Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La inteligencia y el odio

Autor:

Liudmila Peña Herrera

Me gusta la gente inteligente. Quedo admirada ante la ocurrencia, la reflexión, la interpretación y la ironía ajenas. Me atrae la palabra precisa puesta y dicha donde va, la solución correcta en el menor tiempo y con el mayor éxito posible, las decisiones que no dejan resquicio a la duda sobre la capacidad de los demás.

Aclaro que no me disgusta la gente que no es reconocida convencionalmente como un «astro», porque la inteligencia es relativa y hay mucha gente «normal» y común que tiene mucho que enseñar aunque nadie las considere brillantes. Para mí, sin embargo, brillan más que la gente inteligente que usa sus luces y también sus sombras para sembrar el odio y la discordia entre los cubanos que vivimos en este u otro lugarcito del caimán, los que decidieron emigrar, y hasta los que van y vienen.

Me disgustan los que «inteligentemente» arman caos, lo pintan todo horrendo y ponen sus capacidades mentales ya no en función de criticar para enmendar, o de decir para construir, sino en pos de que nos enemistemos, nos enfrentemos, nos ofusquemos… y explotemos.

Lo de explotar es literal y simbólico. Literal, porque hay más de uno —siempre hay gente ruda y soez— que ha sugerido enviarnos una bomba para acabar definitivamente con «el mal», que somos nosotros, nuestras ideas y nuestra resistencia, aun cuando la explosión dañe a su propia familia cubana. Y simbólico, porque asimismo hay muchos pensando y tejiendo estrategias para generar una explosión social cual efecto dominó: que comience con un primer golpe que mueva a la protesta, luego a la confusión y de ahí quién sabe a dónde vayamos a parar…

Con frecuencia advierto lo que pretenden ser jugadas maestras detrás de algunas publicaciones dejadas como al azar en Facebook, donde todos pretenden ser leídos, gustados, seguidos; pero es este un campo de actuación social que esconde mucho de belicismo solapado.

Y lo peor no es la inteligencia y el dinero que soporta ese tipo de enfrentamiento simbólico detrás de una fotografía, un meme, una caricatura o un post cargado de encendida indignación ante el miedo que —dicen ellos— tenemos los cubanos de decir lo que pensamos, porque «nos hemos acostumbrado a vivir sin opinar o reclamar». Nos llaman «cubanos cobardes que no salimos a las calles a protestar contra nuestro Gobierno y deberíamos morirnos de hambre; cubanos que merecemos andar a pie por la falta de combustible; cubanos analfabetos que no entendemos de dónde nos vienen las carencias y los problemas».

Eso dicen del lado de allá —ustedes saben de dónde—. Pero del lado de acá igualmente hay publicaciones, mucho más sutiles, que buscan la ira y la instigación. Desconfianza hacia el sistema social, catarsis en contra del Gobierno, rabia hacia cualquiera o hacia todo, son sembradas en el mundo digital, con el peligro de que germinen en la vida real. Enfrentamiento y manipulación; instigación y enemistad. ¿Es eso lo que queremos y necesitamos los cubanos?

Ante tantas cosas que deben ser cambiadas y que, a veces, no dependen ni de una constitución ni de una resolución gubernamental, sino de la capacidad de entendimiento de las personas y de la gestión institucional, todavía hay personas que no se detienen a pensar si coqueteando con el juego de decir más —y hasta decirlo mejor o con mayor rapidez— no estarán siendo los peones de otras piezas que no ven, y que van desbrozando el camino para el ataque final.

No es exageración ni catastrofismo. Ya sé que nuestra sociedad tiene que acabar de resolver los asuntos que no nos dejan avanzar, pero también creo que no podemos caer en la celada coqueta de quienes buscan zafar un poco de aquí, descomponer un poco por allá, hasta desmantelar la Patria.

Esa es la gente que subvalora nuestra inteligencia y usa la suya para que veamos como consigna vieja el peligro de la desunión, causa fundamental de los fracasos de todas las revoluciones. Por eso, alérgica a lo repetitivo de forma inconsciente, sigo apostando por la certidumbre de la unidad, por el esmero en cultivar la capacidad de discernimiento revolucionario y justo, por el enfrentamiento a todo lo que nos sesga y atrasa, y por la inteligencia puesta en función del amor. Esa actitud, multiplicada por millones, es la que nos salva.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.