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Un hacedor de memoria

Autor:

Juventud Rebelde

Historiador de gran trayectoria intelectual, profesor titular de la Universidad de La Habana y presidente de la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortiz, Eduardo Torres Cuevas cuenta entre sus principales galardones con el Premio Nacional de Ciencias Sociales, el Nacional de Historia 2005 y la Orden Carlos J. Finlay. La obra prolífica del destacado intelectual comprende numerosos artículos, ensayos y monografías que, desde diversas temáticas, persiguen desentrañar, con el rigor del científico y la pluma del poeta, el complejo devenir histórico de la cubanidad, en esa búsqueda constante que el mismo autor denominara «la pasión de lo posible».

La polémica de la esclavitud. José Antonio Saco, Obispo Espada. Ilustración, reforma y antiesclavismo; Antonio Maceo. Las ideas que sostienen el arma y Félix Varela, los orígenes de la ciencia y con-ciencia cubanas; son tan solo algunos de los títulos que integran el quehacer investigativo del incansable polemista, maestro y difusor de la historia y cultura cubanas.

Enhorabuena la dedicatoria de la decimosexta Feria Internacional del Libro al doctor Eduardo Torres-Cuevas junto al premio Nacional de Literatura César López. Los científicos sociales, y en particular la comunidad de historiadores, acogen con satisfacción este reconocimiento, primero que recibe un historiador en las 15 convocatorias de este importante evento.

De este y otros asuntos intercambiamos con el doctor Torres-Cuevas, quien accedió gustoso a esta entrevista.

—¿Qué perspectiva presenta, a su juicio, el desarrollo actual de las investigaciones históricas en Cuba?

—Esta parece ser una pregunta que estamos obligados a hacernos los historiadores cada cierto tiempo y con cierta periodicidad. El trabajo del historiador, para que sea consistente, debe partir de una cultura histórica, es decir, de un conocimiento lo más completo posible de la producción historiográfica que lo ha antecedido, pero su posición hacia ella debe ser interrogativa y crítica. La crítica, por supuesto, no siempre debe estar dirigida a la anulación de los que estuvieron antes. La madurez y la cultura nos indican que siempre hay mucho que aprender en los que nos antecedieron, y, más aún, hay que agradecerles que hayan puesto las primeras piedras en el edificio que todavía hoy, y también mañana, las generaciones presentes y futuras tendrán que seguir construyendo. Cada generación actuó y pensó desde la cultura de su época y, sobre todo, con el instrumental metodológico, teórico y con la información que tuvo. Para el estudioso cubano, es asombroso recorrer esa amplia acumulación contentiva de puntos de vistas, métodos, ideas diferentes y, al mismo tiempo, dentro de un espacio intelectual que se modificaba con el tiempo.

«Creo que las generaciones actuales de historiadores tienen muchas más ventajas que las que les antecedieron. La posibilidad de un pensamiento histórico sin dogmas, y como únicos límites la relatividad de la verdad y la honestidad ante la verdad. También poseen al alcance de la mano un variado instrumental metodológico que amplía el horizonte hacia los espacios aún no estudiados. Si se estudia la producción historiográfica cubana actual junto a los inevitables libros de circunstancias y aún superficiales, nos encontramos la presencia de una obra historiográfica seria, basada en investigaciones de fondo de amplia información documental y con renovación sobre los temas tradicionalmente tratados y la incorporación de nuevas temáticas.

«Pienso que estamos en una etapa donde se ve el crecimiento de una producción intelectual histórica que, por primera vez, tiene un gran número de nombres nuevos y no tan nuevos que vaticinan una extraordinaria perspectiva a la investigación historiográfica cubana. Alguien pudiera resaltar las dificultades, pero estas son más que todo un reto a vencer».

—¿En qué medida el trabajo de los historiadores podría contribuir a enfrentar los desafíos de las ciencias sociales ante los difíciles retos de la contemporaneidad?

—Ello está relacionado, más que todo, con la visión sistémica que tiene toda sociedad sobre sí misma. Analizando la contemporaneidad podremos ver cómo en diversas universidades, bajo la influencia del neoliberalismo, se han cerrado facultades y centros de docencia o investigación histórica. Para muchos de los que pertenecen a esta tendencia, la historia no es necesaria como reflexión y como estudio para comprender el presente; más que todo, es o placer erudito o entretenimiento piloteado desde las grandes cadenas de televisión, que condicionan temáticas y priorizan aspectos que no necesariamente penetran en el tramado de las problemáticas sociales, incluso, una de las tendencias más fuertes, es la que le niega a la historia su carácter de ciencia y de conocimiento necesario.

«Hay interés en que, en determinadas sociedades, se precise olvidar el pasado, porque no es, precisamente, de lo más estimulante. Pero en esos mismos lugares hay otras tendencias que piden a gritos no olvidarlo. El problema del historiador, y lo recalco con especial interés, no es “recrear la memoria histórica”; antes, al contrario, es “crearla”. Solo está en la memoria lo que se conoció alguna vez. El historiador tiene que descubrir aquello que no se conoció para convertirlo en memoria; es el hacedor de memoria. De aquí su importancia y la importancia de los temas que escoge para trabajar; de aquí la importancia de su condición de investigador que interroga a su sociedad para poder interrogar el origen de sus virtudes y de sus males. Explicar el presente solo desde el presente es un acto anticultural; que por cierto, es una de las propuestas del neoliberalismo. Explicar el presente como un punto en la evolución de una sociedad es darle sentido no a la permanencia, sino a la creatividad de un mundo futuro. Hasta hoy, el mundo lo configuran los hombres, si bien, no a su libre arbitrio. El valor de la historia en las ciencias sociales está en el análisis diacrónico que explica la sincronía sistémica de una sociedad».

—En ocasiones se ha referido a José de la Luz y Caballero como su maestro en cuanto a la concepción del estilo en la narración histórica...

—El asunto es para mí vital. Luz no fue un historiador, pero, es de los hombres del siglo XIX cubano que tiene un pensamiento histórico. Pensó a Cuba y pensó por Cuba. Toda su construcción teórico-filosófico-pedagógica descansa en la idea fundamental de construir a Cuba, es decir, formar ciudadanos con deberes y derechos, con respecto a la sociedad que debía superar a la esclavitud y al colonialismo. El juego con el tiempo histórico es apasionante en Luz: «Todo es en mi fue; en mi patria será»; conjuga el verbo ser en presente, pasado y futuro; pero el pasado es su propio ser y el futuro su patria. Para hacer la Cuba del deber ser, para ser libres, solo hay un camino: el conocimiento de sí mismo, es decir, el conocimiento de lo que realmente somos a partir de definirnos como cubanos y esto lleva a la historia. Pero él nos definirá la historia como «la última y más trascendental expresión de la literatura de un pueblo». Y ello después de haber señalado los atributos que debe tener un buen historiador: imparcialidad, profundidad de estadista, moralista, «plenísimo sabio», severo lógico y perspicaz discriminador. A ello le añade otros ingredientes: la historia es ciencia y conciencia.

«Fíjate qué relación extraordinaria él le señala al historiador, riguroso científico y hombre de conciencia plena. A mí me ha gustado decirlo de esta forma: el historiador debe dominar la ciencia para con el conocimiento creado crear conciencia, y conciencia para saber utilizar como un bisturí afilado a la ciencia. ¿Es esto todo? No, no vale solo escribir un libro de 400 cuartillas. Es que la historia debe ser disfrute para el lector, por eso él lo ve como el hombre que está obligado a ser más poeta que los poetas, más filósofo que los filósofos abstractos y más crítico que un ensayista y, al final, el historiador debe ser, sobre todo, un hombre absolutamente modesto, “ni pedante, ni fantástico”. No creo que lo que nos pide Luz es fácil de alcanzar, pero yo lo veo, como dijo García Márquez que veía El Quijote, como un norte y como un reto, como aquello que hay que lograr y superar, aunque en realidad nunca lo logres. Un último detalle es, también, una definición cubanísima que sería herencia, en primer plano, de los historiadores cubanos. Tenemos un pensamiento histórico propio, que no es de aldea, es universal».

—La FIL le dedica su decimosexta edición, ¿Qué significa para Eduardo Torres-Cuevas tal reconocimiento?

—Pudiera decirte que es uno de los mayores honores que puede recibir quien simplemente ha cumplido con su deber. Han sido años de trabajo arduo y de algunos resultados. En realidad, siempre me sentí parte de una generación de poetas, novelistas, artistas, músicos, científicos sociales —término ambiguo en el cual pretenden encerrarse muchas cosas— y otros que no tuvieron la dicha de desarrollar estudios como la tuve yo. Pienso en mis amigos del barrio, de la Víbora, del Instituto, de la Milicia, de la Campaña de Alfabetización, de la refinería Ñico López y de otros tantos lugares. Ahora somos una tropa dispersa y con numerosas bajas. Al recuerdo de aquellos que ya no nos acompañan, pienso en tres muy cercanos a mí: Ramón de Armas, José A. Tabares del Real, y Francisco Pérez Guzmán, que merecerían este premio, quizá mejor que yo y a quienes recuerdo día a día.

«Significa también un reconocimiento al esfuerzo de una generación de historiadores que en condiciones, a veces muy difíciles, continuaron una obra creadora, sin dogmas, por la verdad, con honestidad, y a quienes en gran medida se les ha ido ya la mayor parte de la vida. Quiero sentir que en este homenaje todos ellos se sienten reflejados y, muy particularmente, todos los que alguna vez tuvieron que ver en una investigación o en un aula universitaria con mi persona, como estudiantes o como colegas. Que este sea, más que un reconocimiento a mí, un reconocimiento a una generación de historiadores, ensayistas y científicos sociales, que con más o menos fortuna hemos transitado con más o menos tiempo por esas inquietudes que tanto nos acercan y nos hacen polemizar tan candentemente».

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