Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Otro brindis en la larga fiesta

Autor:

Alina Perera Robbio

Revolución es un estado que siempre lleva en sí la alegría del salto, de lo propositivo, de los mejores arrestos y esperanzas. Entre nosotros, el 1ro. de enero de 1959 marcó un momento de total luminosidad y comienzo, de un triunfo que significó, como dijo a mi mejor amigo su padre, la posibilidad, para millones de cubanos, de ascender a la dignidad.

Como en estas horas que siguen siendo cruciales nosotros andamos en el ojo del ciclón, pocas veces reparamos en que —utilizando palabras pronunciadas durante la más reciente jornada de la Asamblea Nacional del Poder Popular por el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez— merecemos vivir «los próximos días y horas como si triunfara la Revolución otra vez»; porque, como también dijo el Jefe de Estado, «la Revolución triunfa cada vez que le arrebatamos al imperio una victoria para nuestra causa. Y en 2019 lo hicimos muchas veces».

Miramos a la luminosidad de 1959 con el asombro, el orgullo y la admiración que esas horas inspiran y merecen. No debemos olvidar, sin embargo, que si la Revolución de aquellas horas estuvo amenazada, la de estos instantes —que es la misma de entonces por sus sueños esenciales, pero en otro tiempo— no lo está menos. Era lo que expresaba en un momento muy difícil, comenzando la década de los 90 del siglo XX, el maestro Cintio Vitier. En sus palabras, igualmente, útiles para el presente nuestro, en su Discurso de la intensidad, afirmaba:

«A la obra, pues. Estamos en el momento más difícil de nuestra historia, cuando hasta los caminos de salvación se revelan llenos de peligros, cuando la lucidez le disputa al coraje la primera línea de defensa. Lucidez y coraje tienen que unirse con aquella imaginación que Martí llamara “hermana del corazón”. Una imaginación aliada de la ciencia y de la técnica, de la agricultura y de la industria, de la defensa militar y la política, al servicio de la justicia y la fraternidad entre los hombres, no del éxito egoísta, no del consumismo devastador, no del lucro. Tampoco de la irrealidad de una tecnología que pretende ­desustanciar al hombre. Nunca mayores fuerzas se emplearon tan mal. Obligada a batirse con la insensatez del mundo a que fatalmente pertenece, amenazada siempre por las secuelas de oscuras lacras seculares, implacablemente hostilizada por la nación más poderosa del planeta, víctima también de torpezas importadas o autóctonas que nunca en la historia se cometen impunemente, nuestra pequeña isla se aprieta y se dilata, sístole y diástole, como un destello de esperanza para sí y para todos. Destello, concentración, intensidad. El bajo del son, el colibrí, la flor de la mariposa, La Sacra, Palo Seco, las Guásimas. Vamos a cambiar la vida, trabajando y bailando. Vamos a confiar en nosotros mismos. Vamos a seguir a José Martí, que en la deslumbrada apretazón, como de hojazas, cocuyos, espinas y estrellas, de su Diario de campaña, por dondequiera que lo abramos, nos relata la fábula real de nuestro perenne nacimiento».

Eso, perenne nacimiento y confianza en nosotros mismos, a contracorriente de toda amenaza o negación, es la Revolución Cubana. A estas alturas, al cabo de más de 60 años de victorias sucesivas, luego de ver que en los finales del siglo XX otros intentos de hermanar a los hombres entre sí fracasaron; después de haber sido testigos del corrimiento del mundo hacia corrientes de izquierda, luego de derecha, y así sucesivamente en ciclos agotadores, resistir y crear ha sido nuestra máxima.

En esa resistencia nada se nos parece: somos la referencia viva, no de museo ni extrañamente contaminada, de una sociedad que desea la solidaridad, la fraternidad y la piedad sin renunciar a un escenario próspero y bello, donde el esfuerzo desde el talento (que todos lo tenemos para algo) labre cualquier camino de ascenso.

El mundo nos respeta y quiere por esa tenacidad, sin homología posible, que le confiere sentido a todo cuanto hacemos. A estas alturas de la historia —cubana al fin que ama la batalla y las fuerzas atractivas de la palma, del gallo, del café, de la risa limpia, de los abrazos y la libertad—, entiendo la certeza contenida en uno de los más bellos versos de nuestra poesía, según los cuales haber nacido aquí es una fiesta innombrable.

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