Ernesto Pérez Shelton y Eduardo Yasells Ferrer. Autor: Yuniel Labacena Romero Publicado: 11/10/2025 | 10:21 pm
Una coincidencia inusual. Por estos días, casi al unísono, dejaron de existir dos entrañables combatientes revolucionarios. Fueron mis amigos, hermanos y maestros.
Ambos emergieron a la vida en su entrañable Santiago de Cuba en el año 1935, hace nueve décadas. Desde jóvenes se iniciaron en la lucha clandestina, sufrieron el acecho enemigo; juntos prosiguieron por los caminos de la Revolución. La historia los haría converger una y otra vez hasta los días finales de su existencia.
A Pérez Shelton lo conocí a inicios de 1962; era el Instructor Político de la naciente 56 División de Infantería del Ejército de Oriente, al mando directo del entonces comandante Raúl Castro Ruz. Allí creció en el arte de la propaganda y la educación política de los combatientes, incluida la experiencia en la misión internacionalista en Angola. Devino estudioso profundo de la Historia, investigador de varias obras y autor de artículos periodísticos, una parte de ellos inconclusos porque el tiempo no se lo permitió. Hombre de amplia cultura, defensor de nuestros valores autóctonos no cesó de entregar su capacidad de creación hasta el último hálito de vida.
A Yasells me correspondió remplazarlo en el año 1981 en el momento que su salud se quebrantó. Era el director de la revista Verde Olivo y dejó su huella imborrable en ese aguerrido colectivo. Me enseñó y aprendí; allí lo redescubrí y admiré más. Él había conocido e intimado con Frank País; ejerció el periodismo en las condiciones que imponía la lucha y lo hizo con la profesionalidad, responsabilidad y valentía que lo caracterizaron. Investigador histórico, maestro de generaciones de periodistas; en su magisterio incesante resultó director-fundador del Instituto Internacional de Periodismo José Martí, y fue admirado por cuantos lo conocieron. Como colofón profesional mereció tempranamente el Premio Nacional de Periodismo José Martí por la Obra de la Vida.
Shelton y Yasells fundieron sus esfuerzos a partir de sus vivencias de trabajador político y corresponsal de guerra de Verde Olivo, respectivamente, durante la Crisis de Octubre. Esculpieron una obra común: “Alarma de combate”, crónica inédita e historia viva de lo acontecido en aquellos históricos días en una gran unidad de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Aquel empeño los hermanó definitivamente.
Ellos fueron ejemplo de combatientes revolucionarios caracterizados por la modesta y la entrega sin límites a la Revolución, en la que recibieron merecidas condecoraciones y ascensos militares hasta el grado de coronel.
En la víspera de su fallecimiento no alcanzaron a despedirse como habrían deseado; el destino los hizo marchar juntos nuevamente, como siempre, esta vez hacia la eternidad.
Fue un privilegio haberlos conocido y a su querida familia. Agradezco la amistad, hermandad y enseñanzas inolvidables, pues fueron parte de quienes me educaron y forjaron.
Más allá de la lágrima sentida y merecida va el compromiso eterno de seguirlos, a pie firme y con el fúsil en ristre, como lo hicieron siempre.
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