Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Hijos de Kitsch

Autor:

Julio Martínez Molina

En el número 1 de la selección semanal de Colorama y en la sección Lo más pega’o de Piso 6 figura el tema musical Cómo duele, interpretado por la cantante puertorriqueña Noelia.

La protagonista de este clip instalado en un limbo que sobrepasa lo kitsch es calificada por la crítica como el colmo de la frivolidad en el texto, el non plus ultra de lo light, lo meloso y lo anquilosado en las capas más primarias de desarrollo de la balada.

Nosotros la tenemos en la cima del top-ten no solo en dos de los programas más vistos —sobre todo por la juventud— de la redacción musical de la Televisión cubana, sino además encabezando los ratings de distintas selecciones de emisoras de radio a lo largo del país.

Hoy está Noelia con esta nadería; aunque tales paradigmas de lo cursi se suceden sin remedio, con todo género de pregones, en nuestros medios de comunicación.

Está claro que el mercado discográfico y las cadenas de televisión y radio de Latinoamérica, como las del resto del mundo, están en poder de conglomerados cuyos intereses responden a la premisa consumista del mercado.

Y que, por ende, lo que se escucha o ve aquí —y de paso es colocado en las listas de éxitos— constituye una circunstancia directa de ese hecho, en tanto, pese a nuestras regulaciones y ópticas imperantes en el sistema de programación de los medios, nuestro país no es inmune a la influencia de las señales emitidas desde los grandes centros de poder.

Alguien añadiría que piezas como las de Noelia y tantas otras de semejante cariz nos gustan a los latinos como igual nos place el tono lacrimoso de las telenovelas; que está en nuestra raza y cultura, y toda esa sarta de apelaciones que tantas veces oímos de exégetas de toda laya, con razón o no.

Pero es que, sin evadirnos de lo que sucede en asuntos ¿artísticos? en la región, mal que nos duela lo nada bien que andan, podríamos sin complejos de ostra ni de conchas pero sí con el ojo algo más avizor, ser más exigentes a la hora de mimetizarnos con la «onda» en boga.

Tomar como patrón las listas de éxitos latinoamericanas y reproducirlas aquí al calco, sin filtros ni las correspondientes valoraciones de tales textos, en nada contribuye a establecer un sistema jerarquizador en el receptor, para que distinga el poco oro que sale de estas minas, del oropel barato que inunda el éter y baña las pantallas de las televisoras mundiales.

Existen programas cubanos que en la práctica operan como filiales sin derecho a pago de consorcios internacionales de música. Sin cobrarles un centavo les distribuimos su insulsa mercadería, la propagamos sin discriminación —casi de forma diaria— y para colmo promocionamos a sus artistas.

Es patético ver cómo un espacio radial o televisivo nacional se toma el trabajo de publicar de cabo a rabo la biografía de cualquier adalid del mercado en una transcripción literal de sus dossiers publicitarios.

Te lo sueltan así, de rampampán, sin que medie la más mínima apostilla valorativa, sin que el espectador atisbe tras de esto las manos y mentes de una dirección preocupada en ubicar, situar dentro de la jerarquía artística al creador.

Es cierto que hay espectadores cubanos provistos de un nivel cultural tan vasto como para no necesitar tales explicaciones. Mas no representan la media, pues el receptor mayoritario es la suma de ese niño, adolescente o joven, aún en camino de aprehender todas las categorías culturales que lo conduzcan a discernir lo que presencia, a diferenciar el gato de la liebre.

Y es mucho el gato que estamos vendiendo por liebre hoy día. Baste oír las revistas musicales ¿variadas? de distintas cadenas de radio de nuestras provincias para, cuando menos, asombrarse de cuanta banalidad es revestida de ribetes áureos que en grado alguno posee.

De veras me preocupo al escuchar la retahíla de puerilidades habituales en boca de sus conductores, o el empantanamiento en el pasado de locutores que consideran que la música acabó en los años 60…

Me preocupo además a causa de guiones plagados de referencias tontísimas a la obra de supuestos monstruos de la canción internacional pródigamente ensalzados ante los micrófonos, por la capacidad de inducción de voces que, sabiéndolo o no, hacen el dañino juego de ponderar la estupidez.

Creo sin exageraciones que existen espacios como estos por los cuales parece no haber pasado la estela cognoscitiva aportada por un sistema educacional como el nuestro. ¡Cómo duele escuchar a Noelia! ¡Cómo duele sintonizarlos!

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