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Sin hacernos los suecos

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Recientemente entré a un chat en Internet, uno de esos ciber-foros de la red de redes, donde gracias a la magia tecnológica de nuestros tiempos se puede contactar con personas de todo el mundo, fraguar nuevas amistades y polemizar sobre disímiles temas. Justo cuando acababa de presentarme como hijo auténtico de esta Isla recibí un mensaje indignante: «A los cubanos y a las cubanas solo les interesa encontrar un “yuma” que les resuelva sus problemas económicos».

La frase provenía de un señor sueco. El remitente demostró pleno dominio del español, pero conocimiento parcial de nuestra realidad. Al leerlas, aquellas palabras retumbaron en la pantalla de la computadora. De pronto mi habitual avidez por conocer las particularidades de otras culturas y la visión que sobre nuestra Patria poseen los demás terrícolas quedó entorpecida por aquel juicio tan superficial. ¿Dónde quedaban los aportes de esta nación al acervo universal en todos los campos del quehacer humano? ¿Puede reducirse la imagen de nuestro pueblo a un estereotipo? ¿Cuánto de real hay en esa visión prejuiciada?

Numerosos coterráneos han encontrado la felicidad con personas de otras latitudes. No obstante, los matrimonios y las relaciones consensuales con extranjeros para evadir las dificultades económicas, constituyen un fenómeno que lamentablemente aparece hoy en el imaginario popular.

En ocasiones nos convertimos en testigos de estas prácticas y las asumimos con plena naturalidad. Durante los últimos tiempos hasta tienden a legitimarse en los medios masivos mediante estridentes reguetones o con filmes como Barrio Cuba, de Humberto Solás, donde se cuenta, entre otras, la historia de una enfermera, interpretada por Luisa María Jiménez, a quien, supuestamente, su situación familiar la conduce a casarse con un italiano que le duplicaba la edad.

No pretendemos censurar a nadie por lo que quiera hacer con su vida. Sin embargo, nunca resultará inoportuno reflexionar sobre el impacto humano y la imagen que de una sociedad como la nuestra transmiten estos compromisos por conveniencia.

Comenta el sociólogo Benito Pérez Santiesteban que el fenómeno cobró auge en Cuba durante el decenio de los 90, a raíz de la apertura económica y del fortalecimiento del turismo. El período especial provocó un resquebrajamiento de muchos de los valores formados durante varias décadas de Revolución. A la par con las carencias materiales se disparó aceleradamente el consumismo, «mucha gente te valoraba, en primer lugar, por lo que tenías o podías consumir.

«En el “yuma” muchos encontraron una salida “fácil” para sus necesidades o una vía para viajar al exterior. Durante la década pasada proliferó el jineterismo, fenómeno reprochable por encontrarse en franca contradicción con los principios de nuestra sociedad. Por otro lado, cobró popularidad esta otra clase de relaciones oportunistas entre extranjeros y cubanos de los más diversos sectores sociales, quienes hasta hoy poseen como principal móvil la obtención de beneficios casi siempre ajenos a los sentimientos que normalmente deben fluir en toda pareja».

Si antes de la crisis los cubanos, tradicionalmente conservadores de la familia como institución, veían con cierto recelo estas prácticas, después de la deformación de los valores de los 90, el hecho de que un miembro del núcleo familiar mantuviera relaciones con algún extranjero no pocas veces encontraba aceptación en el ideario colectivo, como símbolo no solo de estatus económico, sino también de falso abolengo social.

El psicólogo Odelquis Valdiviés Arística considera que las consecuencias de toda relación de pareja donde no existan sentimientos genuinos pueden ser devastadoras para los individuos, y «a la larga se encuentra condenada al fracaso. No resulta nada fácil compartir las sábanas cada noche con alguien que ni siquiera te gusta, en determinado momento llegan a aborrecerse, a sentirse encerrados dentro de su propia cama.

«Además, hay que analizar que estas personas se entregan no por pasión o amor, sino por beneficios materiales... Esto, por supuesto, impide un desarrollo sano de la personalidad, alejado de todo principio moral. Al final terminan sin ninguna clase de autoestima y completamente alienados, capaces de usar o de ser usados por los demás», agrega el experto.

En el medioevo los hijos dependían del poder filial a la hora de elegir con quién casarse. La dote o cualquier título nobiliario los convertía en mercancía sexual mediante un contrato vitalicio, rasgo que distingue a estos matrimonios oportunistas de la prostitución clásica. En nuestros días las doncellas y los caballeros que se esposan con extranjeros por beneficio material no responden a voluntades ajenas, pero pagan precios tan elevados como en otros tiempos.

Como le explicaba yo al «amigo» de Internet, por suerte, no todos los cubanos se refugian en la «cómoda» alternativa del «yuma». Durante los años crudos del período especial aquí los jóvenes no abandonaron las universidades. Hubo artistas premiados, deportistas campeones, científicos innovadores, padres que agarraron el surco para criar a sus hijos... Ellos poseen el verdadero mérito: no optaron nunca por hacerse los suecos.

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