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A merced de la vida, no de las adicciones

Las personas adictas a las drogas no siempre presentan síntomas tan aparatosos ni son fácilmente identificables. Algunas logran mantener cierto grado de funcionalidad, aunque no estén exentas de transitar por las mismas subestaciones que cualquier otro adicto

Autor:

María Esther Ortiz Quesada

Esta vez las drogas no estarán en el centro de la atención; ni estas ni sus efectos en el sistema nervioso central. Si bien es cierto que desempeñan un gran rol en el drama, prefiero centrarme en el verdadero protagonista: la persona.

Las personas consumidoras se dividen en dos: las que hacen un consumo responsable y las que no. En este primer grupo se encuentran todas las que están medicamentadas con sicofármacos, neurolépticos y otras sustancias necesarias para disminuir malestares o controlar enfermedades.

Aunque el hecho de que las sustancias consumidas lo sean por prescripción facultativa, no es suficiente para considerarlo dentro de la categoría de consumo responsable. Para ello el consumo debe circunscribirse a la sustancia, la dosis, la frecuencia y el tiempo indicado por el facultativo. Solo así resulta responsable.

La esencia del concepto radica justamente en que la sustancia que se introduzca al organismo no ocasione daños, ya sea porque la cantidad no supere los niveles que el organismo pueda tolerar, ya sea porque la frecuencia no interfiera en el funcionamiento armonioso de los procesos fisiológicos y sicológicos. Es decir, que tanto cantidad como frecuencia sean tolerables por el organismo. Dicho así, prácticamente todos los consumidores (esto lo afirmo por experiencia laboral), aseguran que consumen de forma controlada.

El gran problema es que el consumidor generalmente pierde o no tiene la noción del autocuidado mientras que el ejercicio de su juicio crítico se encuentra disminuido, por lo cual no puede valorar qué es tolerable por su organismo y qué no.

¿Consumidor yo, tú, quién?

Es cierto que no todos los consumidores clasifican como adictos, pero también es cierto que todos los adictos, antes de serlo, han sido simplemente consumidores, responsables o no, pero consumidores «sin mayores complicaciones».

Considero importante que se pueda identificar qué persona y en qué circunstancia se torna consumidora irresponsable, también llamada consumidora abusiva. Clasifica como consumo irresponsable y abusivo, cualquier cantidad de drogas, legales o no, por parte de mujeres embarazadas o que estén lactando; menores de edad; personas que conducen vehículos o manejan equipos e instrumentos de precisión, y por personas que se encuentran medicamentadas o que padecen enfermedades mentales, entre otras.

La sobredosis se produce como consecuencia del consumo irresponsable, abusivo de alguien que tal vez ni siquiera es un consumidor frecuente. Es alguien que, en determinado lugar y ocasión, en busca de potenciar algo de lo cual cree que carece o con la intención de atenuar una emoción o sentimiento incómodo o doloroso, el cual no se centra en resolver con ayuda, o aquel que, confundido o crédulo por lo que ha escuchado en la promoción del consumo de drogas, llega a creer que en los estupefacientes está la solución. Este tipo de consumo irresponsable, que lleva a la intoxicación aguda, se produce generalmente en situaciones de festejos, de pérdida, duelo y de ira, y ocasiona situaciones lamentables para otros y para la persona consumidora.

Las consecuencias estarán siempre en correspondencia con la cantidad consumida, el tipo de drogas, el estado general de la persona, las circunstancias en que se produjo el consumo, y, por supuesto, con la personalidad del consumidor.

Por último, aunque el tema de consumo irresponsable es mucho más amplio, me referiré a la adicción, la última estación del consumidor, que en sí misma tiene varias subestaciones y ninguna se cataloga como agradable, confortable o exitosa. Para ilustrar un poco: el consumo de drogas hace que el organismo funcione a merced de la sustancia y cuando esta práctica se torna frecuente, cuando las dosis aumentan, entonces el organismo se queda sin posibilidades de defenderse, lo cual genera daños inmediatos y mediatos  que hacen que la persona consumidora padezca determinados trastornos o enfermedades que la obligan a visitar hospitales (primera subestación).

Por otra parte, las drogas hacen que la persona no siempre pueda controlar sus impulsos, comportamientos y el lenguaje, de modo que no es de extrañar que en ocasiones se convierta en un victimario o en víctima, con posibles consecuencias legales que a veces pasan del tribunal a los sistemas penitenciarios (segunda subestación); ambas subestaciones pueden estar creando las condiciones básicas para que la persona con consumo abusivo o irresponsable, convertida en adicta, ponga en peligro su vida, ya sea por enfermedad,  violencia, accidentes o por suicidio (cementerio, tercera subestación).

Se trata de prevenir

La persona adicta no siempre presenta síntomas tan aparatosos  ni siempre es fácilmente identificable; algunas logran mantener cierto grado de funcionalidad, aunque no esté exenta de transitar por las mismas subestaciones que cualquier otro adicto.

Si alguien me preguntara cuál es, o cuáles son, desde mi punto de vista, las señales más significativas que distinguen a una persona adicta de alguien no adicto, podría hacer una lista bien nutrida de indicadores que pasarían desde los daños a la salud, a los procesos cognitivos, a la economía, a la familia, a las relaciones sociales… en fin, el registro sería muy extenso. Pero prefiero pensar en la persona no adicta, en la persona que vive según sus propios mandatos y no de los impulsos que genera una sustancia.

Las personas no adictas funcionales priorizan objetivos que les facilitan alcanzar la mayor armonía y confort en sus vidas y no las subordinan a la obtención, compra y consumo de sustancias.

Lamentablemente, gran parte de estos objetivos no son priorizados por la persona adicta y quedan subordinados a los lugares, situaciones y personas que facilitan la obtención de las drogas y su consumo. En este punto puede surgir una pregunta: ¿para qué preocuparnos por los consumidores responsables o de bajo riesgo, si para ellos esta no es la realidad?

Volvamos a una afirmación anterior: todos los adictos son consumidores, aunque no todos los consumidores sean adictos. Cualquier persona que consuma drogas es mucho más propensa que cualquier otra para transitar por el proceso hasta la adicción.

No se trata de acudir al lugar del incendio, se trata de crear las condiciones para que el incendio no se produzca; no se trata solamente de disponer de servicios de atención a las personas adictas, se trata de prevenir allí donde aparentemente tampoco hay riesgos, para potenciar las fortalezas.

Se trata de conocer las leyes y acuerdos acerca del tema y hacer adecuadas interpretaciones, poniendo siempre, en el centro de atención a la persona. Hablo en singular, porque de esa singularidad surge lo plural, surge el colectivo, la sociedad, no como sumatoria numérica, sino como interacción dinámica de historias personales, familiares, locales, nacionales; de esas interacciones culturales y de las convicciones y creencias que esas dinámicas generan, y que protegen o desamparan.

 * La autora es Licenciada en Sicología y Máster en Sicología clínica y en Sicodrama y procesos grupales. Conductora del programa televisivo En Línea directa

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