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El tetí casimente es un misterio

El tetí es un pecesillo sacado de nuestros ancestros, y forma parte del embrujo que puebla este paraje salvaje, virgen, diverso

Autor:

Miguel Ángel Castro Machado*

En Baracoa, ni en un resumen de sus mitos podríamos obviar al tetí, uno de los «alegres misterios» de este pueblo, raro marisco que constituye el plato más apreciado de la región. Al referirlo, lo hacemos desde esa magia que lo consagra, desde esa singular poética que lo encierra y eleva.

El tetí es un pecesillo sacado de nuestros ancestros. Como diría Lezama: «Con él penetramos en el estado místico, donde la imaginación puede engendrar el sucedido y cada hecho se transfigura en el espejo de los enigmas». Forma parte de ese embrujo que puebla este paraje salvaje, virgen, diverso. Para hablar de él debe hacerse desde la leyenda, desde el mito que constituye para los baracoesos desde tiempos inmemoriales. Viene de las entrañas de la mar y sube por las desembocaduras, después de romper su placenta al contacto con el agua dulce, prefiriendo para su viaje a los caudalosos Toa, Duaba y Miel. Este singular y macondiano pez-anguila hará su misterioso viaje procedente de lo desconocido en perennes saltos sobre la superficie, erizando el agua, río arriba, luchando contra la corriente y el hombre que lo necesita, para no dejar perecer tan añeja tradición.

Tiene lugar este insólito espectáculo de la naturaleza bajo el influjo de la menguante, durante varios meses, aunque los más frecuentes son febrero, julio, septiembre y diciembre. Es tan compacto el cardumen que ofrece la impresión, al brillo de la luna, de una gigantesca serpiente de plata que solo cortan los recodos del río. «La arribazón» de tetí, como se le llama a la llegada de tan rara camada, constituye desde siempre un trascendental acontecimiento esperado con ansias por los pobladores de esta primera villa. El tetí también rememora tiempos forjadores y momentos ingratos, cuando baracoeso fue un gentilicio condenado a muerte.

El transcurso de su «arribazón» y captura es todo un rito, en que hombres, mujeres y niños acuden al llamado ancestral. Entonces, para el cuarto menguante ya estarán instalados tetiseros y acompañantes en el tibaracón, para construir los rústicos ranchitos que servirán de albergue mientras dure la corrida. Las noches serán amenizadas con sones y guarachas que se acompañan con los imprescindibles «golpes» de aguardiente; y el ruido suave de las sombras que convergen en tan paradisíaco rincón, para orear de prisa la espera, como aliento que llama al espacio encantado de la fiesta, como un ritual de luz. La corrida del tetí ata, enfaja. Y el tetisero es ya, por toda su vida, un ser embridado por sus hechizos.

Con la llegada, comenzarán la faena dos personas o más, cada una asida a los extremos de una fina malla estirada debajo de la superficie del agua, todavía erizada por los saltos continuos del tetí. En este rito no pueden faltar los que portan los mechones, que son los ojos del tetisero, ellos van de un lugar a otro del río detrás de su presa. Los imprescindibles «mechoneros», quienes al centro de la noche rompen con ruidos de luz la presencia tierna de las sombras para hacer posible tan preciada captura. Y así hasta el amanecer, en ese olor a marisco aristocrático, único. En ese encuentro con lo telúrico, en ese viaje a lo soñado.

Garrido es uno de los más curtidos tetiseros de Baracoa. Hombre acostumbrado a lidiar con estas criaturitas, pero además, muy locuaz. A una pregunta acerca del extraño animalito, no tiene cuándo acabar: «El tetí casimente es un misterio. Él es un pejecito medio bajitoncito, muy místico y listico, que en cosa de soplos se esfuma del paisaje para irse a escabullir no se sabe dónde. Adrede, pega a saltar sobre la superficie y solo tú lo ves, cuando se está casi quitando de la vista. Cuando las montañas desembuchan toda su agua a los ríos, es más cómodo de sorprender, porque se ven como un gran ramo de rayitas abrillantadas en el agua. Entonces, con una espaciosa jofaina hecha de yagua, tú lo coges bajiaíto. Desde niñón, concurro en estos trajines y le entro limpio al cardumen, sin nada puesto. En ese topetazo con lo terrenal, en ese viaje merodeado por los espíritus… al decir tetí, estás diciendo fiesta, celebración, estás diciendo ceremonia. Tetí quiere decir acopiarse en fiesta, revolverse en alegría nativa, originaria…».

He oído infinitas veces a Epifanio, Primitivo y Cromacio afirmar que es delicioso saborear el tetí, ya sea en enchilado, frituras, rociados con aceite, secos en arroz y de muchas otras maneras; pero que nada es comparable al sabor y embrujo que constituye su captura, en que embriagados de Luna y tetí regresan cargados a sus hogares con las luces del alba, para no dejar perecer la antigua costumbre. «Entonces sí —dicen todos— comerlo tiene su verídico sentido, su mejor sabor». Es este el más impresionante espectáculo de la geografía baracoesa. Por eso, indica un viejo refrán en la primogénita villa: «Sin Luna menguante no hay tetí. Sin tetí, no hay Baracoa».

La corrida puebla las calles de la ciudad con ese sonido característico del pregonero, con ese gracejo popular inconfundible y tradicional que solo se escucha en Baracoa. Sonido de prolongados ecos en la veterana villa. Con ella, el hombre va sabiamente completándose, robusteciendo su identidad; porque se sabe más libre cuando asegura su libertad espiritual en comunión con la naturaleza: ¡Vaya tetí, tetí fresco, tetí! ¡Tetiserooooooooooooo!

*Historiador, ganador del Premio de la Crónica Enrique Núñez Rodríguez.

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