Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Sin atropello…

En medio de tantas privaciones, carencias y dificultades, al menos las tareas  de prevención pública frente a las  peligrosas arbovirosis deben llevar un componente de comprensión y   sensibilidad ante lo que padecen los ciudadanos, para que no sufran lo experimentado por Niurka Fraguela Sentmanat, allí en Reyes 337, entre Luz y C, en Lawton, municipio capitalino de Diez de Octubre.

Refiere la remitente que ella es diabética y hace un mes que viene padeciendo las secuelas del chikungunya, al igual que su cuñada, que vive también allí, y quedó atrapada con los intensos dolores poco después que Niurka. Esta última, al menos, por la naturaleza de la labor que realiza, le permite adecuarse y beneficiarse con el teletrabajo.

Y aludiendo a su contexto domiciliario, relata algo muy triste que está a la orden del día en cualquier sitio de la capital y del resto del país (cualquier semejanza, es pura inconsecuencia):

«De las cuatro esquinas de la manzana donde resido, especifica, en dos de ellas habían contenedores de basura que primero perdieron sus ruedas,  y hace como dos meses fatalmente desaparecieron. Esas esquinas se convirtieron en basureros que llegan al medio de la calle, igual que el que está a dos cuadras, justo en la esquina de la farmacia.

«Ese contexto ha propiciado, casi me atrevo a asegurar, que alrededor del 90 por ciento de los vecinos tengan el virus chikungunya. Creo que la mayoría,  porque yo no he hecho un censo, pero es lo que parece».

Y señala que ayer precisamente,  después de que todo ese problema que está extendido como pólvora, mandaron a fumigar y vinieron los compañeros a las 10:00 de la mañana a avisar para que prepararan todo. Así lo hicieron los vecinos, con cierta lentitud por los dolores que les aquejan. Pero a las 10:30 de la mañana estaban listos.

«Pero comenzaron a pasar las horas y ya pasadas las 12:30, más de dos horas después, comunicaron que se le había acabado el combustible a la bazuka y que tenían que rellenarla, porque faltaban apenas cuatro casas».

Implicó otra media hora de espera. Y ya cuando regresaron, el azúcar desbordado de Niurka comenzó a «protestar». Pero ella pensó que faltaba poco. Y podía seguir esperando.

«Así, afirma, disciplinadamente salimos y el compañero nos firmó el visto. Y cuál no sería mi sorpresa que cuando solo faltaba mi casa, una vez más se acabó el combustible. Así que… posición anterior. Y ya está vez sí entré dispuesta a calentar y comerme mi almuerzo porque no estaba dispuesta a sufrir una hipoglucemia.

«Al regresar, los compañeros se disgustaron porque en forma un poco ya descompuesta por el dolor del virus y por el malestar que provocaba mi azúcar baja, les dije que hasta que yo no almorzara no se iba a fumigar. El final del cuento es que no esperaron 15 minutos después de que yo estuve tres horas esperando por ellos, tres horas que perdí de haber estado trabajando y/o cocinado, aprovechando que era un tiempo con electricidad, que son escasas también las horas de ella que tenemos. Y a todas luces, ellos fumigaron, porque el visto está firmado.

«Es una falta de respeto tras otra. Es mucho pedir que avisen con antelación pero no diez horas antes (que tienes que perder de hacer otras actividades).

«¿Es muy problemático pedir un tiempo en el horario de almuerzo para almorzar los vecinos? Yo soy diabética, pero en el vecindario hay ancianos mayores y niños que también necesitan respeto a sus horarios de almuerzo.

«Ahora estamos corriendo para tratar de cogerle la delantera al virus, pero no puede ser de manera atropellada con el vecindario».

 

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