Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Pedagogía e integración latinoamericana

Autor:

Graziella Pogolotti

Por necesidad de salvaguardar el presente y el futuro, el tema de la integración latinoamericana está a la orden del día. Como una vitrina multicolor, la globalización neoliberal proyecta una falsa imagen de homogeneidad. Tras los deslumbrantes cambios tecnológicos, se ocultan brechas crecientes en lo económico, lo social y lo cultural. Muchos conmemoran la caída del muro de Berlín sin pensar en otros, más sofisticados, que se levantan en Palestina o en la frontera que separa a México de los Estados Unidos. La integración posible pasará por tratados comerciales y alianzas políticas. Partiendo de lo inmediato hacia el mediano plazo que se nos encima, tenemos que plantearnos nexos más profundos que nos atan y comprometen.

En el origen de las cosas, no puede olvidarse que la violenta irrupción colonizadora fracturó el desarrollo orgánico de nuestras sociedades seculares. En un proceso brevísimo, nos convertimos todos en pueblos nuevos, hechos de las culturas originarias, de la presencia europea, de la migración de asiáticos, del trasplante de africanos y de la infinita variedad de tonalidades que surgió del mestizaje.

Poco sorprendente resulta que, al abrirse el horizonte de la independencia por las armas o por el reformismo, se enunciaron, según las condiciones específicas, diversos proyectos pedagógicos. Pensar la educación equivalía a sentar las bases de la nación. Con las guerras de independencia, el extenso territorio del antiguo imperio se fue fragmentando en países con perfiles propios. En todas partes, sin embargo, aún en aquellos como Cuba donde la ruptura con la metrópoli fue tardía, comenzó a definirse un pensamiento pedagógico con rasgos comunes. El tema de la educación adquiría importancia capital. Por distintos caminos, se inspiraba en interrogantes fundamentales, derivadas de nuestra condición común de pueblos nuevos. Era una plataforma articulada teniendo en cuenta nuestras especificidades y, consecuentemente, el proyecto de ciudadano apto para protagonizar el despegue de los países emergentes. De ahí el rechazo radical a toda concepción dogmática y a la aplicación de métodos reproductivos. Con los matices adquiridos por cada contexto, puede reconocerse un hilo conductor que vincula la postura revolucionaria extrema de Simón Rodríguez, la perspectiva filosófica de Félix Varela, el modelo civilizatorio de Sarmiento y la síntesis formulada por José Martí para Nuestra América, aunque la visión de los últimos se situara en polos antagónicos.

El actual proceso integracionista favorece el auspicio de un proyecto de investigación sobre la tradición pedagógica latinoamericana con participación de especialistas radicados en cada uno de nuestros países. Porque, sin lugar a dudas, en este orden de cosas, tampoco nos conocemos. He observado con dolor que la síntesis vigente y visionaria de José Martí no ha tenido la difusión necesaria. Es resultado probable de la compartimentación de saberes. Su gigantesca obra se va disgregando entre los estudios literarios sobre el maestro del modernismo, los análisis políticos y económicos, la huella del cronista singular y el batallar del político. Recuperar para nosotros la tradición pedagógica latinoamericana es un modo efectivo de resistencia cultural ante la ofensiva neoliberal constitutiva de modelos aparentemente técnicos y neutrales. Estos últimos son, en realidad, programas ideológicos concebidos para la manipulación de los individuos castrados de posibilidades de desarrollo, de iniciativa y de creatividad.

A inicios del siglo XXI, América Latina sigue siendo el territorio tentador de El Dorado, objeto del deseo del gran poder financiero. Ya no interesa tanto el metal precioso. Importan sus materias primas, sus excepcionales reservas de agua, sus áreas todavía vírgenes, junto a un creciente capital intelectual imantado por las posibilidades que se abren en el primer mundo. El legado cultural acumulado a través de las generaciones constituye para nosotros un tesoro que todavía no hemos aprendido a administrar. Hay una tradición de pensamiento inmersa en nuestra realidad, al calor de la historia y al margen de aldeanos aislacionismos alentada por la voluntad de conquistar, en todos los planos, nuestra auténtica soberanía. Permanece adormecida en el ritual de las efemérides. Reclama una relectura contemporánea a la luz de las contradicciones de nuestro tiempo. Rescatar el pensamiento pedagógico implica, ante las expresiones económicas, mediáticas, ideológicas, bélicas o populistas del poder financiero, la defensa de la soberanía y de un proyecto verdaderamente emancipatorio.

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