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Una crisis del decenio queda sin cura

En este enero, la retractación de una premio Nobel de Química ha reabierto el debate sobre un conflicto de replicabilidad en la ciencia del siglo XXI

 

Autor:

Iris Oropesa Mecías

Descubren que las ranas saltan cuatro veces antes de orinar. Hallan relación entre la inhalación de humo de incienso y la tensión estomacal. Científicos afirman que el apetito sexual desciende con el consumo de bebidas gaseosas… Ninguno de esos titulares es cierto. No se preocupe. Pero sirven para demostrarnos una verdad del decenio que termina: el desgaste del discurso y los métodos científicos pueden llevar a la fácil manipulación.

Ciencia. Ese universo profesional que pareciera funcionar como una tabla firme en medio del mar desde que la experimentación sustituyera los mitos con explicaciones, parece tambalearse cada vez que un científico se retracta de un ensayo porque no se pudo reproducir un resultado en laboratorio.

En este enero, el tuit de una premio Nobel de Química ha reabierto el debate sobre la crisis de la replicabilidad. Se trata de la estadounidense Frances Arnold, quien ganó ese galardón en 2018, compartido con George P. Smith y Gregory Winter por su investigación sobre las enzimas.

Su mensaje —publicado este 3 de enero— se refería a un estudio subsecuente sobre síntesis enzimática de beta-lactamasas revelado en la revista Science en mayo de 2019, y se retractaba del ensayo debido a que los resultados no pudieron reproducirse y los autores descubrieron que había datos ausentes en un cuaderno de laboratorio.

Ante el ejercicio de honestidad profesional de la química estadounidense, y sus disculpas públicas por no haber tenido tiempo de comprobar por sí misma todos los experimentos del estudio, se puso de nuevo sobre la mesa el tema de las dificultades actuales para reproducir experimentos de estudios ya publicados, sobre todo en los campos de la medicina y la química.

¿Se muere la ciencia?

Para 2016 y 2017 el tema de los enormes porcientos de retractaciones de ensayos publicados y de imposibilidad de reproducir sus resultados llevaron a un debate bastante ardiente sobre una supuesta crisis científica.

El número de estudios de los cuales sus autores se han retractado se ha multiplicado por diez desde 1975, según un informe del Instituto PNAS. De acuerdo con una encuesta de la revista Nature en 2016, de 1 576 investigadores en Medicina en ese año, el 70 por ciento no consiguió reproducir el experimento de otro científico y un 60 por ciento falló en reproducir sus propios experimentos. En Química, era aún peor: el 90 por ciento de los encuestados admitió no haber podido reproducir experimentos de sus colegas.

Unidas a cifras de otros períodos anteriores, los datos alarmaron a unos cuantos, y no fue extraño que la confianza que teníamos en todo el aparato científico antes de la llegada de la web se tambaleara peligrosamente.

Sin embargo, tildarlo de crisis pareció demasiado alocado a varios especialistas. Se creía más bien que el número de publicaciones, la ansiedad por ver anunciado el trabajo y el surgimiento de métodos de comprobación más certeros y rigurosos podrían ser un punto ascendente al aportar transparencia al mundo de los saberes.

Que no cunda el pánico

La tendencia de los experimentos mal hechos, el apuro por la publicación y los procesos a medias no pareció estresar a otros expertos, dedicados a comprobar con  profundidad si la ciencia estaba en estado crítico en la segunda década del siglo XXI.

Daniele Fanelli, uno de los autores que examinó si existe una crisis de reproducibilidad en ciencia, realizó un análisis bibliométrico de 20 años (desde 1992 hasta 2012), para concluir que los datos indicaban una respuesta negativa. Aunque el número de artículos de los cuales sus autores se han retractado ha ido en aumento en este siglo, lo ha hecho también la cantidad de revistas, con lo que el número de retractaciones por revista se ha mantenido constante. Además, apuntaba, tampoco hay más fraude científico. Los datos cienciométricos indican que el nivel de fraude era similar en ese período al de hacía 20 años.

John Ioannidis, profesor de Medicina, investigador de la salud y estadística de la Universidad de Standford, publicó un artículo en el que argumentaba que sí existía una crisis, pero no de la ciencia, sino de la praxis de su divulgación.

Para responder a la crisis, afirmó, la investigación médica tiene que concentrarse nuevamente en los pacientes y sus necesidades, en vez de centrarse en las necesidades de investigadores, médicos y patrocinadores que buscan premios, publicaciones y créditos académicos.

En las prácticas profesionales de los últimos años cada vez más se optó por premiar a los investigadores de acuerdo con el número de publicaciones anuales, por cuántas veces son citados o usados como referencia en otros artículos. Las actuales políticas han llevado a una proliferación de investigaciones poco fundamentadas, difíciles o imposibles de replicar.

Las editoriales de divulgación y medios comunicativos de la ciencia contribuyeron a la crisis. Al publicar artículos con titulares llamativos pero sin base rigurosa, muchas veces sesgaron la información y dejaron de contrastar fuentes serias, como tendencia.

Pero en la misma entrevista de Nature que abría el debate se afirmaba que la ciencia no murió en los últimos años. De los 1 576 científicos entrevistados, el 52 por ciento opinaba que la crisis es auténtica, pero solo el 31 por ciento cree que la falla en reproducir experimentos de otros significa que los resultados del experimento estén equivocados. La crisis de replicabilidad tiene que ver más con un fenómeno editorial y de búsqueda de fondos que con la naturaleza de la ciencia, afirmaban los expertos entrevistados.

Al parecer, cuando terminó 2019 los métodos científicos no dejaron de ser los más recomendables para acercarnos a la realidad y tratar de comprenderla; pero sí comenzamos a necesitar recordar el origen de todo. Recordar que la buena ciencia es para facilitar la vida del hombre y elevar su calidad, mucho más que para inflar egos académicos y lograr publicar en revistas prestigiosas.

Desde ese ángulo, la premio Nobel que se atrevió a tuitear retractándose de su propio trabajo fue más que valiente, al sacar nuevamente a la luz un problema sin resolver que nos deja el cierre del decenio.

 

Grandes retractaciones ocurridas en los 2000

En 2010 la revista médica The Lancet se retractaba de un estudio publicado en 1998 del doctor Andrew Wakefield que vinculaba falsamente la vacuna de la triple vírica (sarampión, rubeola y paperas) con el autismo en niños.

El estudio tuvo una gran repercusión y, junto a otras campañas, creó un ambiente contrario a las vacunas, sin una fundamentación real. Se trató de uno de los más famosos fraudes seudocientíficos del siglo.

El 29 de enero de 2014, la bióloga japonesa Haruko Obokata publicaba en la prestigiosa revista Nature un método para reprogramar células adultas con el fin de obtener células madre. A finales de ese mismo año se  retractó de su trabajo por errores graves e irreplicabilidad.

En 2012, en pleno debate sobre los transgénicos, una revista considerada respetable revelaba un estudio que vinculaba la ingesta de maíz transgénico de Monsanto con grandes tumores cancerígenos en ratas.

El biólogo francés Gilles-Eric Seralini en realidad había usado una muestra muy baja de roedores y había elegido una especie propensa a desarrollar tumores naturalmente.

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