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Nuez a primera vista

Fue un trabajador infatigable. Ahora que ha muerto, volví sobre su cronología y resulta impresionante lo que llegó a hacer a lo largo de los 78 años que vivió. René de la Nuez no dejó pasar un día sin llevar el dibujo a sus cartones.

Era muy joven cuando se dio a conocer como dibujante. Debutó en publicaciones estudiantiles y en la revista Páginas, del Círculo de Artesanos de San Antonio de los Baños, su ciudad natal. Y era muy joven asimismo cuando presentó —a dos manos con José Luis Posada— su primera exposición y obtuvo el primero de los muchos galardones que conquistaría en su larga carrera. Veinte años después de aquel reconocimiento inicial, se le conceptuaba entre los cien mejores caricaturistas del mundo, y con posterioridad merecería el Premio Nacional del Humor (2008). Cuatro años más tarde, el Premio Nacional de Artes Plásticas coronaba su quehacer.

Y es que René de la Nuez sobresalió y de qué manera en todos los costados del humor que cultivó: lo costumbrista, lo político, la caricatura personal, el humor blanco… No en balde la Universidad de Alcalá de Henares, en España, lo designó Profesor de Mérito en la categoría de humorismo gráfico.

Su padre fue su influencia más remota. No era pintor ni dibujante, pero gustaba de pintar y dibujar, y sus modestos afanes de aficionado inspiraron al hijo, lo motivaron y le hicieron pensar que él también podría hacerlo. Por otra parte existía en San Antonio de los Baños un clima propicio para el dibujo. De allí era oriundo Eduardo Abela, el creador de El Bobo, uno de los personajes mejor delineados y con mayores aristas del humorismo gráfico cubano. Coincidieron en la localidad el ya aludido Posada, Peroga, Jesús de Armas y Manuel Alonso, que fue allí el iniciador del humorismo gráfico.

Con sus concepciones y realizaciones, esos artistas, tan jóvenes en algunos casos como el mismo Nuez, lo ayudaron a bosquejar la opinión propia, a buscar y hacer un humor alejado de lo chabacano, lejos del chiste por el chiste y que fuera también obra artística de valor.

Más de mil dibujos dedicó Nuez a la causa del pueblo vietnamita, y otros muchos a la lucha de Chile contra el fascismo pinochetista. Realizó exposiciones personales en Praga, Moscú, Viena, Managua, Berlín y en numerosas ciudades mexicanas así como de Francia, India, Canadá. Títulos como Allí fumé, El humor NUEZtro de cada día y Cuba sí sobresalen entre sus libros.

Expresó el artista en una oportunidad que el humor tenía que ser esencialmente crítico. Dijo además: El humor está en todo. Es una forma de ver la vida y asumir y enfrentar los problemas.

Dijo también:

«No puedo vivir sin La Habana y, por ende, sin Cuba. Aquí me nutro. Me gusta muchísimo ver el mar, y si no lo veo, me muero… He pedido que mis cenizas las echen al mar, en las profundidades del golfo, no en la orilla, porque me gusta pensar que llegarán al Mediterráneo, a Túnez, a Estados Unidos, a cualquier otro lugar. Eso es algo lindo. Una forma de seguir vivo sin estarlo…».

Hacerse el loco

¿Recuerdan a El Loquito? Es uno de los personajes más populares de la caricatura cubana. Un ente de ojos estrábicos y nariz de cucurucho, tocado invariablemente con un gorro de papel periódico, que aunque no hablaba decía con lucidez luciferina aquello que la dictadura de Fulgencio Batista pretendía ocultar con la represión y la censura. El Loquito hacía alusiones que el pueblo sabía traducir e interpretar. Si el personaje leía en la prensa el anuncio de una «Gran oferta, 33,33 por ciento de rebaja», se hacía evidente que lanzaba una advertencia contra los chivatos batistianos, a los que se les pagaba 33 pesos con 33 centavos por su deplorable proceder. O que recomendaba moverse con cautela ante la censura de prensa cuando, delante de una florería, veía un cartel que decía: «Dígalo con flores». En otro dibujo, El Loquito coloca muy juntos los dedos índice y pulgar de una de sus manos; sostiene algo pequeño. El texto dice: «Un granito de arena»; un llamado a colaborar con la lucha insurreccional. En otro, ve llegar un ómnibus de la ruta 30, que hacía el recorrido entre el reparto La Sierra, en Marianao, y el centro de La Habana. Mensaje clarísimo: está próximo el triunfo de la Revolución.

Dice la doctora Adelaida de Juan, en su libro Pintura cubana: temas y variaciones —Unión, La Habana, 1978— que al igual que El Bobo, de Abela, El Loquito, de René de la Nuez, lleva un nombre que indica su condición de necesario engaño a la autoridad. Uno se «hace» el bobo, el otro, el loco, y en su aparente ingenuidad y simpleza esconden su firme posición. Puntualiza la mencionada ensayista: «Hacerse el bobo (o el loco) representa coloquialmente al hombre inteligente que se ve obligado a enmascarar su ingenio. En esto se diferencian del primer símbolo republicano del pueblo, el Liborio, de Torriente». Liborio crece en una época de grandes decepciones políticas, carece de esperanzas, no tiene fe en que su situación cambiará un día; está amargado, se ve a sí mismo como una víctima. No se ven así El Bobo ni El Loquito. Señala Adelaida: «Tienen armas de combate, reflejo de la lucha revolucionaria de sus épocas respectivas».

Nuez quiso buscar su Liborio, esto es, un personaje que simbolizara al cubano de su tiempo. Pero a diferencia del de Torriente, que siempre le pareció pasivo y aguantón, quería a un personaje más vivo. Un día, al pasar en un ómnibus frente al Hospital de Dementes de Mazorra, se le ocurrió El Loquito. La lucha en la Sierra Maestra había comenzado, la dictadura acentuaba la represión y el personaje, con su locura, diría la verdad de lo que sucedía en el país, lo que no siempre podía ser dicho por la prensa.

Cuando ideó El Loquito, Nuez disponía ya de un espacio semanal fijo en Zig Zag, la publicación humorística cubana más importante del momento. Al comienzo no devengaba pago alguno por sus cartones, pero eso resultaba secundario para el joven dibujante, que agradecía la posibilidad de publicar en dicho semanario y de relacionarse con algunos de los más destacados humoristas de la época.

José Manuel Roseñada, director de Zig Zag, acogió de inmediato a El Loquito, que no revelaría sus verdaderos propósitos en sus primeras salidas en público. Al comienzo hizo solo locuras, cosas sin mucho sentido y fue cayendo paulatinamente en lo político. Así creó sus claves. Su creador tenía una ventaja sobre el resto de sus compañeros de redacción: se hallaba vinculado al 26 de Julio y era enlace del coordinador provincial del Movimiento. Así, conocía muy bien las noticias de la Sierra Maestra y de la lucha clandestina en las ciudades, y a partir de ahí El Loquito también las sabría.

Otros personajes

Fue un personaje que prendió en la conciencia colectiva. Gracias a él su creador se vio envuelto en situaciones verdaderamente conmovedoras, como cuando un día de 1958 recibió en Zig Zag a un grupo de masones que lo visitó al creerlo en peligro. Por una de esas casualidades de la vida, en una caricatura El Loquito aparecía con un gesto que ellos identificaron como una señal de auxilio masónico y allí estaban para ofrecerle su ayuda.

Otros personajes de Nuez calaron asimismo en el público. El Barbudo tiene su antecedente en las propias caricaturas de El Loquito, anteriores a 1959, en las que aparece Fidel. Después del triunfo de la Revolución ese personaje atraviesa etapas en las que se enriquece y deviene símbolo del pueblo cubano. Es un hilo conductor dentro de la caricatura del artista: lleva la voz del pueblo y la Revolución, y Nuez ha querido verlo como el masculino de la Flora, de René Portocarrero.

En la misma línea está otro personaje suyo, Mogollón. Apareció antes de la promulgación de la ley contra la vagancia (1971) como una forma de crear en la población el rechazo hacia el vago, y cuando al fin apareció la ley el pueblo quemó su imagen en todas las provincias. Lo curioso es que Nuez se había propuesto, aun con la ley en vigencia, seguir utilizándolo. No pudo hacerlo dada la reacción popular. Si la gente lo había quemado, Mogollón ya no existía y lo hizo desaparecer con la misma alegría con la que lo concibió. Al día siguiente, en las páginas del periódico Granma aparecía otro personaje, de apellido Mogollones, que no era propiamente un vago, pero pertenecía a la misma familia, un sujeto indolente, apático, indiferente al esfuerzo ajeno. Ya el pueblo había enterrado a Don Cizaño, otro personaje suyo, símbolo de la prensa burguesa. El día en que el Gobierno Revolucionario nacionalizó las publicaciones que quedaban aún en manos de la burguesía, los estudiantes se echaron a la calle con un ataúd. Dentro iba Don Cizaño. Se hizo imposible entonces que su creador siguiera utilizándolo.

También El Loquito perdió su razón de existir. En enero de 1959 Fidel remitió a la dirección de Zig Zag una carta en la que felicitaba al colectivo del semanario, y muy especialmente a El Loquito, por la posición mantenida durante la lucha. Poco después, sin embargo, los propietarios de Zig Zag comenzaron a entrar en contradicciones con la Revolución y empezaron los problemas entre Nuez y Roseñada. Las diferencias hicieron crisis en mayo. Obreros armados desfilaron por las calles para expresar así su decisión de defender la Revolución hasta las últimas consecuencias y Roseñada se opuso a que Nuez llevara a los trabajadores con sus armas a su caricatura. Entonces el artista se fue del semanario, donde ya le pagaban muy bien sus dibujos, y El Loquito reapareció en las páginas del periódico Revolución. Tenía a Don Cizaño de contrafigura.

Con los días, El Loquito perdió sentido. La Revolución estaba en el poder y el personaje no tenía que decir en clave lo que podía gritar a voz en cuello, no debía burlar ya ninguna censura. Sus sueños se habían hecho realidad, y dejó de salir.

El Loquito, con el tiempo, llegó a parecer ingenuo a su creador. En lo estrictamente profesional, le enseñó, a lo largo de meses, a resolver problemas de dibujo en un espacio muy reducido. Se apreciarán sus cambios si se revisa, en orden cronológico, la colección de Zig Zag; variaciones no en cuanto a la idea y filosofía del personaje, sino en relación con el dibujo y las soluciones. Un monumento a El Loquito se erigió en las afueras de San Antonio de los Baños. Está en la historia. Y ahora lo está también su creador, René de la Nuez.

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