Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Villasana, el maestro

Dijo adiós un gran maestro y Héroe del Trabajo de la República de Cuba

Autor:

Osviel Castro Medel

La noticia se propagó el lunes por la tarde y ya en la noche la ciudad era un concierto de comentarios sobre la mala nueva. Un hombre de largas zancadas y más extensa historia se había marchado físicamente de la vida.

Su modesta casa, en una de las principales venas de Bayamo, se colmó de lágrimas y de gestos de admiración ante el amigo de sonrisa fácil, cuyo reloj siempre tenía minutos para la anécdota de chispas y lecciones.

No porque se haya despedido, después de una larga enfermedad, hace falta el panegírico, pues Luis Ramírez Villasana, el ser humano que llegó a fungir como parlamentario en dos legislaturas y fue merecedor de una lluvia de lauros y distinciones, subió cimas sin desbarrancar a nadie, solo con el empuje de su labor más allá de las aulas.

Cuando recibió el título honorífico de Héroe del Trabajo de la República de Cuba hizo como otras veces: viajó a sus inicios, a la época en que la madre debió lavar montañas de ropa, el padre necesitó herrar la máxima cantidad de caballos y el abuelo tuvo que poner un sinnúmero de puntillas a los zapatos para, entre los tres, echarles alas a los sueños lejanos «de un negrito», como acostumbraba a autonombrarse.

Cuando, en Angola, le dijeron que tal vez no cupiera en un tanque de guerra, por su estatura por encima de seis pies, se burló de ese lance y después de su «tiempo cumplido» le disparó proyectiles al analfabetismo hasta pasar seis años y cuatro meses en aquella nación africana, donde consolidó su amistad con el pedagogo y poeta Raúl Ferrer, el mismo que lo había «sugerido» para asesorar allá las labores de la campaña de alfabetización.

Cuando le preguntaban por las mejores mieles de su existencia solía hablar, sin inflarse, de las jornadas en que, siendo imberbe, enseñó a leer en las escuelitas de la montaña; o de los animados diálogos que sostuvo con Fidel en el Parlamento y en escenarios llenos de educadores.

La primera vez que conversé con él, en 1998, andaba como remolino,caminando ligero de un lado para otro, promoviendo un concurso histórico sobre la Ciudad Monumento, donde nació en 1940, pues Bayamo, según sus palabras, «necesita que lo alcemos más, como lugar sublime de la Patria».

Desde entonces entendí que todos los rincones de Cuba necesitaban más personas como Villasana, de esas que pelean incansables por su tierra chica, pero que aman en lo hondo la nación y sus raíces, el fuego desprendido por los héroes del pasado.

En muchas ocasiones ideó certámenes sobre la vida de Martí para que los niños se infiltraran en los cuentos de La Edad de Oro o se enamoraran eternamente de los Versos Sencillos; y esas respuestas de los pequeños, que él leía en la eterna aula de su casa o en la mitad de un pasillo cualquiera, aceleraban su corazón al límite. Así latió su alma cuando fue uno de los primeros acreedores del premio Los zapaticos de rosa, máximo reconocimiento entregado por la Organización de Pioneros José Martí.

«Clase de hombre», «clase de maestro», han repetido ahora los que conocieron a este ser repleto de ocurrencias, amante de la pelota y la charla ancha, que en principio quería dedicarse a la música y cuya «Vidasana» debería espolear a los pedagogos de todo el país.

Ojalá, desde este momento y hasta el fin, muchos más quieran parecerse, cerca o lejos de los pupitres, al maestro Villasana.

 

 

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