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El mensaje a García

Transcurría la noche del 22 de febrero de 1899 y el periodista norteamericano Elbert Green Hubbard,  de la revista Philistine, apremiado por la hora del cierre, se devanaba los sesos ante el papel en blanco. Los temas que había barajado para la jornada y de los que tenía algunos apuntes, le parecían, llegado el momento de escribirlos,  demasiado insustanciales o carentes de interés, incapaces de entusiasmar al lector y hacerlo leer hasta el final. De golpe creyó tener una buena historia, pero la rechazó cuando todavía no había llenado la mitad de la segunda cuartilla. Si lo aburría a él, cómo la acogería entonces el que la leyera. Abrumado, escurrió la pluma de punto metálico en los bordes del tintero y la colocó con cuidado  en la escribanía, como si debiera permanecer así durante largo tiempo. En situaciones semejantes, le daba resultado jugar con los objetos que adornaban su escritorio, sobre todo con aquella bola de inscripciones incomprensibles que, de niño, le regaló su padre y que conservaba desde entonces como una reliquia, pero ahora ni eso.

Hubbard se puso de pie y salió del estudio al escuchar que su hijo Bert se movía en el salón contiguo. La conversación, sin orden ni concierto, los llevó al tema de la guerra que Estados Unidos libró en Cuba contra España, y Hubbard aseguró que el mayor general Calixto García, Lugarteniente General del Ejército Libertador,  al garantizar  el desembarco exitoso de 16 000 soldados norteamericanos y trazar el plan de acción que conduciría a la rendición de la ciudad de Santiago de Cuba, en el que oficiales y soldados cubanos llevaron la peor parte, era el héroe de la contienda. Bert no ocultó su desacuerdo. El verdadero héroe de la llamada guerra hispano-cubano-americana, dijo con énfasis, no era el general holguinero, sino el teniente Andrew Summers Rowan.

¡Rowan!  Ese sí era un tema que valía la pena explotar. Hubbard volvió a su estudio para aplicarse de nuevo sobre su trabajo. Ahora la pluma corría sobre el papel, pero apenas podía seguir el ritmo de su pensamiento. Sin el menor respeto por la verdad histórica, Hubbard transformó el viaje del teniente Rowan a Cuba, a fin de transmitir a Calixto un mensaje verbal del Presidente de los Estados Unidos, «en una odisea individual, cargada de peligros, combates y hazañas increíbles, solo realizables por un norteamericano, clara evidencia del sentido racista que animaba su texto».

Nace un best seller

Nacía así El mensaje a García (A Message to García). Una revista de Filadelfia había encargado a Hubbard un artículo de relleno y el periodista fabricaba en cambio «una leyenda digna de una novela de aventuras». Suceso editorial que terminó convirtiéndose en el primer best seller de la literatura y el periodismo de Estados Unidos. No había transcurrido una semana de su publicación original cuando la Compañía de Noticias pidió autorización al autor para imprimir mil copias del mensaje, y el Ferrocarril Central de Nueva York obtuvo reproducirlo en un millón de folletos. Un mes más tarde había sido reproducido ya por 200 revistas y periódicos de ese país.

Al príncipe Andrei Hilakoff, director de los ferrocarriles de Rusia, el material le pareció interesante y lo hizo traducir al ruso y repartió copias entre todos los empleados de su empresa. Se popularizó en Francia, España y Alemania. En 1905, en la guerra con Japón, cada soldado ruso llevaba en su mochila un ejemplar de El mensaje a García. Moscú perdió aquella contienda,  pero Tokio le atribuyó un valor especial al texto y, traducido, destinó una copia a cada uno de los súbditos civiles y militares del imperio del Sol Naciente.

Hollywood puso también su granito de arena. Con la actuación de Wallace Beary, uno de los adelantados del entonces balbuceante «sistema de estrellas», en el papel del teniente Rowan, se llevó al cine el artículo de Hubbard. Digamos de paso que un incipiente Hollywood explotó la guerra de Cuba no solo en el área de la ficción, sino además en la documental: la Vitagraph Company filmó aquí las primeras imágenes en movimiento de una guerra real.

En 1909, diez años después de haber visto la luz por primera vez, alcanzaba tiradas por 40 millones de ejemplares. Una información reciente aseguraba que, traducido a idiomas potables e impotables, llegaba ya a los cien millones de copias. Hasta donde sabe el escribidor, El mensaje a García sigue siendo motivo de estudio y referencia en escuelas norteamericanas, y su lectura es obligatoria para los que mediante cursos de autoayuda se esfuerzan por saber cómo se logra el liderazgo.

Graduado de west point

En abril de 1898, días antes de que Washington declarara formalmente la guerra a España —lo que ocurre el 25 de ese mes—  el presidente William McKinley llamó a su despacho de la Casa Blanca al general Nelson Miles,  jefe del Ejército. Se requería de un oficial que entrase en Cuba y localizase al mayor general Calixto García, segundo al mando de las tropas mambisas y jefe de la zona oriental.  Ese oficial entraría a la Isla vestido de paisano y sin ninguna documentación, y transmitiría verbalmente el mensaje del Presidente. McKinley quería conocer la composición del Ejército Libertador y obtener de Calixto el compromiso de apoyar el desembarco norteamericano y la guerra que a partir de ahí se desencadenaría. Consultado por Miles, el coronel Arthur Wagner, jefe de la Inteligencia, recomendó al teniente Andrew Summers Rowan, un graduado de la academia militar de West Point que dominaba el idioma español y había cumplido misiones secretas en América Latina.

Penetrar de manera clandestina en un país en guerra con el objetivo de entrevistarse, en representación de una potencia extranjera, con uno de los máximos jefes de la insurrección, es una misión arriesgada y difícil. Se requiere de valor y ecuanimidad para acometerla. El teniente Rowan la cumplió con éxito. A su regreso a Washington se le recompensó con el ascenso al grado de teniente coronel.

Lo que omite el periodista Elbert Green Hubbard en su artículo es que Rowan, desde el momento en que se le confió la tarea hasta su regreso a Estados Unidos, tuvo el apoyo de decenas de cubanos conocedores de las costas orientales y de los territorios ocupados por las fuerzas independentistas. Al desembarcar en la ensenada de Mora, al sur de la antigua provincia de Oriente, lo esperaban jóvenes oficiales, educados algunos de ellos en Estados Unidos, que le sirvieron de guía hasta la ciudad de Bayamo donde, después de la entrevista, Calixto lo invitó a la fiesta que en su honor auspiciaban varias familias cubanas.

Nada de eso se dice en las páginas escritas por Hubbard. Habla en cambio el periodista de cómo Rowan recibe y transmite el mensaje sin que nadie le proporcione información ni medios para encontrar a García. A pie recorrerá la Isla de costa a costa, y lo hará en medio de una naturaleza hostil que también es su enemiga: ríos crecidos, montañas infranqueables, temporales inclementes.  Correrá mil peligros y al final, sin preguntar nada a nadie, llegará donde García, que se esconde en las selvas cubanas.

Más allá de las peripecias de Andrew Summers Rowan en Cuba y el ya apuntado sentido racista de su historia, sobresale en El mensaje a García la capacidad del protagonista de superar cualquier obstáculo con ciega obediencia, exponente como es de un pueblo que se cree elegido para regir los destinos de la humanidad. Lo importante es cumplir la tarea de manera inmediata, sin reticencias ni vacilaciones, dice Hubbard, y resalta además el papel del compromiso y  la voluntad de ejecutar las tareas que se asumen. Sostiene que el mundo necesita «muchos Rowan» y que existen pendientes por entregar muchos «mensajes a García». En la cultura popular norteamericana, «el mensaje a García» es una frase que incita a realizar tareas difíciles.

Escribe Hubbard: «Existe un hombre cuya figura debe fundirse en bronce inmortal… un hombre que fue leal a la confianza en él depositada… el que llevó el mensaje a García».

Los hechos

Tan pronto como Rowan supo en Washington, tras su entrevista con el jefe del Ejército, de la misión que debía cumplir, tomó el tren expreso con destino a Nueva York. Allí, el 15 de abril,  Gonzalo de Quesada y Tomás Estrada Palma, delegado del Partido Revolucionario Cubano, le instruyeron que se trasladara a Jamaica y se entrevistara con Octavio Lay, representante del Partido en Kingston. Viajó el 18 y Lay lo puso en contacto con el comandante Gervasio Sabio que debía traerlo a Cuba. Sabio y Rowan, en compañía de varios cubanos, hicieron el viaje en una débil barquilla y en la ensenada de Mora, al pie de la Sierra Maestra, los esperaba un escuadrón de caballería al mando del teniente Eugenio Fernández Barrot. Este llevó a los recién llegados a presencia del general Salvador Ríos, jefe de las tropas cubanas de Manzanillo, quien ordenó al teniente Fernández que llevara al militar norteamericano al campamento de Calixto García, dondequiera que se encontrarse.

Pronto supo Fernández que Calixto estaba en Bayamo. En la casa de esa ciudad que le servía de cuartel general, el capitán Aníbal Escalante (padre), ayudante de guardia, recibió a Rowan. Enseguida anunció su llegada al coronel Tomás Collazo, jefe del Estado Mayor de Calixto, y el General no demoró en recibir al visitante. Solo el coronel Collazo asistió a la entrevista. Finalizada esta, Rowan se reunió con los ayudantes del General y tuvo frases de elogio para el insigne caudillo que le dispensara tan grata acogida. Era el 1ro. de mayo. Ese mismo día, la armada norteamericana destruía totalmente en cuestión de horas la escuadra española del Pacífico en la bahía de Cavite, Filipinas.

En las primeras horas del día 2, Rowan buscó la costa norte y se hizo a la mar en un bote. Lo acompañaban el general Enrique Collazo, el coronel Charles Hernández y el teniente Nicolás Valbuena  Mayedo (práctico), quienes llevaban la respuesta de Calixto García al Gobierno de Washington.  Un barco de bandera norteamericana los recogió en alta mar y los condujo a Cayo Hueso. De ahí siguieron viaje hacia la capital norteamericana.

Final

El periodista Elbert Green Hubbard nació el 19 de junio de 1851, en Bloomington, Illinois. Murió el 7 de mayo de 1915 cuando el barco en que viajaba, el trasatlántico Lusitania, a unas diez millas al sur de Irlanda, fue bombardeado por un submarino alemán, acción que provocó más de cien fallecidos y determinó la entrada de Estados Unidos en la I Guerra Mundial.

Rowan murió en 1943. Entonces se emplazó un busto suyo, obra del cubano Hernández Giró, en el desaparecido parque Maine, en el Malecón habanero, a un costado del hotel Nacional. Allí estaban el presidente Batista, que costeó el pedestal de mármol de la escultura, el vicepresidente Cuervo Rubio y el primer ministro Ramón Zaydín, apodado «Mongo Pillería». No faltaban otras figuras del Gobierno y el cuerpo diplomático. Hubo varios oradores, entre ellos, el encargado de negocios de Estados Unidos, y, al final, desfiló un grupo de mambises y una representación de las fuerzas armadas. El teniente Eugenio Fernández no aparece en la lista de los invitados al acto.

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