Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La sobreviviente

Autor:

Glenda Boza Ibarra

Para los pacientes y enfermeras de la sala de Oncología del Ameijeiras

Cuando se descubrió el nódulo hace más de un año, aún había remedio. Lo que pensó que era una displasia se apoderó de su seno izquierdo y amenazaba con expandirse por sus huesos y pulmón. Sabía que un cáncer con diseminación hacia otras partes del cuerpo era más difícil de contener. Por suerte, aún no era demasiado tarde.

Algunos dicen que fue el propio estrés lo que provocó el aumento progresivo de la enfermedad, otros, que el miedo a aceptarla retrasó su confesión a los médicos.

No bastó el énfasis de la radio y la televisión sobre la importancia de los autoexámenes y las pruebas capaces de detectar precozmente un tumor. No entendió sino hasta ese duro momento aquella frase que tanto había escuchado y tal vez hasta repetido: A tiempo se gana tiempo.

A esa hora apeló a todas las religiones, curanderos y milagros. Llena de fe y optimismo, a pesar de la caída del cabello y la extirpación de sus mamas, enfrentó la quimioterapia, la cirugía y las radiaciones.

Resistió así las cifras alarmantes sobre el cáncer, todas las presiones, el miedo intenso a la muerte.

Sabedora de la importancia del estado de ánimo para enfrentar una enfermedad y apoyada por su familia, luchó con todas sus fuerzas contra la desesperación y la tristeza, contra lamentaciones y reproches, contra las horas perdidas.

Y no es que la mente hiciera desaparecer de un tajo padecimientos físicos o crónicos, pero la fuerza del cerebro y los buenos pensamientos, perfectamente contribuyeron a su recuperación.

La familia era su prioridad. Fueron ellos su principal razón para seguir adelante. Por eso no pudieron los efectos de los sueros citostáticos detener su anhelo de vivir. No pudo un pronóstico reservado dado por los médicos. Sus deseos de continuar y sobreponerse a los contratiempos de la vida fueron más intensos. Como decía aquel niño con leucemia: «Cualquiera se enferma».

No se avergonzaba de su cabeza rapada. Con un turbante o cualquier gorro que combinara con la ropa, tan maquillada como siempre, salía de la casa con el ímpetu que la acompañó cuando no existía la enfermedad. Aunque ya nunca pudo volver a trabajar, pasaba por allí a saludar a sus amistades, esas que en los malos tiempos no dejaron de acompañarla.

Decidió sobreponerse al cáncer y convertirse así en una sobreviviente. Decidió, simplemente, no darse por vencida.

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