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Los detalles de Celia

Son esos pormenores, los que convierten a los héroes idealizados en seres de carne y hueso, los que deberían buscarse cotidianamente y no solo en fechas de elegías como el 11 de enero, el día en que nos dijo adiós Celia Sánchez Manduley, hace hoy 39 años

 

Autor:

Osviel Castro Medel

Un marinero de los que visitaban Pilón, el pueblo con olor a central y mar donde vivió 16 años, le había regalado una monita, que ella tenía como mascota.

Pero un buen día la criatura se le escapó y se trepó a lo alto de una palma; no había manera de capturarla en tan complicado refugio y entonces buscaron a un liniero experto trepador con pinchos.

Cuando el hombre comenzó a subir clavando sus instrumentos metálicos en el árbol, la muchacha que solicitaba a su mascota puso el grito en el cielo: «¡Así me vas a acabar con la palma!».

«No hay otra manera de subir», explicó el liniero. «Está bien, hazlo, pero trata de que no le duela mucho a la palma», accedió ella con resignación.

La anécdota acaeció hace más de 60 años y no hubiera llegado hasta nuestros días, al margen de su hermoso mensaje, si su protagonista no hubiera cruzado la línea imaginaria de la sobrevida.

Ese pasaje de la palma alcanzó los libros con su carga de humanismo y delicadeza porque su protagonista, sin pretenderlo, se hizo imprescindible a la hora del recuento.

Su nombre posee la gracia de los capullos cuando se abren al sol: Celia Esther de los Desamparados Sánchez Manduley.

Su vida está llena de detalles, esos que a veces se soslayan por el inmenso vigor del mito, de haber sido la primera guerrillera de Cuba y durante más de 20 años «no la sombra, sino la luz para Fidel», como dijera con acierto Eusebio Leal.

Detalles como el de ocurrírsele en la niñez recoger hormigas y colocarlas dentro del bolsillo de un varón majadero. Detalles como el de asustar a todos tragándose a los cuatro años un bulbito de penicilina. Como el de pintar, junto a las hermanitas, un caballo de un policía y soltarlo a la calle con carteles y adornos.

Esos pormenores que convierten a los héroes idealizados en seres de carne y hueso deberían buscarse cotidianamente y no solo en fechas de elegías como el 11 de enero, el día en que nos dijo adiós, hace hoy 39 años.

Pero por más singularidades que busquemos, como señaló Pedro Álvarez Tabío, su primer biógrafo, siempre tendremos la sensación de que faltó algo por decir. Ella era compleja y muy sencilla a la vez, gustaba del blanco en la ropa, se dejaba raptar por los amaneceres, conoció el fracaso amoroso en la juventud, escribía con letra ininteligible en los exámenes, fumaba sin parar como «herencia» del padre venerado, apenas pellizcaba la comida, bailaba con excelencia, le fascinaban la pelota y el bordado, la asustaban los ratones, parecía incansable para el trabajo… 

¿Cómo olvidar que siendo diputada, miembro del Consejo de Estado, persona de confianza en los asuntos más delicados de un país, jamás se creyó astro intocable? Cuando los de abajo tenían problemas perentorios decían a menudo: «Voy a escribirle a Celia»; cuando hacían falta papeles rescatadores de la historia, ahí estaba su mano cuidadosa; cuando hizo falta ondear la bandera de la sencillez ahí estuvo ella con sonrisa franca, su lealtad inmensa, su amor por el país por el que luchó más allá de la propia vida.

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