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El edificio de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana vuelve a lucir

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El edificio de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana vuelve a lucir su excelente simbiosis entre el clásico puro, el neoclásico y la modernidad

En la primavera de 2005, fuertes estruendos sobre el falso techo del edificio Ignacio Agramonte, donde radica la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, sembraron el temor a un desplome del inmueble y obligaron a la evacuación de estudiantes y trabajadores del centro.

En aquel momento varios especialistas compartieron el asombro sobre cómo ciertas secciones de la edificación permanecían todavía en pie. Cálculos y estudios más precisos desecharon la idea original de realizar solo una restauración, para plantearse la reparación capital que culmina ahora, después de tres años.

En 1985 la morada de Temis, diosa de la justicia en la mitología griega, había recibido mantenimiento en su techo. El acero de refuerzo se trató con anticorrosivos y las cargas fueron redistribuidas. Sin embargo, «la técnica aplicada no estuvo en correspondencia con las buenas prácticas de la construcción», constató la ingeniera civil Yuremis Hernández, del Grupo Inversionista de la Oficina del Historiador.

«Los materiales de la época no lograban una eficiente unión entre el hormigón nuevo y el hormigón ya envejecido, lo que provocó un desprendimiento del material con el devenir de los años», agregó.

Una década después no pudieron ser solucionados otros problemas, como la estructura del vestíbulo central, que ya comenzaba a presentar síntomas de un creciente deterioro.

«En algunos lugares el techo solo poseía el dibujo del acero, porque ya en estos se había desprendido totalmente», confirma Manuel Trigas, ingeniero del Grupo Inversionista de la Oficina del Historiador.

José Luis Toledo, decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana, recuerda: «La situación era tan preocupante que tuvimos que solicitarle a la dirección del Estado la reparación del edificio, la que se incluyó entre las obras priorizadas de la Batalla de Ideas».

Temis y clío de la mano

Las monumentales columnas corintias del edificio mantendrán el esplendor de sus inicios. El lugar donde ahora se erige el imponente edificio, había sido una red de túneles que usaban los españoles para transportar la pólvora, protegerse y comunicarse, narra Delio Carreras, historiador de la Universidad de La Habana. En su momento —relata Carreras— el eminente arquitecto cubano Joaquín Weiss había advertido con respecto a la inadecuada ubicación del edificio, pues la zona carecía de piedra calcárea y existía la posibilidad de un desplome estructural.

Cuando se concluyó esta obra en 1927, bajo la dirección de los ingenieros Raúl Otero y Raúl Iglesias, el conocimiento sobre el uso de los áridos en la técnica del hormigón armado era aún incipiente. «Está comprobado que se usó arena de mar en el edificio, y aunque se aprovechó la resistencia del acero, la granulometría de este árido es mucho mayor, lo cual redujo la resistencia del inmueble», precisa Alfredo Sánchez Lara, ingeniero principal de la Universidad de La Habana, quien encabeza su Dirección de Inversiones.

El dictador Gerardo Machado y Morales, con el propósito de ganar votos y simpatías del claustro —una parte del cual le otorgó el título Honoris Causa— veló por la construcción del edificio, al punto de exigir que se hiciera con «la perfección de un templo romano, aunque haya que coger del presupuesto nacional».

Por supuesto que a la inauguración no faltó el entonces presidente. También lo hicieron la familia Agramonte, y representantes de las más prestigiosas universidades europeas e hispanoamericanas.

Los asistentes disfrutaron de la ceremonia y el esplendor del nuevo edificio, cuyas seis columnas simbolizan la honestidad, la virtud, la prudencia, el desinterés, el amor y la abnegación.

Hasta última hora

Los especialistas de la Oficina del Historiador de la Ciudad, dada su experiencia en la restauración de obras patrimoniales, pensaban que solamente ayudarían a la restauración de la fachada, la carpintería y los trabajos decorativos del cielo raso. Luego de una detallada evaluación del edificio, se determinó la necesidad de un personal especializado también para el reforzamiento de las estructuras.

En mayo de 2005 se iniciaron los trabajos de restauración. Las empresas de Diseño Ciudad Habana y Constructora Puerto Carenas, de la Oficina del Historiador, y el Grupo Inversionista de esta aunaron sus conocimientos, habilidades y experiencia para reparar el inmueble.

«Restaurar es mucho más difícil que hacer», comentan los cubanos cuando hablan sobre construcción, y así lo confiesa el ingeniero Manuel Trigas: «Tuvimos que restaurar las puertas; crear una nueva red hidráulica, sanitaria, dos tanques nuevos para el agua, los bajantes pluviales. La acometida eléctrica se hizo nueva, para lo cual tuvimos que cavar desde la Facultad hasta la cámara de transformadores; hubo que hacer esto a última hora, porque nunca se sabe hasta qué grado puede llegar el nivel de deterioro, y todo esto requirió mucho esfuerzo».

¿Paramos? ¡No!

Durante decenas de meses, al recorrer los vericuetos de la Colina, no era extraño encontrar en algún jardín o escalera a los futuros juristas cubanos recibiendo una insólita clase de Derecho Romano.

Tras la determinación de cerrar el edificio en el curso 2005-2006, los profesores se encontraban en una encrucijada: no había local para impartir la docencia. «Entonces analizamos varias variantes: continuar los estudios en las sedes universitarias, dar clases los fines de semana o a partir de las seis de la tarde en el horario nocturno; pero las tres se desecharon», cuenta el doctor Toledo.

Por tal razón, de acuerdo con el Ministerio de Educación Superior, se adoptó un sistema de estudio con algunas variaciones en el plan. No se afectaba la carga docente, sino la forma de impartir los contenidos.

A prueba de ingenio

Como en todo gran empeño, en este no podía faltar el rosario de obstáculos y la consiguiente contrapartida, propinada por la lucidez de la inventiva. «Durante el tiempo de reparación, fueron varias las dificultades con los materiales, implementos y herramientas de trabajo», comenta Sánchez Lara.

«Debían usarse inicialmente cuatro martillos neumáticos y un compresor, pero se dispuso finalmente de uno solo», aclara el ingeniero.

La idea era botar los desechos en cuatro puntos diferentes, pero al no conseguirse los cuatro shooters, fue necesario caminar 60 metros de distancia para arrojar los escombros por un rústico shooter de madera, fruto de la pericia del grupo de constructores e ingenieros.

El ingeniero Sánchez Lara comentó además que «la obra completa se hizo sin güinche, elemento de gran utilidad para alzar los materiales y escombros. Hubo que hacerlo todo a mano».

La imposibilidad de usar equipos de izaje dentro del edificio obligó a los constructores a subir y acomodar las vigas de reforzamiento completamente a mano, hasta una altura de 6,50 metros.

«El ingenio de los compañeros de la Oficina del Historiador estuvo a prueba todo el tiempo. A la hora de fundir la cubierta, el equipo de bombeo no llegaba hasta el final, tuvimos que adaptar una plancha y doblarla para llegar a la otra esquina. Aquí las fundiciones empezaban a las cinco de la tarde y se acababan a la una o dos de la mañana», recuerda Trigas.

En la Facultad recién reparada conviven armónicamente elementos originales con algunos modernos, que servirán de «guardianes» de la estructura. Para ello se instaló un sistema de protección contra incendio, contra intrusos, de aterramiento y de pararrayos.

Si en 1930 los redactores de la revista National Architectural quedaron sorprendidos por la excelente simbiosis, entre el clásico puro, el neoclásico y la modernidad que indicaba situar pizarras y jardines colindantes, sala de estar o living room, hoy deslumbrarán sus sistemas de televisión, de voz y datos, y de conexión en red.

Las monumentales columnas corintias del edificio se mantendrán con el esplendor de sus inicios gracias a las manos milagrosas de sus restauradores, las mismas que libraron la puerta de entrada de «soluciones descuidadas».

Con la agudeza de un arqueólogo, que sabe dónde excavar, los obreros de la Oficina del Historiador salvaron elementos decorativos sepultados por la inexperiencia —y algunos casos por la chapucería— en trabajos anteriores.

El edificio Ignacio Agramonte abrirá sus puertas el próximo curso a futuros abogados tras una inversión de 4 millones de pesos, un millón de estos en divisas.

La morada de Temis preservará el espíritu revolucionario sembrado por Mella, Fidel y una pléyade de hombres que pasaron por sus aulas. Serán sus nuevos moradores los responsables de mantener estable la balanza de la diosa.

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