Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Hasta cuándo ese «filón de oro»?

Autor:

Nelson García Santos

Ahí sobrevive, omnipotente, desde que un buen día la falta de envases lo encajó en el comercio sin que hasta ahora se vislumbre cuándo le aplicarán la extinción. Parece que llegó para eternizarse a pesar de las mil y una desventajas de su uso.

En los programas de renovación o mejoras de la prestación comercial tampoco aparece ninguna referencia o un lapso definido, al menos de manera pública, para aplicarle la alzadora. Es como si, en medio de tantas cuestiones por resolver, esta fuera una nimiedad; nada más alejado de la verdad verdadera.

Claro, clarito, que la venta a granel deviene génesis de la adulteración y, peor todavía, lacera la higiene debido a su manipulación, que pasa por el batuqueo en los recipientes y de unas manos para otras.

Solo basta apreciar cómo lo despachan para advertir los desatinos sin necesidad de una lupa. Hay veces que la vasija del cliente la colocan sobre el depósito del producto para despacharle y lo que se derrama va a parar dentro del recipiente principal. O sobrepasan la medida y vierten allí el sobrante. En fin, realizan, sin el menor desvelo por el prójimo, un verdadero lavado de las vasijas que les llegan.

Ocurre en las mismas narices de los compradores, quienes no suelen decir ni jota, al parecer acostumbrados a los desmanes higiénicos, como ese proceder clásico del pan transportado en cualquier medio, deslizado no se sabe por cuántas manos antes de ingerirse.

En cuanto a la adulteración ahí sí hay. La inventiva de la maraña, mediante «actores» improvisados o asesorados, puede dejar pasmado a cualquier genuino innovador. Ellos no creen en cuento de caminos.

Lo mismo le meten mano al puré de tomate, a la salsa de pizza que a la cerveza. Y lo del ron, el más vilipendiado, ya no tiene nombre. 

Los adulteradores cuentan con un amplio recetario para realizar sus fórmulas. Unos realizan la fechoría, digámoslo sin sonrojos, con cierta moderación en los añadidos, y otros se explayan, ofuscados por el fácil «atracón» de pesos.

Lo más extraordinario de estos personajes, su trance brillantísimo, es que lo hacen dentro de su unidad comercializadora. Allí, bajo las cuatro paredes, con un acto de magia, capaz de dejar con la boca abierta al mismísimo Mandrake, desnaturalizan los productos con sus brebajes sin que los directivos «se percaten».

Esa imperfección que abriga la estafa y la falta de higiene, imparable hasta hoy en el devenir comercial, se acabará de raíz solo con la supresión del comercio a granel que, a altas alturas, desentona y desdice.

Entre tantas obras, aquí y allá, para renovar el sector de los servicios, no se debe olvidar la existencia de esa pésima manera de vender. Y no es menos desdeñable el hecho de que puede subyacer cierta resistencia, ya que para muchísimos sería una mala noticia su abolición.

Admitamos que una necesidad incuestionable obligó a echarle mano, pero es tiempo ya de despedirlo con un brindis por el nunca más. Toca esfumar ese engendro contra la calidad y la higiene, aprovechado por los tramposos, quienes se impulsan con la anuencia de algunos que debían controlar con mayor rigor y exigencia lo que se expende y que, sin embargo, los dejan correr por tercera, en un «filón de oro» a costa de la tribuna de la calle.

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