Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Será el Caribe

El Festival del Caribe ha proyectado a esta parte del mundo como espacio cultural y no meramente geográfico; como oasis de resistencia y de creación

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

Serán sus aguas, sus soles. Será África, el látigo en la espalda, el canto irresistible en la garganta. Será Europa, con sus reinos a cuestas, de pólvora y fulgor, de sangre y piedra. Será el crisol, la artesa donde se funden los colores. Será lágrima y sal, la luz, la mirada frente a la mirada. Será el café, la melaza, la noche. Será el cimarronaje, el machete, la ergástula.

Será la fe ancestral, la tierra, la raíz, la miel, la calabaza. Serán las olas lamiendo a Sotavento y Barlovento, los aires, la brea emergiendo del fondo. Será el merengue, el son, el calypso, los metales sonantes. Será el bolero como una ópera minimal. Será el sargazo, el alma verdiazul, el rojo en la memoria. Será el sable de Louverture, la diáspora, el ajiaco, el huracán. Será el abrazo de estas islas minúsculas, de estas costas por donde asomó América.

La poesía es una gota, por ella asoma el océano. El Caribe es Aimé Césaire y su retorno, Roumain  y el rocío. Brathwaite, Naipul, Lamming, Walcott, McCay. Andrés Eloy Blanco y sus angelitos negros. Es Rafael Hernández cantándole a Borinquen. Luis Carbonell y la negra Fuló. Es Guillén.

He tenido la suerte de vivir, de estallar cada julio en Santiago de Cuba, con la Fiesta del Fuego. Un convite, una olimpiada cultural. Una flama encendida para los artistas populares, la cultura tradicional, los ritos, la investigación, el baile. Un canto a la identidad. Un universo de bahías abiertas, no de cerradas calas.

Por estas calles de Santiago ha desfilado la serpiente del Caribe, polícroma y sensual, la reina del carnaval de Aruba, los muñecos gigantes de Pernambuco, los diablos danzantes, los cueros, el arpa llanera, el Nobel de Aracataca, las Tres Mujeres del Caribe: Lucecita, Sonia y Sara. Ha desfilado el mundo.

El Festival del Caribe ha proyectado al Caribe. Lo ha colocado frente a sus espejos, lo ha obligado a mirar hacia adentro, hacia al lado. Lo reveló como espacio cultural y no meramente geográfico. Un oasis de resistencia, de creación. ¿No hay mucho de Caribe en Nueva York, en Londres, en Montreal, en Madrid, en Ámsterdam; igual que en Yucatán, en La Guajira, en Belice, Paramaribo, Montego Bay, en Vieques, en Bonaire?

¿Acaso el Caribe no lleva consigo sus ardores y sus sabores a dondequiera que va?

Jesús Cos Cause, el Quijote Negro, uno de los dioses tutelares de estas fiestas, nos dijo alguna vez que «El Caribe es una forma de ser. Esta parte del mundo tiene un sentido distinto que no tiene que ver con tambores y mulatas. Es un asunto sanguíneo, y es, ante todo, la historia que nos define. Esa es la raíz secreta que nos comunica».

Como escribiera el poeta Christian Campbell, desde las Bahamas: «(…) empecé a nadar a los nueve:/ de qué manera el sol y el cloro/ besaron mi piel untándola de noche / No hubo vuelta atrás».

El Caribe alumbra, de lejos y de cerca. Cuando se habla en español, en inglés, en francés, en creole, en papiamento; cuando se abren las puertas, cuando se abren las cuerdas, cuando la güira explota, cuando los labios se juntan en la noche, se funda otra noción del mundo.

El Caribe es estirpe. Es su lucha, su gente franca, indómita. El Caribe es un irradiador de espíritus, un reservorio de diversidades. Una muestra de que es posible vivir en la multiplicidad de razas, de lenguas, de creencias. El Caribe es Joel James y es Orlando Vergés. Es una invitación perenne. Y si canta, danza, ríe, si lo hace, es porque es paz.

El Festival del Caribe hace resurgir las más ancestrales tradiciones. Foto: Rubén Aja.

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