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Placeres prohibidos (II y final)

El exhibicionismo, al estar dado por un conjunto de patrones del comportamiento que contradicen las normas morales de la sociedad, tiende a ser calificado como una transgresión moral, y es juzgado por la ley como delito en dependencia de los daños sicológicos o físicos que quienes lo practican causen a sus víctimas

Autor:

Rosmery Echarri Martínez

Alberto tiene 48 años y le gusta exhibirse en público. Se casó con Elena desde los 34 y gracias a su matrimonio, logró construir lo que siempre había soñado: una familia. Desde que tuvo su primer hijo, aprendió a adorar a su esposa más que a nada en el mundo. Practicaban el sexo dos o tres veces al mes, y solo de vez en cuando se daba algunas «escapaditas».

«Me propuse cambiar con todas mis fuerzas. Al principio lo conseguí, solo que luego se volvió más difícil. Nunca le pude confesar lo que hacía, ni a ella ni a nadie. Sabía que estaba mal, pero había algo que me impulsaba a hacerlo una y otra vez».

El sicólogo Alexis Lorenzo Ruiz asegura que los exhibicionistas pueden tener una familia estable, y en esos casos suelen pensar que poseen una doble personalidad. «Les cuesta reconocer lo que hacen y cada cierto tiempo tienen la necesidad de exhibirse. Además, en su gran mayoría se desarrolla en ellos una vida sexual defectuosa con sus esposas y por eso sienten temores respecto a su masculinidad».

El exhibicionismo, al estar dado por un conjunto de patrones del comportamiento que contradicen las normas morales de la sociedad, tiende a ser calificado como una transgresión moral, y es juzgado por la ley como delito en dependencia de los daños sicológicos o físicos que quienes lo practican causen a sus víctimas.

A escala internacional, muchos códigos penales incluyen esas conductas dentro de los delitos contra la libertad sexual o el orden público, y se han ido variando de acuerdo con los cambios que ha sufrido la concepción social sobre la moral en temas de sexualidad.

Cuenta Alberto que solo tuvo problemas con la policía una vez. «Eso fue antes de casarme. Tuve que pagar una multa, ni recuerdo de cuánto fue. Después de eso fui más cuidadoso y evité hacerlo en pleno día, aunque no me gusta mucho masturbarme de noche».

Según el teniente coronel Manuel Alejandro Reyes, especialista de la Dirección General de la Policía Nacional Revolucionaria, en nuestro país se realizan muy pocas denuncias por actos exhibicionistas. En caso de que se atrape a alguno de esos sujetos in fraganti, se le aplica el Decreto-Ley 141 como medida preventiva, el cual establece que se le impondrán multas —usualmente de 40 pesos en moneda nacional— y demás medidas al que ofenda «las buenas costumbres con exhibiciones impúdicas».

«En caso de que el individuo reincida en varias ocasiones, se reúne una comisión integrada por diversos expertos del sistema de policía y se evalúa si existe algún peligro en lo que hace o si ha cometido acoso sexual. A partir de ahí, se abre un expediente de índice de peligrosidad, y luego se analiza en un tribunal cómo será procesado. Generalmente se le sanciona de uno a cuatro años de privación de libertad, pero una parte de este tiempo es enviado a cumplir trabajo correccional».

Sobre el tema, la profesora Mariela Rodríguez Méndez, máster en Sicología clínica, aclara que los exhibicionistas conocen la transgresión que cometen contra la ley, pero están convencidos de que los otros son los equivocados, al creer en las normas y los límites sociales. «En sus concepciones, ellos son los que saben lo que es el goce, la satisfacción. Por eso les resulta tan difícil acudir a las consultas».

Renunciar al Paraíso

Muchas mujeres desconocen lo que hacen sus maridos cuando son exhibicionistas. La sexóloga Elvia de Dios Blanco comenta que en sus pacientes casados, las parejas generalmente acceden a ayudar a sus cónyuges si desconocen lo que hacen; otras, sin embargo, están al tanto de su condición y hasta la consienten.

«Tuve un caso particular en el que el paciente quería comprobar si aquello era normal, pues la esposa le había demandado la realización de actos exhibicionistas para excitarse, y como él no lograba sentirse cómodo en esa situación ni satisfacerse sexualmente, acudió a mí. Claro que no podía sentirse bien, porque él no padecía ninguna alteración sicopatológica».

La sicóloga Rodríguez Méndez indica que en las perversiones es donde más resistencia se ha encontrado a cualquier tratamiento. Eso ocurre porque, a pesar de existir terapias conductuales destinadas a lograr que la persona no tenga tal comportamiento, el individuo sufre en el sentido de que renuncia a lo que más le satisface. Por eso también ese es el tipo de persona que menos solicita ayuda profesional.

Los principales métodos para tratar las parafilias son las sicoterapias de corte cognitivo-conductual y la utilización de sicofármacos como los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, y los antiandrógenos, que son los encargados de bajar los niveles de testosterona en el organismo.

«Algunas de las técnicas que más utilizo son el reacondicionamiento de orgasmos —que consiste en cambiarles sus fantasías sexuales como exhibicionistas a fantasías vinculares, es decir, a las de tener relaciones normales con otras personas— y la sensibilización encubierta, que radica en hacerles visualizar, al menos tres veces al día, el efecto negativo de su conducta mientras sueñan con tener un acto de exhibición», refiere la doctora Blanco.

El hecho de que exista una cura definitiva para esos trastornos es muy relativo. «La palabra cura es muy discutida en la sicología. Yo utilizo más bien la palabra compensación, pues cada enfermedad se compensa o se amortigua hasta que desaparece gradualmente si el tratamiento es efectivo. En el caso del exhibicionismo, los resultados van a depender del tipo de paciente al que nos enfrentamos, del tiempo de evolución del trastorno y de la desestructuración de su personalidad», explica el doctor Alexis Lorenzo Ruiz.

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