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Venezuela: la pataleta del fraude

Autor:

René Tamayo León

La oposición venezolana está arreciando su campaña de descrédito contra el Consejo Nacional Electoral; las fuerzas del chavismo lo denuncian una y otra vez. Mas no solo se trata de un plan de la derecha local para desconocer los resultados: las fuerzas hegemónicas mundiales están pensando en algo más.

Henrique Capriles Radonski «apuesta a vencer por diez puntos al popular mandatario Hugo Chávez en las elecciones presidenciales de octubre», señalaba un corresponsal de la Agencia Francesa de Prensa (AFP) en un despacho publicado por El Nuevo Herald, uno de los heraldos de la reacción internacional en el área de la comunicación de masas en lengua castellana.

Según el reportero, a pesar de que Capriles es la mejor carta de triunfo para quienes adversan a Chávez, este lo supera en las encuestas con una diferencia de «entre 7 y 30 puntos porcentuales». No obstante, agregaba el redactor, el opositor «confía en que el grueso de los votantes indecisos —hasta 35 por ciento, según los sondeos— se incline a su favor».

En otro momento, el candidato opositor repetía lo mismo a un corresponsal propio de El Nuevo Herald, quien lo acompaña en su cruzada electoral, montando en su «autobús del progreso».

«El candidato simplemente da por hecho que sacará más votos. El gran peligro, dijo, reside en otra cosa, en que el gobierno pretenda robarse la elección a través del fraude», escribía el periodista. Si «descuidamos las mesas (de votación), se roban los votos», le decía Capriles.

«La admisión constituye una desviación de la línea oficial de la oposición venezolana, que en reiteradas ocasiones ha asegurado que no hay riesgo de fraude en los comicios», apostillaba el enviado, para agregar a seguido —y no obstante— que los «expertos han señalado que el gobierno de Chávez ha estado haciendo trampa en menor o mayor proporción a lo largo de las últimas contiendas electorales».

La mesa está servida. Primero: un corresponsal de la AFP valida una encuesta que da una diferencia de siete puntos entre los dos principales contendientes (a pesar de que todas las compañías de sondeos serias la ubican entre 17 y 30 puntos).

Segundo: el propio candidato de la derecha afirma que ganará por «diez puntos», pues la mayoría de los votos de los indecisos serán para él —según él, y aunque la historia electoral de la última década demuestra todo lo contrario.

Tercero: Capriles Radonski dice en propia voz que si se «descuida» le «roban los votos».

Cuarto: un reportero de El Nuevo Herald asume como ciertos, criterios de «expertos» según los cuales las fuerzas del chavismo están acostumbradas a «hacer trampa».

Quien pone las reglas del juego y cantará los resultados en las presidenciales del 7 de octubre es el Consejo Nacional Electoral (CNE). El árbitro es el que está en la mira.

Ni siquiera importa que al sistema electoral venezolano, organismos internacionales especializados lo consideren como uno de los más transparentes y confiables del mundo, además, auditable.

Y esto incluye un alto nivel tecnológico, con las mejores máquinas captahuellas y demás plataformas informáticas capaces de reducir al mínimo las irregularidades. Infraestructura que, por cierto, ha sido más que probada en casi una docena de procesos de votos —de diferentes tipos— desde el año 2004 por el CNE.

En mi opinión, la campaña de descrédito contra el CNE tiene un cariz a corto plazo y otro a posteriori, que es el que ocupa en verdad a los tanques pensantes de la reacción mundial.

Tácticamente, la campaña contra el CNE podría derivar o en una retirada del opositor principal antes del 7 de octubre o en el desconocimiento de los resultados por parte de la llamada Mesa de la Unidad Democrática —el conglomerado de partidos derechistas que lo apoyan—, aludiendo un supuesto fraude.

Aunque además de Chávez y Capriles otras seis personas tienen el propósito de lidiar en las urnas, una u otra maniobra podría conducir a un proceso de desestabilización interna y a acciones internacionales —seguramente ya concertadas— de las fuerzas hegemónicas para atacar en ese campo a la Revolución.

El éxito de este plan es bastante incierto. Las masas bolivarianas están alertas, preparadas, a la espera; y han demostrado, en casi 14 años en el poder, ser capaces de resguardar el proceso con valentía y honorabilidad, según las reglas del «juego democrático burgués» o en legítima defensa.

Algo así haría daño y tendría algún costo. En mi criterio, empero, se trata de una estrategia de más largo alcance.

«La batalla está perdida; la guerra no»: eso es lo que piensa la ultraderecha mundial sobre las elecciones en Venezuela.

Creo que dan por hecha la victoria de Chávez. Están apostando a otra cosa. O a la llamada «solución natural» (que el Jefe de Estado vuelva a ser afectado por el cáncer y se reduzcan sus expectativas de vida) o al éxito en meses o años posteriores de cualquier otro plan desestabilizador, y así atacar de plano la legitimidad electoral del Gobierno bolivariano.

Los poderes hegemónicos mundiales están armando el expediente. La pataleta del fraude es solo uno de sus incisos. Hay mucho más. El Diablo no solo es diablo y viejo: también es paciente.

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