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Conversando con la familia del combatiente asesinado

Ivo Acuña fue heredero de valores con los que se enfrentó a los que pretendían robar un avión para salir ilegalmente del país. El dolor familiar no empaña el orgullo que hoy sienten por él

Autor:

Zenia Regalado

Ivo cuando era capitán de las FAR. Fotos: Daniel Mitjans

PINAR DEL RÍO.— Hay ríos y manantiales de agua cristalina nacidos en la Sierra Maestra que bordean su historia de vida, la de un niño campesino amante de la naturaleza y los animales que creció escuchando relatos sobre un bisabuelo mambí.

La hidalguía y el espíritu quijotesco fueron las primeras lecciones aprendidas en un ambiente puro, natural, donde decisión y responsabilidad formaban parte de la vida cotidiana.

Noelvis Domitila Velázquez Benítez tuvo su librito propio para criar a sus seis hijos, y la valerosa muerte de uno de ellos, Víctor Ivo, le hizo recordarlo, como los reunió a todos en una retrospectiva dolorosa, pero necesaria.

UN HOMBRE

La madre de Ivo Acuña. El padre y el hermano menor. Uno de sus hermanos, Ibrahim, definió el sentimiento que les acompaña hoy: «La forma en que actuó nos da aliciente para soportar el dolor. Era muy amoroso con todos, con sus dos niñas, con nosotros; siempre estaba haciendo bromas».

Cargar agua desde el manantial cercano al río Tana, en la casita de la finca Vista Hermosa, en la actual Media Luna, provincia Granma, era una de las tareas cotidianas repartida entre todos.

Lo mismo ocurría con la mudanza de Paloma, Primavera, La Conga, Muñeca, las vacas que en distintos períodos les acompañaron y les salvaron del hambre.

«Cada uno tenía que saber ser un hombre, ser sensible a la familia, y un ciudadano de bien. Ellos jugaban como todo niño, pero sabían que no podían andar matando pájaros y ahorcando camaleones. Les distribuía el fregado y otras tareas de la casa», rememora la madre, a quien no se le aparta la tristeza del rostro.

De ella, dicen, heredó Ivo —como le llaman ellos— la fortaleza de su carácter, pues el padre es, al menos en apariencia, más mesurado, aunque no tuvo reparos en incorporarse a la lucha clandestina primero, y después, cuando fue denunciado a la dictadura batistiana, ingresar a la Columna Uno.

Este hombre, Rolando Acuña Mayeta, a sus 73 años, y con el pecho cargado de medallas, fue hace poco a su área de atención para la defensa a decir que estaba listo para ser movilizado cuando hiciera falta.

CERCA DE FIDEL

Una vez el padre de Ivo sintió su hombría rebajada, fue la ocasión en que peor estuvo su espíritu, deseoso de entrar en acción combativa.

«Fue durante el combate de Guisa. Nos mandaron a buscar un armamento a Vegas de Jibacoa, nos entusiasmamos con el recorrido. Pensábamos que combatiríamos con aquel armamento moderno: Springfield, Garand. Cuando regresamos con él nos dijeron que debíamos entregarlo, que allí terminaba nuestra misión.

«Muchos lloraron. Tuvimos que cruzar un río por el que pasaba una escuadra de mujeres. Cuando les preguntamos para dónde iban, dijeron que para Guisa. Nos quedamos boquiabiertos. Ellas iban y nosotros no, pero la disciplina hay que cumplirla», afirma.

Subía y bajaba lomas como si nada, con su carga de arroz, azúcar, medicamentos para la tropa, acostumbrado a escalar montañas.

Estuvo en una escuela de entrenamiento en San Lorenzo, en el mismo lugar en que cayó Carlos Manuel de Céspedes, y en otra en Minas del Frío, donde recibía clases todas las mañanas impartidas por Aldo Santamaría Cuadrado.

Durante una de las misiones asignadas buscando zinc por las lomas para ampliar el campamento, él y otro compañero fueron sorprendidos por la aviación batistiana y salieron a resguardarse en un cañadón.

Cuando se fueron los aviones encontraron los trozos de zinc llenos de agujeros por todas partes.

HIJO DE GATO...

Ivo creció escuchando todas esas anécdotas, y viendo las fotos de su padre melenudo y con collares de Santa Juana. Nació el 6 de abril de 1966. Diez años después su familia se mudó al reparto Hermanos Cruz, en la capital pinareña, a un edificio de las FAR donde vivía una tía militar.

En 1977, y con la ayuda de la Asociación de Combatientes construyeron una casa en el kilómetro tres de la carretera a Luis Lazo, municipio de Pinar del Río.

Su hermana Idulbis, de 33 años, recuerda cuánto le gustaba a él empinar papalotes desde lo alto de una casita de madera que había en el patio.

«Como era la única hembra, me tenía como su mascota. Se la pasaba haciéndome trastadas. Me decía, te doy esta moneda que es más grande por esa que llevas ahí. Yo salía perdiendo pues me cambiaba cuarenta kilos por un peso... y después se reía mucho.

«Otras veces me daba un globo a cambio de gelatina y se burlaba cariñosamente de mí. Entonces venía mamá y le quitaba la gelatina.

«Cuando venía de la escuela militar Carlos Roloff en la capital del país, me ponía los grados de cadete. Decía que quería ser chef de cocina, pero mi mamá le insistía en que hiciera otros estudios».

En este punto de la conversación, la madre, que se había levantado para ir al interior de la casita, interviene nuevamente:

«En la cocina sabía inventar. Hacía un arroz amarillo muy bueno, le echaba de todo lo que llevaba. Yo siempre hacía la tortilla con plátano macho, entonces cuando la preparaba él me decía: “si no hay plátano macho yo la hago con hembra”».

La mujer no puede con tanta carga emocional y se retira nuevamente dejando tras ella un silencio momentáneo en la salita.

COINCIDENCIAS DE LA HISTORIA

Isidro, el hermano que es secretario del Comité del Partido en la Universidad Hermanos Saíz y doctor en Economía, nos habla de lo motivado que estaba con los estudios de piano de su hija de nueve años, y de cuánto hablaba de las travesuras de la menor, de cinco.

«Era el más familiar de todos nosotros. Le decía al viejo: “ya no me puedes decir cabo Ivo porque he llegado a teniente coronel”. Siempre bromeaba», relata su hermano.

Vitalio Acuña, Joaquín en la guerrilla del Che en Bolivia, era primo del abuelo del combatiente asesinado. Anduvo kilómetros y kilómetros en Bolivia sin zapatos, pues no había número para él. Tenía cerca de 42 años cuando cayó en la guerrilla.

Antes perteneció a la unidad de tanques de la que después también pasó a formar parte Ivo, quien al morir era primer oficial especialista en Comunicaciones.

Sus dos hermanos: Ibrahim —también egresado de la Carlos Roloff— e Isidro cumplieron misión internacionalista en Angola, el primero de tipo militar, y el segundo, como profesor.

Ignacio también se graduó de dicha escuela, y con los ojos enrojecidos y poniendo un freno a las emociones nos dice: «Él se enfrentó a uno de los asaltantes del avión y el otro le da los tiros. No se atemorizó. Ahora estamos marcados y tenemos que seguir luchando. Estamos preparados para todo».

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