Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los 100 años de un aprendiz

En la memoria de los pinareños están los años en los que Julio Camacho Aguilera dirigió la provincia

Autor:

Dorelys Canivell Canal

PINAR DEL RÍO.— No se es de un lugar solo por haber nacido en él. Se es de un lugar cuando esa tierra te reconoce como hijo y su gente como hermano. Por eso Julio Camacho Aguilera, que precisamente hoy 7 de marzo cumple 100 años, es tan pinareño como el más arraigado vueltabajero.

Su figura alta y esbelta siempre resalta, también su vestir verde olivo o de guayabera, sus grados de Comandante del Ejército Rebelde, su gentileza con Gina, la compañera de la guerra y de la vida, su naturalidad para conversar sobre Guanahacabibes, ese pedazo de Cuba que siente suyo y cuyo desarrollo ha diseñado una y otra vez. Todo en él parece posible, incluso esa proyección para el mañana, sin importar que cumpla 90, 95 o 100 años.

«Me considero un aprendiz, aún a esta edad a la que no pensé llegar. Si Gina no hubiera estado a mi lado, no hubiera llegado hasta aquí, pero también hay otros factores que son esenciales en que haya vivido 100 años.

«Por supuesto que la genética es importante, pero también lo es el cuidado de la familia, la alimentación y, sobre todo, el sistema de Salud cubano que logra estas cosas. En Cuba hay una realidad eterna y es el derecho a la soberanía, a la independencia, a la libertad, a pesar de las diferencias y las dificultades que tenemos hoy», dijo en encuentro reciente con jóvenes, artistas y glorias del deporte del territorio.

En la memoria de los pinareños están los años en los que Camacho dirigió la provincia. Lo recuerdan con agrado y no pocos aseguran haberlo visto a cualquier hora por la ciudad, sin aviso previo.

Mas Camacho no llegó a dirigir Pinar del Río, La Habana y Santiago porque sí. Tampoco fue embajador en la Unión Soviética por casualidad. Tenía la confianza de Fidel más que ganada, de aquella época en la que aguantó las torturas sin abrir su boca, cuando quebraron sus huesos y no claudicó.

Su impronta está en las lomas de Guantánamo, en el levantamiento militar de Cienfuegos, en Camagüey y en la Sierra Maestra.

Siempre cuentan él y Gina una anécdota en la que pidieron permiso para darle una vuelta a los hijos. En ese momento Fidel les dijo que no podían. Varias jornadas después el Líder de la Revolución los mandó a buscar: «Denle una vuelta a los muchachos», les dijo, y todavía el matrimonio no sabe cómo en medio de la lucha Fidel tenía tiempo para ocuparse y estar pendiente de este tipo de asuntos personales.

Tras un siglo de vida, Camacho dice sentirse pinareño, holguinero, cienfueguero, cubano. Y no se cansa de agradecer jamás a este pueblo que lo reconoce y agasaja, pero, ante todo, lo escucha y respeta.

En cada entrevista que ha dado en su larga vida, resalta dos cosas que son para él una suerte de principios: su amor por Georgina Leyva Pagán y su lealtad hacia Cuba. Con 100 años de vida, el aprendiz no sabe ser otra cosa que no sea ser revolucionario.

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