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EE. UU. contra Venezuela: crisis sobre crisis

En medio de la pandemia causada por la COVID-19, Washington se enseñorea en lo irracional, lo ilegal y hasta lo inhumano

Autor:

Marina Menéndez Quintero

En tiempos de un trance global paralizante que para muchos está cuestionando, incluso, el modo de vida depredador del capitalismo y sus heridas a la vida humana y al planeta, es cuando mejor puede apreciarse la estirpe ultraconservadora de un Donald Trump que rebasa los límites de la política sucia y del egoísmo y se enseñorea en lo irracional, lo ilegal e, incluso, en lo inhumano.

Usar la crisis de la COVID-19 para acelerar el logro de propósitos políticos solo puede dar lugar a golpes bajos y, por lo tanto, tan sucios como los que inflige la administración estadounidense a Venezuela.

Porque bajo el mando de Trump, Estados Unidos podrá «no tener» o no estar dispuesto a dar recursos que palien el mal en las naciones más magulladas por la enfermedad; y hasta podrá preferir quedar en un verdadero ridículo como potencia, como ha ocurrido ante la colaboración brindada a Italia —la nación con más víctimas fatales hasta hoy— por países tan pobres y castigados por sus sanciones como Cuba; o, incluso, hasta permitir que su émula en busca de la multipolaridad, Rusia, deje admirado al mundo con los adelantos científicos y el capital médico y humano que ha puesto en manos de los italianos para socorrerlos frente a la pandemia, sin que la primera potencia mundial aporte algo.

Sin embargo, la administración de Donald Trump sí tiene recursos para comprar «la cabeza» de dirigentes políticos de otras naciones al mejor estilo gringo en medio del caos causado por el nuevo coronavirus. Tal es el caso, precisamente, de Nicolás Maduro y Venezuela, país asediado en medio de una enfermedad que casi ha paralizado la vida en el planeta.

El fracaso de los planes no muy cuidadosamente elaborados —pues nada han logrado— para deponer a Maduro, acaba de ser reconocido por la administración Trump. Así se colige de la decisión inmoral e ilegal de poner precio a la cabeza del Presidente venezolano, como acaba de hacerlo el fiscal general de EE. UU. William Barr, al ofrecer este jueves «una recompensa» de 15 millones de dólares a cambio de información que «permita el arresto y enjuiciamiento de Nicolás Maduro», dijeron los despachos de prensa, sin contar el dinero ofrecido por otros dirigentes bolivarianos.

Tal desfachatez solo permite entender el anuncio como otra bravuconada bufona de Trump, e invitaría a ignorarla si no fuera por el ritmo agresivo de la escalada antivenezolana que, como lo demuestra el propio pasquín tipo western, no repara nada.

La denuncia formulada este propio jueves en torno a la captura en territorio venezolano de elementos terroristas procedentes de Colombia que preparaban lo que, con toda decencia, se ha identificado apenas como «un plan desestabilizador», evidencia que los propósitos de ir con todo y por los caminos más abyectos contra el proceso bolivariano, son terriblemente ciertos.

Se trataba de un plan de acciones terroristas que contemplaban, entre otras «tareas», el asesinato «selectivo» de dirigentes venezolanos empezando por Maduro.

Para armar a esos comandos se introducirían grupos de asalto que aprovecharían la cuarentena social dictada por las autoridades venezolanas para detener el paso del virus, y armas que se valoran en medio millón de dólares.

El ex mayor general desertor del Ejército venezolano Clíver Alcalá Cordones confesó que era pieza articuladora, desde Colombia, del plan denunciado por el Gobierno venezolano.

Paradójicamente, Alcalá Cordones aparece también en la lista de funcionarios bolivarianos buscados por Washington bajo falsa acusación de narcoterrorismo, que es la gastada «causa» argüida, y se acaba de entregar a las autoridades colombianas, para ser entregado a las de EE. UU. ¿Un alma comprada?

Según trascendió, el exmilitar se encuentra en la colombiana localidad de Barranquilla, y aseguró que las armas eran parte de un acuerdo pactado por él y Juan Guaidó, el venido a menos «presidente interino» venezolano, con asesores estadounidenses.

Ni argumentos ni tácticas nuevas 

Ambos modos de agresión —la vulgar compra de voluntades en busca de concretar un golpe de Estado continuado, pero no consumado, y la coordinación y promoción de acciones magnicidas y criminales—, muestran la orfandad de resultados y de tácticas efectivas por los círculos de poder de la administración estadounidense, empeñados a toda costa en pasar factura en Venezuela y seguir labrando la reelección de Trump, sean cuando sean las elecciones en Estados Unidos, en vista de la crisis originada por la pandemia e, incluso, manipulándola.  

Esa orfandad transita, obligatoriamente, sobre el cadáver político insepulto de Guaidó —inefectiva pieza del puzzle golpista en tanto sigue premiado por la falta de convocatoria y de quórum—, y también sobre el fracaso de los distintos y sofisticados planes armados contra Nicolás Maduro desde que, en 2015, el expresidente Barack Obama emitió el decreto que considera a Venezuela como un peligro para la seguridad nacional de Estados Unidos.

Desde entonces acá, las sanciones y embargos aplicados contra la economía venezolana —hablo de sus principales empresas y rubros exportables— han funcionado como un bloqueo inmovilizador que ha privado al país de 116 000 millones de dólares.

Ello ha dañado la vida de la gente pero no ha logrado que las mayorías derroquen al Gobierno, como es el propósito del siniestro plan, tan parecido a los que castigan a Cuba.

Hace apenas una semana, el pedido de Maduro de un crédito por 5 000 millones de dólares de los fondos de emergencia del FMI para hacer frente de modo más eficaz a la Covid-19, fue desconocido por la institución financiera con un desparpajo político alarmante.

Para obedecer las seguras «recomendaciones» de Estados Unidos, el Fondo Monetario Internacional arguyó que no había claridad en torno a quiénes son las autoridades políticas en ese país, en una actitud injerencista que daba tácito reconocimiento a Guaidó.

Pero, más allá de todas estas formas, más o menos solapadas, de agresión —algunas muy pedestres—, no deben desconocerse otros peligros latentes.

Hace unos días se volvió a hablar en círculos de Estados Unidos de la posibilidad, nunca descartada, de un bloqueo naval.

Y el Comando Sur ha anunciado que incrementará su presencia en la región a finales de año, para «tranquilizar a nuestros socios (léase gobiernos neoliberales afines) y contrarrestar una serie de amenazas que incluyen el narcoterrorismo», anunció el almirante Craig S. Faller, comandante en jefe de un cuerpo armado con tan largo historial intervencionista.

El mundo por un lado, Washington por otro: no importa que el planeta esté a merced de una terrible pandemia.

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