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Interferón «a la cubana»

En 1981, un grupo de jóvenes investigadores cubanos protagonizó una hazaña científica al comenzar la producción de interferón leucocitario en solo 45 días

Autor:

Julio César Hernández Perera

Hace 55 años, el británico Alick Isaacs y el suizo Jean Lindenmann abrieron el camino hacia un nuevo horizonte en las ciencias: descubrieron el interferón, nombre que le procuraron a una proteína producida por células de embriones de pollo, ante el estímulo causado por un virus.

Este nuevo elemento era capaz de interferir —por eso el nombre— en la multiplicación viral dentro de las células, y se encontraba en varios vertebrados, con diferencias en cada uno de ellos.

Los investigadores fueron adentrándose más en los efectos biológicos de esta sustancia de indudable beneficio terapéutico. Así, se supo sobre sus potencialidades antivirales, antitumorales y otras vinculadas con la regulación del sistema inmune, conocidas también como inmunorreguladoras.

Sin embargo, existe una historia poco reseñada sobre el interferón, y tiene que ver con Cuba. Esta nación se prestigió, junto a otros contados países altamente desarrollados, de poder elaborar el producto hace más de tres décadas.

Tras el triunfo de la Revolución se inició la etapa de la ciencia moderna cubana. A partir de ese momento comenzaron a formarse recursos humanos altamente calificados, y se asumió la decisión estratégica de crear un país de hombres de ciencia, como expresó Fidel.

Dentro de ese universo, la salud ha sido uno de los objetivos principales. Por eso no es de extrañar que «el despegue de la ciencia moderna cubana» se haya reconocido con la producción del interferón leucocitario.

Se debe recordar que en esta empresa se tuvo la ayuda del profesor finlandés Kari Cantell. Su laboratorio de producción de interferón era muy famoso desde principios de los 70 del siglo XX. Para muchos, el método creado por él era uno de los más avanzados de su tiempo.

El afamado científico recibía visitantes de todas partes del mundo. Él los aceptaba desinteresadamente, un hecho poco usual en este mundo.

Fue precisamente en ese tiempo cuando apareció una solicitud de Cuba. Nunca pensó Cantell en la real capacidad y el ímpetu de los jóvenes científicos cubanos: tanta era la propaganda adversa contra la nación caribeña, que todo predisponía a augurar un fracaso.

Pero en Cantell primó su espíritu altruista y la idea de que el conocimiento no se le podía negar a nadie. Por eso aceptó la visita de los cubanos.

Siempre pedía que fueran grupos pequeños, generalmente de dos. Ante él, sin embargo, se presentaron seis jóvenes deseosos de conocer la forma de producir el interferón. Sin negar el sobresalto, seguramente le asaltó la duda: ¿Para qué esta gente se interesará tanto por el interferón?

Durante varias semanas compartió con los cubanos y reconoció su capacidad. De ellos se ganó su afecto para el resto de la vida y, tanta fue la impresión que, tras su retiro en el año 1993, escribió un libro con sus memorias, donde se puede leer un capítulo que no podía faltar y que tituló «Los cubanos».

Hazañas científicas en casa

A su regreso en 1981, el equipo de jóvenes emprendedores trabajó intensamente en una casa del Reparto Atabey, de la capital cubana. Junto a ellos también se encontraba una colaboradora finlandesa del laboratorio de Cantell.

En solo 45 días realizaron una hazaña científica: empezaron la producción de interferón leucocitario. En el orbe, ha sido el tiempo más breve dedicado al inicio de la producción de esta sustancia, por lo que se considera por muchos como un récord mundial.

Para mayor sorpresa, el producto se empezó a utilizar casi de manera inmediata en la epidemia de dengue que afectaba la nación en ese año.

En el año 1982 (hace 30 años), y en el mismo lugar de producción, se inauguraba el Centro de investigaciones biológicas, con el propósito de dedicarse por entero a la biotecnología.

A partir de este momento la capacidad de producción de interferón leucocitario ascendería a más de 30 000 bulbos anuales.

A la vez, se dio inicio a todo un proceso de desarrollo de la biotecnología de forma integrada, con el objetivo de obtener fármacos y vacunas recombinantes, y trabajar la ingeniería genética y la biología molecular, también aplicadas a otras esferas como la agropecuaria y los procesos industriales.

Posteriormente, se progresó con la formación de otros especialistas jóvenes, tanto en Cuba como en el exterior. Ello permitió que se pudieran dar pasos sucesivos en la producción más avanzada de interferón por métodos recombinantes.

En sus inicios, su uso clínico estuvo orientado fundamentalmente al tratamiento del cáncer. En la actualidad se continúan las líneas de investigación con nuevas formulaciones, como los interferones pegilados. Estos son utilizados principalmente en el tratamiento de enfermedades virales como la hepatitis B y la hepatitis C.

Hay que reconocer que gracias a los progresos iniciales del interferón se pudo avanzar en otras esferas de la ciencia cubana.

De esa semilla emergieron prestigiosas instituciones científicas como el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB), el Centro de Investigaciones Científicas (CNIC), el Centro de Inmunoensayo (CIE), el Centro de Inmunología Molecular (CIM), entre otros muchos.

De manera acoplada se conformaron los Polos científicos, lugares donde se construía una alianza estratégica entre los centros científicos de investigación, producción y aplicación de todos los productos, fruto de tanta dedicación y que tanto prestigio han dado a la ciencia cubana. Un mundo donde aún hay mucho de qué contar.

Fuentes:

—Conferencia del Dr. Pedro López Saura: «CIGB: Tres décadas de aportes en productos biotecnológicos aplicados a la Hepatología», Cimeq, La Habana, 15 de junio de 2012.

—Kari Cantell, The Story of Interferon: The Ups and Downs in the Life of a Scientist.

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