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El goce profundo de realizar los talleres

Yadira Castillo Rodríguez, una de las instructoras de teatro ganadora del concurso Escaramujo, dialoga con JR sobre su devenir en el fascinante arte de las tablas

 

Autor:

Lisandra Gómez Guerra

SANCTI SPÍRITUS.— Delineó cada trazo con precisión y disfrutó cómo la boca roja se hacía inmensa. Los ojos se le volvieron estrellas. Sonrió frente al espejo al verse así, transformada. Pensó en cada gesto y en cada palabra. Solo esperó asombros y algarabía.

«Cuando me paré frente a ellos, muchos salieron corriendo», recuerda, divertida, Yadira Castillo Rodríguez, diez años después de aquella, su primera experiencia en escena. «¡Nunca habían estado tan cerca de una payasita!».

La muchacha, egresada de la Escuela de Instructores de Arte Manuel Ascunce Domenech, de Villa Clara, contó esta y otras anécdotas en un taller que dictó en esta ciudad. Por sus recuerdos desfiló Vega Grande, una comunidad distante de Sancti Spíritus, a la que llegó después de un rato dando brincos sobre la cama de un camión, por una carretera sinuosa e irregular. En la escuela rural Mariana Grajales, le esperaban muchas sorpresas.

«Era el año 2007 y en aquel poblado desconocían lo que era una instructora —recuerda—. Me iba todos los días de madrugada, junto al resto de trabajadores de la zona. Intenté motivarlos con un personaje clown, pero el efecto no fue el que esperaba. Durante ese curso escolar aprendí cuánto representa el arte en el proceso educativo. Además del teatro —mi especialidad— me propuse desarrollar otras manifestaciones. En ese empeño se me sumó una colega, y entre las dos transformamos el centro y la comunidad».

Bastó ese período académico en Vega Grande para confirmar que Fernando Conde, el instructor de teatro de Yadira en la secundaria básica Ernesto Valdés Muñoz, no se había equivocado cuando descubrió sus potencialidades en las artes escénicas, pues desde niña le gustaba crear personajes.

«Fue él quien me acercó a los talleres de la casa de la cultura de la ciudad —reconoce—. En ese escenario conocí de la Escuela de Instructores de Arte Manuel Ascunce Domenech, de Villa Clara. Mi etapa estudiantil allí fue provechosa y nunca la olvido. Tuve excelentes profesores. Con ellos y con mis compañeros de la cuarta graduación —varios continuamos juntos en la Brigada de Instructores de Arte José Martí— aprendí mucho de teatro y de la vida».

El goce de enseñar

Luego de Vega Grande —su prueba de fuego, como prefiere nombrarle— perfeccionó su metodología en la escuela Máximo Gómez, en una zona periférica de la Villa del Yayabo. Más tarde asumió la responsabilidad de conducir los procesos de los instructores de arte en varios consejos populares.

«Yo disfruto mucho cada taller y cada preparación de un matutino —asegura la joven—. Y, aunque puedo trabajar con todos los grupos etarios, lo que más disfruto es actuar para y con los niños. Por eso, en mi proyecto Los pequeños cuenteros suelo también subir al escenario».

Los recuerdos de Yadira Castillo Rodríguez vuelan al pasado y se pasean por el año 2017. En el cuarto de los muñecos, Espantapájaros, Muñeca y Trompo conversan sobre el egoísmo. Dejan correr los diálogos magistrales escritos por Dora Alonso. La joven instructora conduce el tempo.

«Escogí la obra Cómo el trompo aprendió a bailar, de esa gran escritora, y la trabajé en mi taller de creación.  La presentamos en la Fiesta del Teatro y parece que gustó, porque los organizadores la celebraron y me dijeron que tenía condiciones para estar en la edición municipal del concurso Escaramujo.

«Después de las clases, y con el permiso de los padres, me llevaba para mi casa a los tres alumnos que participaban en la obra. En la sala jugábamos, bailábamos… ¡Hicimos teatro! Nos presentamos y pasamos al evento provincial. Allí obtuvimos también reconocimiento. Seguimos ensayando hasta que nos evaluaron los metodólogos y especialistas que integraron el certamen nacional».

Quienes asistieron a las puestas de Cómo el trompo aprendió a bailar aseguran que el pequeño colectivo se lució. Cada texto de Dora Alonso palpitó. Una gran ovación cerró el telón.

«Entonces, comencé a llorar —admite—. Tanto, que nunca olvidaré ese día. Los niños me miraban, como asustados. No entendían mi reacción. ¡Estaba tan emocionada por verlos disfrutar y actuar tan bien que no podía hacer otra cosa!

Al poco tiempo, en una asamblea de la Brigada donde reconocieron a los instructores con mejores resultados durante ese período, dijeron mi nombre. Había obtenido una mención especial en la IV edición del concurso Escaramujo, el evento de creación más importante del movimiento. Ya con solo poder participar para mí era un premio. Allí solo va lo mejor».

—¿Se valora entre los instructores este evento a su justa medida?

—En ese escenario confluye el arte de aficionados de nuestro país. Todos deberíamos participar y mostrar nuestra labor diaria, porque es precisamente en el Escaramujo donde demuestras el resultado de un buen taller de creación, que es la esencia de nuestra profesión. Todavía no se trabajan con tiempo su convocatoria y su divulgación. Nos corresponde a nosotros superar esos obstáculos.

Yadira Castillo Rodríguez funge como presidenta provincial de la Brigada de Instructores de Arte José Martí en Sancti Spíritus, y regresó a esta edición del concurso en calidad de actriz en Retazos: un proyecto de la casa de cultura Osvaldo Mursulí, de la Ciudad del Yayabo. Sucedió  tras participar en la preparación de las unidades artísticas espirituanas que asisten a la 6ta. Jornada Nacional del Escaramujo, que por vez primera se desarrolla de forma virtual.

«Enviamos 34 propuestas y escogieron 24 —acota—. Así, Sancti Spíritus devino uno de los territorios que más unidades artísticas aportó a esa cita. Lo logramos gracias al empeño de los presidentes municipales. Ellos fomentaron los deseos de participar a quienes no han dejado de crear en tiempos de la COVID-19».

Tras el cese de su período como presidenta, ¿volverá Yadira a conducir al movimiento de artistas aficionados?

—No quiero perderme el goce de realizar los talleres. Me veo en mi escuela Serafín Sánchez Valdivia, a donde voy semanalmente. Es mi jornada más ardua, pero la más reconfortante.

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