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El Guayero y el Guerrillero

Un octogenario combatiente que conoció al Che en el Escambray, en los meses finales de 1958, comparte con JR anécdotas de su relación con el comandante Guevara en aquellos días de campaña y guerrilla que forjaron el triunfo

Autor:

José Antonio Fulgueiras

El Che lo bautizó como El Guayero. No es el gentilicio de los espirituanos nacidos en Guayos, pero él lleva con orgullo el linaje pueblerino y con ese mote ya entró por la puerta longeva de los 80 años de edad.

De mozo se opuso a los desalojos campesinos, se introdujo en huelgas obreras, pasó a la clandestinidad y terminó alzado en el Escambray en la tropa de Enoel Salas. Luego formó parte de la columna 8 Ciro Redondo, cuando esta subió a la montaña villareña por la Loma del Obispo, un 16 de octubre de 1958.

«El 1ro. de noviembre nos formaron para que conociéramos al Comandante Guevara. Apareció por detrás de un árbol y cuando un muchacho lo vio gritó eufóricamente: “¡Viva el Che Guevara!”.

«El Comandante se subió en una lomita frente a nosotros y muy serio ordenó: “Que dé dos pasos al frente el que gritó: ¡Viva el Che Guevara!”. El muchacho se asustó y no se movió de la fila. Al observar que nadie se movía el Che tomó de nuevo la palabra: “Se supone que si ustedes son capaces de morir por defender la patria, también sean capaces de sostener la palabra”.

«Entonces así, después que se dijo aquello, fue que el muchacho se descubrió. “¡Fui yo, Comandante!”, dijo, y Guevara le aclaró: “El Che puede morir en el primer combate, y hay cosas más importantes para darles viva”.  Y acto seguido gritó: ¡Que viva Cuba! ¡Que viva Fidel Castro!

«Todos al unísono nos sumamos al vitoreo, y la mayoría le dimos por primera vez un viva a Fidel».

El Guayero se llama Nelsi Felipe Pulido Ramos y hace más de 20 años que vive en Santa Clara. Bajó del Escambray como teniente del Ejército Rebelde y luego transitó por varios grados miliares hasta jubilarse con tres estrellas de coronel de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Es fácil conversar con él, en sus diálogos se imbrican los relatos, de modo que con una anécdota da pie a la siguiente.

Regresé con la lata y el queso

Pulido Ramos rememora que el capitán Roberto Ruiz lo seleccionó junto a un grupo de compañeros para trasladar una planta eléctrica hasta Caballete de Casas. «Al cruzar un río nos ametralló una avioneta, pero salimos ilesos. Cuando habíamos caminado unos dos kilómetros nos encontramos con el Che, quien se mostró alegre al saber que no tuvimos bajas. Al ver que la planta eléctrica la cargábamos en los hombros, nos ordenó descansar unos minutos y que merendáramos.

«Mis compañeros abrieron una latica de leche condensada que nos habían dado con un pedacito de queso y unas galletas. Yo me empiezo a comer las galletas solamente, y el Che, observador como siempre, se dio cuenta de que no saqué ni el queso ni la leche, y me preguntó: “¿Y vos nada más va a comer galletas?”.

—Bueno, Comandante, no tengo otra cosa —le dije sin pensarlo mucho.

—¿Y ya te tomaste la leche y te comiste el queso? —indagó con fuerza.

—Como esta planta pesa mucho necesité aliviar la mochila y boté, entre otras cosas, la leche y el queso —le fundamenté como justificación.

—Pues mire, que usted va a tener que ir a buscarlos. ¿Recuerda dónde los dejó? —volvió a preguntar.

—Sí, más o menos —susurré con voz entrecortada.

—Entonces cruce el río, trate de que la aviación no lo vuelva a sorprender, y regrese con la lata y el queso —ordenó.

Cuenta El Guayero que aquello lo consideró en aquel momento una arbitrariedad y un acto de prepotencia de su parte. «Pero logré localizar la latica de leche y la parte del queso que no se habían comido las hormigas. Al regresar a Caballete de Casas, pasada las diez de la noche, el Che me estaba esperando.

—¿Vos rescató los alimentos? —me preguntó.

—Sí, Comandante, aquí están la lata de leche y el queso —le confirmé.

—Yo lo esperaba, pues si acaso no la encontraba, iba a compartir la mía —me dijo en un gesto de desprendimiento.   ¿Usted seguro que pensó que yo hice abuso de mi cargo?  —expresó por último.

—Realmente lo pensé, pero yo vine aquí a cumplir órdenes   —respondí con total disciplina.

—Eso es bueno, pero debe saber que el dinero con el que se compraron esos alimentos lo aportaron los trabajadores del central La Vega, precisamente de su pueblo (ya había averiguado de donde yo era) y los de la refinería de petróleo Texaco de Cabaiguán. Pero, además, los combatientes de la clandestinidad que lo trasladaron hasta aquí fueron también ametrallados por la aviación e incluso hay uno herido. Usted comprenderá, entonces, el sacrificio de esos compañeros, lo cual no nos permite botar esos alimentos —completó.

Dice El Guayero que al escuchar todo aquello se quedó sin argumentos. «Me dispuse a comer mi ración. Él me imitó con la suya, luego me dio la mano y se marchó», comenta aún conmovido.

  Con usted adonde haya que ir

En cierta ocasión, según narra Pulido Ramos, se formó en la guerrilla un leve disturbio en la distribución de los alimentos. «Unos compañeros protestaron por falta de equidad y aludían privilegios en la repartición de la comida. Entonces el Che bajó de la comandancia y expresó que parecía mentira que sucediera ese desorden, pues al parecer queríamos convertirnos en unos comevacas. Aclaró que los privilegiados fueron los heridos y los enfermos. “Lo que pasa es que aquí hay algunos que no son revolucionarios”, dijo Guevara, y cuando comentó eso enfiló su cara en dirección hacia donde yo estaba. Lo tomé como que era conmigo, me ofendí y por mi inmadurez, luego de que él se marchó, grité airado: “Qué se cree este argentino, mañana mismo salgo echando de aquí”, y continúe vociferando otros improperios.

Nelsi Felipe Pulido Ramos siente orgullo de haber compartido con el Comandante Guevara.

«Al parecer alguien le fue con el comentario, y al poco rato llegó Parrita [Jesús Parra Barrero] y me dijo: “El Comandante quiere verlo urgente”. 

«Él se encontraba sentado sobre un tronco de árbol convertido en asiento y me conminó a que me sentara en uno similar frente a él. “No, no, yo estoy bien de pie”, le dije.

—Siéntese que es mejor que a uno le inviten a que se siente a que se lo ordenen —indicó acto seguido. ¿Dicen que usted se va de la guerrilla?

—Sí, esta misma noche —le respondí sin mucho rebuscamiento.

—¿Y para dónde va? —me preguntó nuevamente.

—No sé, hay otros lugares y otras formas de combatir a la tiranía —razoné indeciso.

—¿Y qué va a hacer cuando la derrotemos? —insistió en saber. 

—Cuando triunfemos pienso ir de nuevo para mi pueblo y seguir haciendo más o menos lo mismo, le dije, pensando que había querido tildarme de arribista.     

—Ah, bueno con esa idea, puedes irte ahora mismo, pues tú piensas mantener en el poder a los mismos politiqueros y ladrones. Para eso no vale la pena estar aquí —me contestó ufanado. 

«Yo pensaba en aquel tiempo que una forma de ganar la guerra de manera más rápida era con una intervención yanqui.  Se lo hice saber y él comenzó a reírse.

«Vos piensa que los yanquis nos van a ayudar desinteresadamente. Ellos lo que quieren es apoderarse de Cuba y de toda la América Latina. Qué infantil es vos», me dijo en tono aleccionador.

«Luego caminó hasta la punta de la loma y me indicó: “Mire allí está su pueblo, están sus familias, sus amigos y sus novias. Ve para allá, pero te portas bien con los guardias para que no te pase nada. Vete mañana por la mañana para que no camines de noche”.

«Y luego agregó: “Lástima que yo no pueda hacer lo mismo, pues mi pueblo y mi familia están muy lejos. Además, yo juré con los suyos libertad o muerte, y ni Cuba es libre ni yo me he muerto. Por tanto, tengo que seguir cumpliendo con la misión que me dio Fidel”.

«Aquellas palabras me dieron tanto bochorno que todavía cuando lo cuento me da vergüenza. Le tendí la mano y le dije: “Comandante, desde ahora en lo adelante yo voy con usted adonde haya que ir, como haya que ir y a lo que haya que ir”. Él me miró sonriente y me dijo: “Por fin entendiste, Guayero”, y desde entonces siempre me llamó El Guayero».

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