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No quedar sin baterías

El magno escalón humano de servir a los otros es tal vez una de las condiciones primeras de la felicidad. Que lo diga si no Araceli Muné Bandera (Ave. Patricio Lumumba 580, entre B y C, Reparto Jiménez, Santiago de Cuba), quien, a pesar de su condición de parapléjica, ejerce como farmacéutica en la Farmacia Principal Municipal santiaguera, sita en calle 4ta. y Avenida de los Libertadores.

Hace más o menos dos años y medio, Araceli recibió, por gestión de la empresa a la que pertenece, una silla de ruedas eléctrica de procedencia china, la cual usa acumuladores especiales.

«Con esta silla realizaba el recorrido de mi casa al trabajo y viceversa, así como otras actividades de beneficio personal y familiar, pues este equipo proporciona una gran independencia al discapacitado que lo posea», cuenta la remitente.

Pero aproximadamente a mediados del mes de abril los acumuladores del referido aparato llegaron al fin de su vida útil, relata la lectora; por tanto, este dejó de funcionar.

«Cuando esta clase de silla se queda sin batería se produce un hecho doblemente lamentable, ya que no solo el equipo pierde su valor utilitario, sino que detrás hay una persona que ve y siente anulada su posibilidad de realización social...», se duele la lectora.

Por esa razón, explica, está interesada en conocer qué posibilidades existen de que se cree un mecanismo que permita la compra de esos acumuladores a quienes poseen ese tipo de sillas.

Ella conoce la difícil situación económica por la que atraviesa el país y los esfuerzos de las autoridades para mantener los beneficios sociales, por eso se refiere al sistema comercial de compra y venta. Los dueños de estos provechosos artefactos que a la vez son trabajadores podrían pagar las baterías por descuentos salariales a plazos, sugiere la santiaguera.

Y termina recordando aquel precepto del Apóstol según el cual ser útil es «más importante que ser príncipe». Ella no quiere un principado.

Incomodidad de lujo

Era viernes 25 de junio y Luis Carlos Batista Morales (Santovenia No. 109, entre Patria y Lindero, Cerro, Ciudad de La Habana), pensó invitar a su novia a un almuerzo diferente. Por eso se llegaron a la pizzería Da. Rossina, sita en calle I esquina a Calzada, en el Vedado, municipio de Plaza de la Revolución.

«Cuando nos sentamos a la mesa que se nos dispuso, rápidamente notamos el profundo estado de embriaguez del barman, aun estando en horario de servicio. Estaba rodeado, además, de numerosos “compinches de tragos”, lo cual causaba un severo malestar entre los clientes», narra el joven.

En el restaurante existe un equipo de música para hacer más placentera la estancia de los usuarios. Pero al parecer las condiciones en que se encontraba el barman lo llevaron a aumentarle el volumen hasta niveles francamente desagradables, evoca Luis Carlos.

Otro inconveniente bastante pesado —relata— era la presencia de algunos compañeros en la barra conversando en voz alta y riéndose de forma estridente, al parecer con bastante alcohol en sangre.

«Debo señalar además el acceso continuo de personas ajenas al establecimiento hacia la cocina, violando flagrantemente la normativa sobre las áreas de elaboración de alimentos. Una vez realizado el pedido, (los comensales de) varias mesas tuvimos que aguantar una demora de dos horas aproximadamente para satisfacer nuestra orden», apunta.

«Solo la amable, paciente y profesional camarera supo enfrentar toda esta falta de respeto hacia los clientes. Ante los profundos reclamos y quejas suyas por el actuar del barman apareció el Administrador y tomó medidas».

Y finaliza su misiva el lector capitalino señalando lo decepcionante de haber sufrido todo aquel «espectáculo» en un lugar que anteriormente se caracterizaba por su rapidez y calidad en el servicio, y por un ambiente acogedor.

Hay que servir, a la carta, el postre de una respuesta seria ¿ustedes no creen?

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