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El jefe indio en su puesto

Leí en estos días una novela sobre la mafia en La Habana, premiada y publicada en España. Es una novela documental con personajes y hechos reales, con los que el autor hace coincidir sucesos que quizá no ocurrieron nunca y que, de haber ocurrido, tal vez no fuera de la manera como se cuenta en el libro. Se trata, en definitiva, de una novela, en la que su autor —novela al fin— presenta y trabaja la historia como mejor le plazca.

Hasta ahí está bien. Se lee con interés; está bien escrita, con «garra». Lo que me molestó fue la alusión que en las páginas finales se hace a la muerte del brigadier general Rafael Salas Cañizares, entonces jefe de la Policía Nacional. No por lo que dice, que, a la larga, resulta intrascendente, sino por lo que de ello pueda derivarse, y surja, a partir de lo dicho, quien quiera buscarle la quinta pata al gato.

Insinúa el autor de la novela desavenencias entre Fulgencio Batista y su jefe de Policía —lo que parece cierto— para aseverar de rampampán que, en aquel mediodía del 29 de octubre de 1956, tras violar la extraterritorialidad de la residencia del embajador haitiano en La Habana, el obeso y bien vitaminado militar fue herido de muerte por su propia escolta.

No hay tal cosa, como se verá más adelante. De la muerte de Salas apenas se habla, y resulta un hecho bastante desconocido. Lo que se ha escrito no llena las expectativas porque la única versión posible es la de la Policía de la época. De la otra parte —los diez oposicionistas de diferentes tendencias asilados allí—, no quedó nadie vivo para contar la historia, y Enma Hunt, la sirvienta de la residencia —sita en la esquina de 7ma. y 20, en Miramar— donde ocurrieron los hechos, fue presionada para que calzara con sus declaraciones la versión de las autoridades. No había en la casa, por otra parte, ningún diplomático que pudiera pronunciarse en un sentido o en otro.

Dice en sus memorias (2009) el general Francisco (Silito) Tabernilla Palmero que la muerte de Salas fue «uno de los días más felices de Batista». «Él se lo buscó», fue su frío comentario al conocer del suceso, apunta en su libro el jefe de la Oficina Militar del dictador, para añadir que después del Golpe de Estado de 10 de marzo, Batista «casi nunca hablaba directamente con Salas Cañizares, sino a través de un ayudante. Casi siempre las órdenes de Batista les eran transmitidas por un intermediario ya que, probablemente, no quería jamás confrontarlo. No sé si era miedo, respeto o alguna razón oculta, pero lo cierto es que no le hablaba directamente…».

Triste notoriedad 

Rafael Ángel Salas Cañizares nació en Cruces, Las Villas, en 1913. Graduado como telegrafista, ingresó en el Ejército (Cuerpo de Señales) tras el golpe de 4 septiembre de 1933 y se licenció tres años después para ingresar como vigilante en la División Central de la Policía. Transitó por varias unidades policiales e integró el Servicio de Tránsito. Cabo en 1940. Sargento en 1945. Segundo teniente de la Sección Radio Motorizada en 1947. Primer teniente en 1948…

Es por entonces que empieza a ganar triste celebridad a costa de atropellos y fustazos. Cuando quieren aumentar el costo del pasaje en los ómnibus urbanos, se organiza un mitin de protesta que desborda de público la escalinata universitaria. Fidel Castro Ruz y el combativo periodista Guido García Inclán son los oradores.

Terminada la demostración, la multitud se dispersa. En Belascoaín esquina a San Lázaro, Salas Cañizares la emprende a golpes contra los transeúntes. Como consecuencia de la golpiza fallece, horas después en el hospital Calixto García, Carlos Rodríguez, obrero ortodoxo de 25 años de edad, que había estado en la escalinata.

Fidel entonces, por propia iniciativa, se persona en la causa como acusador privado. Las órdenes de detención que contra Salas y el comandante Rafael Casals, jefe de la Motorizada, libra el juez de Instrucción de la Sección Cuarta, donde se radicó la denuncia, son reiteradamente entorpecidas. Sobreviene el Golpe de Estado del 10 de marzo, y en cuestión de horas el oscuro teniente, ascendido a coronel, es el jefe de la Policía Nacional. El 24 de marzo, Batista, por decreto, dispone que todas las causas que impliquen a aforados pasen a la jurisdicción militar, y el caso de Carlos Rodríguez queda sobreseído. El 27 de mayo Salas es brigadier general.

La niña bien

En la madrugada del 10 de marzo, Salas, con cinco perseguidoras, da escolta a Batista entre Kuquine, la finca de recreo del jefe golpista, y la Ciudad Militar de Columbia. Durante el trayecto va lanzando por radio, un corto mensaje: «El jefe indio en su puesto; la niña, bien».

Cumplida esa misión, Salas, sin disparar un chícharo, ocupa la jefatura de Policía y ordena el acuartelamiento de toda la fuerza policial, a la que dota de
armas largas. Dispone la ocupación del Palacio de los Trabajadores (CTC) y de la sede central del Partido Socialista Popular. También la Compañía de Teléfonos, la planta eléctrica de Tallapiedra y las plantas auxiliares de Melones y todas las estaciones de radio.

Ya como jefe de la Policía Nacional protagonizó, en abril de 1956, el allanamiento de la Universidad de La Habana. Decía buscar armas, que no encontraron; el despacho del Rector quedó destrozado y saqueadas otras dependencias.

—Yo debí haberlo matado —dijo Salas Cañizares a Miguel Quevedo, director de la revista Bohemia.

—Imagina usted, General, la mancha que caería sobre su uniforme si usted mata al Rector de la Universidad de La Habana.

—Mire, Quevedo, desde que se inventó el FAB (un detergente) no hay mancha que no se caiga.

¿Una conjura?

El 28 de octubre de 1956, en el cabaré Montmartre, es abatido a tiros el teniente coronel Antonio Blanco Rico, jefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM). En su entierro, en el cementerio de La Lisa, el senador Rolando Masferrer dijo a Salas que los autores de dicho atentado se refugiaban en la residencia haitiana. No era cierto. Los que sí estaban asilados allí eran los dos jóvenes que atentaron contra el propio Masferrer, pero matrero como era, se sabía muy poca cosa para que el jefe de la Policía se molestase por su persona.

Para Santiago Rey, ministro de Gobernación de Batista, la cosa no era tan simple. Aseguró que, tras el entierro del jefe del SIM, Salas recibió en la Jefatura, por su teléfono directo, el aviso de la localización de los autores de la muerte de Blanco Rico. Por tanto, decía el Ministro, funcionó una conjura. No hubo tal conjura. Fue un hecho casual, aseguró al escribidor, ya en los años 60, un comandante auditor de la Policía Nacional que estuvo entre los investigadores del caso y fue licenciado poco después.

De cualquier manera, Salas decide acudir a la residencia haitiana. Figuran entre los refugiados Secundino Martínez y Gregorio García, buscados por el atentado a Masferrer. Los diez oposicionistas no pueden entrar a la residencia. Merodean por el jardín y duermen en las habitaciones de servicio de los altos del garaje. Dos escaleras conducen a esas habitaciones. Una exterior; la otra, interna, de las llamadas de caracol, que será importante en el desarrollo de los acontecimientos.

El día de los hechos, Salas, seguido por sus hombres, penetra en el jardín de la residencia. Se escuchan disparos. Busca el garaje y hay nuevos disparos. Cae al suelo Secundino Martínez, lo dan por muerto y Salas comienza el ascenso por la escalera de caracol. Secundino dispara sobre el jefe policial. Informaciones de la época aseguraron que seis proyectiles lo impactaron en el vientre y uno más, a sedal, en la cabeza. Se decía que usaba un chaleco blindado.

No coinciden de nuevo las versiones. Luego del triunfo revolucionario, preso ya en el castillo de San Severino, en Matanzas, y poco antes de que lo condujeran al paredón de fusilamiento, el teniente coronel Juan Salas Cañizares fue entrevistado por dos jóvenes que, con la autorización de Che Guevara, querían que contara detalles de los sucesos en aquella sede diplomática. Dijo muy poco. Aseguró que no fueron seis los tiros en el vientre, sino uno solo, y añadió que no podía asegurar que fuera Masferrer el que puso a su hermano en la pista de la residencia, pues él (Juan) no había acudido al entierro de Blanco Rico, lo que no parece cierto.

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