a  ocultarse dentro. Pasado el apuro, salen  como si tal cosa.

El kiwi de Nueva Zelanda, una pequeña ave no voladora, lo hace casi todo, pues es la hembra la que manda en el «hogar». Ella se limita a pone el único huevo, para que él se le siente encima y lo empolle durante 80 días, oculto en una madriguera subterránea. En el ínterin, papá kiwi apenas se alimenta, por lo que suele perder hasta la mitad de su peso. Por suerte para él, su polluelo abandona el nido a la semana de nacido.

Algo similar hace el pingüino emperador. Cuando su pareja echa al exterior la postura, él se la coloca entre los pies, bajo los dobleces grasos de su panza, para evitarle el contacto con el hielo por espacio de... ¡115 días! La inanición en medio del invierno antártico dura hasta que mamá pingüina retorna del océano. Los padres son tan importantes en esta especie que las hembras suelen buscar parejas rechonchas, capaces de sentarse mucho tiempo sobre los huevos sin necesidad de comer.

El macho de la chinche de agua es un auténtico mártir de la paternidad: entrega su espalda para que la hembra le desove encima más de 100 huevecillos. Mientras los incuba durante tres semanas y los ampara de las infecciones de los hongos, el infeliz queda inhabilitado para volar, pues las posturas les sellan las alas. Aun así, debe llevarlas a la superficie del charco cada cierto tiempo, pues el aire evita que enmohezcan.

Papá caballito de mar no le va a la zaga: a él no solo le toca llevar durante 40 ó 50 días el millar de huevos que su hembra le deposita en una bolsa prendida a su abdomen hasta que rompen el cascarón. También les suministra oxígeno a través de su propio sistema sanguíneo. ¡Hasta los dolores del «parto» van a la cuenta de este esbelto animalito en su versión masculina.

La paternidad del ñandú es legendaria. El macho, aunque convive con varias hembras al unísono, incuba los huevos de la elegida, aunque alguna que otra vez se da una escapadita para darles calor a los de sus concubinas, en nidos individuales y colectivos construidos por él. Los pichones permanecen a su cuidado hasta que tienen de cuatro a seis meses, mientras las madres pasean orondas y sin compromisos por las praderas.

Cierto sapo europeo figura también entre los buenos padres: apenas su hembra desova, se envuelve los huevos en las piernas y los lleva durante los 21 días de la incubación. En todo ese tiempo su cónyuge duerme a pierna suelta. Otro batracio llamado partero lleva los huevos y las crías sobre unos orificios que le salen en su espalda. La madre no dispara un chícharo, como decimos cuando alguien se desentiende de sus deberes.

Los monos tití varones asisten en el parto a sus parejas y luego se hacen cargo de los bebes, porque ellas entran en celo enseguida. Por esa razón, papá asume la crianza, que incluye el traslado de la prole de un lugar a otro sobre su espalda. La alimentación corre a cargo de mamá tití. Esto ocurre así durante las primeras tres semanas de vida de las crías. De esta manera forman lazos que refuerzan a la familia y a la manada.

Casi todas las aves machos son muy buenos padres. Se aprecia en el tiempo que invierten y los esfuerzos que realizan para seleccionar el sitio exacto donde construirán el nido donde la hembra pondrá y empollará sus huevos. La mayoría participa también en la crianza  y alimentación de los pichones.

El albatros viajero es capas de volar miles de kilómetros para buscar alimentos, mientras su compañera y sus crías les esperan impacientes en el nido. Por cierto, antes de que su prole nazca, él reemplaza a la hembra en el nido para que ella se desentumezca y estire las piernas por los alrededores.

En algunas zonas desérticas o de escasas precipitaciones, otros plumados varones apelan a un procedimiento eficaz para aplacar la sed de sus polluelos: remontan vuelo y, desde lo alto, localizan un charco, se empapan las plumas del pecho y regresan al nido para que los pichones beban el agua que estas portan.

La defensa de su familia exige consagración a las aves varones. Cuando llueve, el macho cubre a los pichones con sus alas. Así los mantiene calientes y secos. Los estorninos son modelos a la hora de proteger al nido de los piojos y las pulgas: recogen trocitos de plantas tóxicas y los depositan estratégicamente alrededor y dentro de la casita de paja para que actúen como un insecticida capaz de matar o de repeler a los  parásitos.

Comparados con estos mártires de la paternidad, ¿no podemos considerarnos afortunados los padres de la especie humana?

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