Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El mejor homenaje: el humanismo como posibilidad

Fidel vive en todos los convencidos, y en los que obran como tal, de que un mundo mejor puede construirse

Autor:

Alina Perera Robbio

CARACAS, Venezuela.— «Le debo unas palabras de gratitud a Fidel», confiesa la cubana Annet González Mijares, quien aquí integra nuestro ejército de misioneros de la Salud. El tema la desborda, de tal modo, que no puede continuarlo. Hace algún tiempo, en otra de nuestras conversaciones, esta joven mujer expresó que debe las cosas que conoce y con las que puede ayudar a los demás, a la bondad de la Revolución y a su gran artífice, el Comandante en Jefe.

La intensa vocación por estudiar y las oportunidades que encontró en el camino de su vida la convirtieron en una sabia del mundo de la Informática (que disfruta como niña siempre que logra enmendar algún enredo de las nuevas tecnologías y garantiza la navegación de sus compañeros); la hicieron una profesional que domina más de un idioma y que por eso puede fungir como traductora, y una especialista en Política Comercial. Como si no bastara, desde sus manos de natural artesana pueden nacer flores tejidas, piezas textiles exquisitamente restauradas, carteras, objetos nunca antes imaginados.

Annet está hecha para el trabajo y la generosidad. En el recinto que lejos de la Isla esta sensible mujer ha convertido en su hogar, una pequeña fotografía de Chávez y Fidel recuerda al visitante que esos dos seres constituyen fuentes de inspiración para todo revolucionario, para decenas de miles de colaboradores que ubicados en puntos diversos de la geografía venezolana obran actos de amor por los demás.

Ella vive orgullosa de su abuela materna, Herminia Castillo, quien se jugaba la vida en las calles habaneras, a finales de los años 50 del siglo XX, en plena dictadura de Fulgencio Batista. «Era una cubana hermosa, y los soldados del régimen la piropeaban sin sospechar que debajo de su vestido llevaba armas de fuego».

Algún día esta misionera encontrará sosiego para escribir sus líneas de gratitud. Pero ahora no puede: arde en su memoria el día en que Fidel «partió»: «Quedaron sus enseñanzas sobre casi todo, afirma, y al no estar físicamente entre nosotros cada revolucionario debe convertirse, como él nos dijo, en su propio Comandante en Jefe».

EN CUMPLIMIENTO DE MISIÓN ESPECIAL

La primera vez que el médico cubano Jorge David Infante Domínguez arribó a tierra venezolana lo hizo el 28 de noviembre de 2003. Será muy difícil que se le olvide porque en la Isla fue despedido por el Comandante en Jefe Fidel Castro.

Buscando en su memoria, en un paréntesis que hace en el Centro de Diagnóstico Integral (CDI) Pedro Rafael Pérez Delgado en el estado de Barinas —donde labora dando cumplimiento a su segunda misión internacionalista—, Jorge dibuja ese especial momento: «…Yo antes no había tenido encuentro alguno con él. Todos queríamos verlo de cerca, darle la mano, saludarlo.

«El Comandante, cuando fue al teatro donde se hizo la despedida de nosotros, caminó hacia la zona del final, casualmente donde yo me encontraba. Nos saludó, habló con nosotros, nos preguntó de qué provincia éramos cada uno. Nos explicó entonces que íbamos a una misión especial».

El doctor recuerda que todo sucedió en el Palacio de la Revolución: «Más de siete poemas le dieron al Comandante en Jefe esa noche. Yo no sé si los jóvenes ya los tenían hechos o los iban escribiendo durante la despedida. Los autores iban hasta un podio del teatro y recitaban sus versos. Fidel estaba muy emocionado. Los muchachos lo abrazaban, se hacían fotos con él…».

El misionero, de 46 años y de la provincia de Holguín, se graduó como médico en 1994 —uno de los más duros momentos que los cubanos conocemos como período especial—; y en 2001 ya era especialista de primer grado en Medicina General Integral. Ahora, en el CDI quirúrgico, comenta que al cabo de los cinco años y medio de haber cumplido su primera misión internacionalista en tierra de Bolívar, ha regresado.

Jorge David narra los días terribles de violencia desatada desde el pasado mes de abril por la oposición y que solo terminó con el voto de más de ocho millones de venezolanos en favor de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC): «Lo quemaban todo, no dejaron una panadería sana. El mismo pueblo razonaba que el país estaba sufriendo porque se hacía difícil trabajar. Aquello fue puro vandalismo».

La respuesta que nuestros misioneros dieron ante esa avalancha de destrucción es la misma que hoy, por miles, ellos dan en los parajes más insospechados y difíciles. Con sus palabras Jorge David define la voluntad de los internacionalistas: «Ante las dificultades siempre nos hemos impuesto. En momentos duros siempre afloran nuestros principios, los valores que nos inculcó la Revolución».

El CDI en horas de la mañana es un hervidero. Está repleto en sus diversos recintos de personas que esperan, que van y vienen. El salón quirúrgico es con toda seguridad el lugar más intenso y esperado por colas diarias de pacientes. La cubana Zaidalis Pérez Figueredo, de 31 años y coordinadora del centro nos dice que una jornada de labor comienza con las entregas de guardia a las siete y media de la mañana, con el análisis de las principales noticias del día, con el anuncio de las cirugías programadas y con el recuento de los casos atendidos en la jornada anterior.

Cuando preguntamos a Zaidalis por los logros de un lugar que es toda vorágine, ella, desde su juventud y su ecuanimidad, responde con una expresión que puede dar idea de un universo de entregas: «Estamos rodeados de muchos, muchísimos pacientes agradecidos».

En una pared del recinto donde tiene lugar este diálogo, desde una emblemática imagen que el pueblo cubano conoce bien, Fidel y el Che hacen entrada imponente por una puerta anchurosa.

VERSOS Y DEFINICIONES

La letra es armoniosa y ha ido llenando las hojas de una pequeña agenda de tapas azules. La autora es Dayamí Rodríguez Esmorís, licenciada en Ciencias Sociales y máster en Ciencias Pedagógicas, quien ha ido guardando versos y vivencias de su paso por Venezuela, y quien en una tarde de conversaciones en Caracas me extiende sus notas.

Deslumbrada por los escenarios naturales —y como tal lo deja estampado en sus apuntes—, Dayamí exalta a través de su costumbre de escribir «la obra social y humana de los médicos cubanos (…). Ese es el capital que la América sueña, donde al pasar cada noche y cada luna los niños permanecen ahí esperando que alguien les dé de comer, les acaricie y les muestre dónde brilla el sol más alto».

Pero lo que más habita en la agenda son versos dedicados al Comandante en Jefe: «Hombre y hermano/ ese es Fidel/ vencedor de los guerreros/ dando el amor eterno a todos sus soldados (…) Hombre y hermano/ te extrañamos/ Danos un abrazo/ corre, levántate/ apretemos nuestras manos».

Hay cariños que nacen de la creación. Ese es el que ha nacido entre esta cronista y el cubano Miguel de Jesús Pérez Durán, asesor de la Misión Sucre (concerniente a la educación universitaria). Este Doctor en Ciencias Pedagógicas adora los desafíos. Su mejor pasión es restaurar lo que algunos creen no funcionará ya nunca más. Entre los misioneros se ha vuelto necesario por su especial talento que tal vez empezó a expandirse el día que su padre decidió hacer desde los cimientos la casa familiar y planteó el inicio no desde el primer ladrillo sino desde el horno del cual tendrían que nacer ese ladrillo y los demás que harían posible costear la construcción del hogar.

Miguel ha homenajeado con la palabra al Comandante en Jefe. Y con sus actos, acompañando al pueblo heroico de Venezuela, lo hace día a día. Recuerda que Fidel es «un nombre que nació en Birán, creció entre los pobres y los haitianos en las colonias cañeras de Ángel Castro, se alineó entre los estudiantes de los colegios en Santiago de Cuba y La Habana, se robusteció en las luchas estudiantiles de la Universidad de La Habana y salió, gigante ya, a dar la batalla en Santiago de Cuba y a luchar contra todas las injusticias del mundo».

«Fidel (…) le cumplió al pueblo cubano todo lo prometido por el Maestro, hizo que la primera ley de nuestra República fuera “el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre”; (…) es el artífice de que mis dos abuelos fueran un día dueños legítimos de las tierras en las que ellos y sus antecesores fueran explotados por los años de los años, es el maestro que alfabetizó a mis padres adultos ya, el constructor de los hospitales y gestor del sistema de salud en que nacieron al menos tres de mis hermanos, (…) es el maestro que formó la lista de profesionales que ya hoy se incluyen en tres generaciones de mi familia y aseguran el futuro a las siguientes, es el científico que ha puesto todos los servicios de la ciencia al bienestar de la humanidad y la ha llevado a todos los rincones del mundo».

Fidel, afirma Miguel de Jesús, es el David que venció a Goliat. Le hace justicia cuando lo define invencible, invicto, eterno. Y le hace el verdadero homenaje cuando junto a decenas de miles de misioneros en tierra de Bolívar ayuda a obrar el milagro que sostiene a esta Revolución hermana: el amor en acción.

La misionera Annet González expresó que debe las cosas que conoce y con las que puede ayudar a los demás a la bondad de la Revolución y a su gran artífice, el Comandante en Jefe.

 

«Estamos rodeados de muchos, muchísimos pacientes agradecidos», afirma la joven internacionalista Zaidalis Pérez Figueredo.

 

«Fidel estaba muy emocionado. Los muchachos lo abrazaban, se hacían fotos con él…», recuerda el médico cubano Jorge David Infante cuando detalla una despedida especial.

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