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No es solo el deseo de los millones de cubanos que estarán pendientes este 7 de octubre de su salida de la cárcel de Marianna, en Florida. El inmediato e incondicional regreso de René González a Cuba es lo que dicta el más elemental ejercicio de la justicia y la razón.
Su hogar está en la Isla: su madre Irma, que este viernes no podrá darle el abrazo y el beso deseados después de 13 años de arbitraria prisión porque las autoridades estadounidenses no le otorgaron visa para viajar hasta él; aquí está su esposa Olguita, que en todo este tiempo de farsa para que Cinco inocentes paguen el pecado de un pueblo por resistir, no lo ha podido ver; en Cuba también tiene a su padre, a sus hijas Irmita e Ivette, a su hermano… Aunque nació en Estados Unidos, Cuba es su tierra.
Así, el rechazo de la moción para que René cumpliera en la Isla los tres años de «libertad supervisada» que le fueron impuestos junto a su condena, se convierten en una sanción adicional.
Más allá, sin embargo, de los dolores del corazón, vuelven a estar en juego la credibilidad y la decencia de una administración puesta en la coyuntura de aceptar que cobija a terroristas —como lo hace el dictamen adicional que prohíbe a nuestro compatriota acercarse adonde aquellos están y que lo pone en manos de ellos—, o asumir la oportunidad de demostrar que le asiste un ápice de honorabilidad. Eso podría conseguirlo Barack Obama con una sola acción: devolver a René al seno de su pueblo.
Por esa misma decisión —la única consecuente con un país que se erige como paladín de la lucha contra el terror— aguardan Gerardo, Tony, Fernando y Ramón. Cuba lucha por su vuelta, y también los espera.
