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Ladrones postales

Últimamente han arreciado las cartas con denuncias de pérdidas y sustracciones de bultos postales, para vergüenza de toda la nación, y especialmente de cualquier persona honrada que trabaje en Correos de Cuba.

Allá en la calle 9 número 1411, del barrio Las Cañas, en Artemisa, Juan Guerra quisiera coger por el cuello al ladronzuelo anónimo que hoy debe estar riéndose de él. Juan tuvo que dar mucho machete y guataca para reunir los pesos que luego trocaría en convertibles, y comprarle a su niña un par de zapatos, la mochila, material escolar y otros presentes, con vistas al presente curso escolar.

El 17 de agosto de 2006, y desde el correo de Artemisa, el hombre le envió el paquete a su hija, allá en Niquero, provincia de Granma. Pero la niña, desilusionada, no pudo lucir sus zapatos nuevos ni la mochila el primer día de clases. Ni podrá disfrutarlos jamás, porque nunca llegó a su destino el paquete, con el número C.P009320568.

El 13 de noviembre de 2006 le confirmaron a Juan la «pérdida» del bulto. Y al machetero le dolió aún más la forma de indemnización: por el peso del paquete y no por los valores que contenía. Cuando me escribió anunciaba —como la calificó él— «la desagradable noticia»: le iban a pagar 35 pesos por todo aquello que equivalía a 578.

No menos dolida está Ana Elvira Brito, una señora de 80 años que vive en Los Maceos número 60, en El Cobre, provincia de Santiago de Cuba. Hace más de cuatro meses le envió un paquete a su sobrina Loida Zabón, que reside en San Pablo 207, en el municipio capitalino del Cerro. Y el mismo no ha llegado a su destino.

Ana Elvira se desprendió de su jarra eléctrica de hervir agua que adquirió allá en El Cobre, al precio de 127 pesos, para que su sobrina pudiera hervirle el agua a su hijo pequeño. Y ahora nadie sabe por dónde anda el paquete. Sí le aseguraron que el mismo salió para La Habana el 26 de octubre de 2006; pero su sobrina no lo ha recibido. Vaya a saber quién es el desalmado que, a esta hora, debe estar hirviendo su agua en la jarra eléctrica, burlándose de los sentimientos de generosidad de Ana Elvira.

Otra señora de 80 años, Librada Chacón, quien reside en San Juan 88, reparto los Mameyes, municipio capitalino de Arroyo Naranjo, nunca recibió el bulto postal que le enviara su amiga Daisy Cañizares, desde la ciudad de Sancti Spíritus, con un par de zapatos y medicamentos.

A Daisel Lozada Fernández, una joven periodista de la emisora Radio Guáimaro, quien reside en Emiliano Cedeño número 9, en esa localidad camagüeyana, unos amigos le enviaron, desde Canadá, un paquete con una grabadora del tipo reporteril. Pero el bulto llegó con una abertura en uno de sus bordes, y sin la grabadora, los casetes, el micrófono y el cable acompañantes.

Lo peor fue cuando se dirigió a la Dirección Provincial de Correos. «En forma déspota y burlesca me dijeron, asegura Daisel, que como yo, más de 20 personas habían perdido sus artículos ese mes. Que me había tocado perder, que se harían gestiones, pero que no me hiciera ilusiones; que eso era de esa forma: perder y no obtener respuesta».

Otra víctima es Margarita Vargas Pérez, de Capdevila 51, reparto La Vigía, en la ciudad de Camagüey: el 22 de diciembre recibió dos paquetes enviados desde España. Estaban en bastante mal estado, con precintas que decían Correos de Cuba. Y esquilmados: de dos juegos de cosméticos solo llegó uno; de un juego de máquina de afeitar Gillette con diez cuchillas de repuesto, lo que había eran seis máquinas desechables de las que venden en las TRD a 25 centavos. De seis calzoncillos, solo arribaron dos. De dos pulóveres de vestir de hombre, solo uno; y el pantalón de vestir gris enviado se lo cambiaron por uno verde, con orificios de quemaduras de fósforos o cigarros. De tres paquetes de seis jabones cada uno, solo llegaron tres jabones. De 12 carreteles de hilo, solo seis; de seis pares de medias, un solo par.

Todas estas personas, con diversos estilos y maneras, se cuestionan en sus cartas hasta cuándo personas sin escrúpulos estarán manchando el prestigio de Correos de Cuba apropiándose descaradamente de bienes ajenos. ¿Será imposible arrancar ese mal de raíz con controles estrictos?

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